© de la imagen La meva maleta

domingo, 31 de marzo de 2024

Entre hilos

 Bordar tiene algo hipnótico. Se parece a pintar: plasmar una idea en un lienzo, pero con hilos de colores en lugar de pinturas.

El proceso creativo de una labor bordada es fascinante. Escoger un diseño, plasmarlo en la tela, elegir la gama cromática, el hilo adecuado, colocar la pieza en el bastidor y tensar. Cortar el hilo de la longitud precisa, esconder la hebra —no, no se debe anudar jamás en el revés del bordado— y el pequeño vuelco en el estómago de dar la primera puntada, que no es como el primer beso, pero casi. 

Y entonces se apaga el mundo y el tiempo fluye entre tus dedos igual que el pensamiento discurre por tus nudos internos y tus problemas. El bordado es altamente terapéutico y sanador. 


No siempre escojo el bordado para sanar mi alma. Cuando tengo un trago complicado opto por el ganchillo porque ahí todo pasa con otra cadencia, mucho más rápida y mucho menos comprometida, porque si te hartas, tiras del hilo y el trabajo o el problema desparecen con arte de prestidigitador. Deshacer un trozo de bordado requiere mucha prudencia y tijera,mejor pensarlo bien. 

A mí se me da fatal pintar, voy mal de habilidad y regular de paciencia, a pesar de sus trazos rápidos o tal vez por ellos. 



Tradicionalmente las mujeres se sentaban con las piezas de sus ajuares en el regazo y mientras sus manos creaban labores maravillosas, compartían confidencias y chismes y se acompañaban en sus dificultades. 

Mi bordado es, en cambio, solitario me obliga a detener la mente. Cada pincelada es apenas un tramo de hilo, apenas unos milímetros, a veces, ni eso. Me amarra las riendas del alma y me redibuja los bordes, me reafirma, me acompaña y me conforta. Me dice que al final, todo saldrá bien. 


martes, 19 de diciembre de 2023

El lugar donde vivo




El Segre se desliza silente bajo esta alameda escarchada. La saó, como la llamamos aquí, la humedad, empapa esta Terraferma. Firme, sí, firme y yerma, no se dejen engañar por el paraíso colmado de manzanas del pecado original que somos en verano. Porque solo el agua de riego hace posible este vergel. 

Aquí, el calor implacable nos resquebraja los campos, no sabe llover. Si llueve, lo hace poco y mal. Luego, sed. 

Y, pronto, el frío. Este frío. Frío en serio. De niebla o de Cierzo. Sin nieves de postal ni cabañas con leñador fornido. En el Pla de Lleida, no. 

Aquí señalamos en el calendario los días que llegamos a ver la luz del sol, las horas, a menudo, pocas. 

En este lugar inhóspito, sobrevivimos con trabajo duro y mirando poco hacia el exterior, tan deprimente. 

Así somos, un poco cabezotas, cerrados, amables, pero fríos. En nuestras lumbres no falta calor y en nuestras despensas abunda el fruto que le arrebatamos al agua, esa, que hoy empapa el suelo en forma de niebla. 

Somos gente de bien, pero no nos toquen las narices. Vamos a recibir al invierno con una mínima de 4 bajo cero y máxima de 3. Seguramente no veamos hoy el sol más que un ratito, ni siquiera eso.

Pero vengan a vernos, traigan su mundo bello, sus recuerdos de paisajes suaves de playas y cielos azules. Siéntense en nuestras mesas, hemos hecho un arte de cultivar nuestro interior. Interiorismo, digamos. 


Ah, también tenemos cosas buenas, arte, la Seu Vella (estará por ahí detrás de lo blanco)y eso, pero me ha quedado un vídeo muy fresco y quería compartirlo con un texto poético. #testimolleida 🤍💙#nomehaganmuchocaso 

#lleida

#laboira #boiragebradora #fredquepela #escribiendo #elsegre #lanoguera #térmens

domingo, 12 de noviembre de 2023

Entre nosotros

Pues me apetece contaros una intimidad. Ayer cené con un montón de jóvenes de mi edad, a saber, los que cumplimos 50 este año. Los chavales, vaya. Cena en el hall del que había sido nuestro cine de la infancia, cuando los cines eran de sesión doble, con bolsas de regaliz, gallinero y butacas rojas, ahora reconvertido en restaurant. Luego, sesión de disco con barra libre, qué desperdicié tomándome una tónica (sin-gin) y medio botellín de agua triste porque me tocaba conducir. Nos hemos ido reuniendo este año y cada vez he tenido una sensación parecida. Despojada de todo lo que me define en el tiempo actual, a saber, mi marido, mis hijos, mi trabajo, mi nueva familia, mi nuevo lugar, y enriquecida con la sabiduría de lo que he aprendido y la imprescindible distancia, me he limitado a ser yo misma. 






No tengo nada que quiera esconder, nada que disimular, nada de qué avergonzarme, fui lo que fui. He aprendido a amar a la niña desastrosa que era y a la adolescente que no encontraba su sitio. Con ellas dos de la mano, me he plantado ante mis compañeros de colegio y ante los chicos de mi quinta a los que ni siquiera saludaba al cruzarme con ellos por la calle y así me he presentado ante ellos, y ahora los considero mi gente. 

A pesar de tratar de poner toda mi atención en lo que me cuentan, no soy capaz de recordar el número, sexo y edad de los hijos de cada cuál, ni las profesiones que les dan de comer. No sé quién se lio con quién, quién está divorciado, salió del armario o se metió en él. Bueno, algo sí recuerdo, pero cuando estamos juntos somos otra vez los niños de la egebé, ellos, con rodilleras en los pantalones y el balón bajo el brazo. Nosotras, cantando canciones de jugar a la goma y calentadores a lo Flasdance. 

Luego disimulamos y nos hacemos los mayores y nos vamos al Musicland y bailamos la playlist (consensuada) de música de entonces. Aunque a ratos vuelven, desinfladas, las rivalidades entre colegios, aunque nunca llega la sangre al río, porque todos somos los del 73 y punto. Por mero hábito, me he permitido observarles a todos con cariño, me guardo para mí las conclusiones a las que llego, aunque se podría extraer un tratado de sociología completo de lo que somos cada uno. Quién sabe si alguno de ellos protagonizará una de mis novelas. Sé que algunos de ellos me leen, así que espero que mi crónica les haya hecho sonreír. Para la próxima, propongo merienda con bocadillos de chorizo con Tulipán, sandwich de nocilla y Mirinda para todos. Y, lo siento, si no naciste en nuestro año y no tienes algo que ver en Mollerussa, no estás invitado.

Us estimo, gent!

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Formas de decir adiós

En mi paseo por mis camposantos me rompe el corazón ver las lápidas de ese matrimonio que tuvo 12 hijos y ninguno de ellos, ni sus nietos, han sido capaces de dejar una una flor.




En el mismo cementerio, en el otro extremo, observo el duelo impúdico del pueblo gitano, que llora a demasiada gente joven. Sus sepulturas se distinguen a kilómetros de las demás por sus caballitos y sus flores blancas y azules y sus ángeles (qué dolor tan terrible la muerte de un niño) y las fotos de gente tan joven y sus mujeres de luto, ellos con la vara, todos con pañuelo negro. Familias enteras que lloran, que pasan horas honrando a los suyos. 

Me gustaría sentirme libre y llorar así, sin pudor, por mi padre, por mis abuelos, por la amiga de la que no pude despedirme. Ella, de mi edad. Los últimos años pasaba junto al nicho de su madre y le pedía que cuidara de ella. Hoy, cuando he visto sus fotos juntas se me ha roto otra vez el alma. 

Hoy me acuerdo de mi nueva amiga que justito estaba recuperándose un poco tras la muerte de su padre hace un año y ahora acaba de enterrar a su madre y quisiera dejar una flor para ellos. La dejo aquí, en su honor 💐

#cementerios #todoslossantos #sobrelamuerte #formasdeduelo

martes, 11 de julio de 2023

Traigo noticias

Queridos y fieles seguidores de este vuestro blog, 
Princesa del guisante editorial
Quienes me habéis acompañado fuera del castillo durante todos estos años ya sabéis, porque no hay nada más pesado que un autor en promoción, que he publicado y editado una novela.
La he titulado 
La niña sobre la vía del tren
La niña sobre la vía del tren, podéis abrir el enlace y comprarla (os mando una dedicatoria on line cuando lo deseéis).


Aquí estamos todos en familia y me apetece contaros algunos detalles inéditos. Preparaos un café, que la cosa tiene miga. El mío con sacarina y leche del tiempo, gracias. 

¿Ya?

Bien, pues el café es uno de los hilos que os conducirán hasta el final de la novela. Porque en mi familia siempre hemos sido unos virtuosos de un tipo de café, concretamente del café venenoso. Así lo llamaba mi abuela, y es un guiño para ella en el libro que ella misma me animó a escribir. Sí, es una novela basada en hechos reales de mi familia y en ella cuento cosas muy íntimas y personales. Otras son fruto de la imaginación y, como comprenderéis, no voy a desvelar cuál es cuál, eso se lo dejo al lector.
 
Su título original era La niña, pero por cuestiones tecnológicas tuve que cambiarlo. Me gustaba que fuera sencillamente la niña, porque en realidad, hay más de una niña protagonista, diría que son tres. Madre, hija y nieta. Tres generaciones de mujeres marcadas por un hecho trágico acontecido años atrás. Al llamarlo La niña pretendía el lector decidiera cuál de ellas era la más importante y, aunque ninguna lo es más que la otra, ganó la niña sobre la vía del tren, a ella le dediqué el libro.

Considero que es imposible hacer un retrato de alguien sin considerar el mundo en el que vive, por ello traté de valorar la evolución del papel de la mujer en nuestro país, desde inicios del siglo XX hasta nuestros tiempos, un largo paseo en el tiempo. 

La narración principal tiene lugar en el presente. Sucede a lo largo de una visita de domingo de Marisol en casa de su hija Sara. Carmen acaba de fallecer y, juntas, rememoran su vida, tratando de ordenar sus sentimientos respecto a ella. 
... y hasta aquí puedo leer.

Y para finalizar, os cuento algo sobre la edición.
La editorial que publicó mis libros anteriores, La abuela necesita besitos y Magdalenas con problemas, cerró hace algunos años. Desde entonces, en incontables ocasiones me han pedido ejemplares de ambos libros, que están prácticamente agotados en todas partes... ni siquiera tengo suficientes para mis sobrinos. Por eso me decidí a reeditarlos, junto con mi novela, desde la firma Princesa del Guisante. Me parecía el mejor homenaje a este lugar que me ha dado tanto.

Gracias por estar siempre aquí. Si queréis estar actualizados sobre todos mis progresos, 
Podéis seguirme en instagram @anabergua.autora o en twitter anaberguav







viernes, 22 de abril de 2022

Zapatos abiertos

Cuando nuestro estado de ánimo está regulinchi, tendemos a elegir vestirnos con ropas oscuras o con poco color, telas confortables, cortes sencillos, política de mínimo esfuerzo. Sólo tienen que recordar ustedes los anodinos escaparates de las dos temporadas de pandemia precedentes. Escaparates acordes con el sentimiento colectivo. Colores neutros, básicamente todas las gamas de beige. Patrones anchos, pantalones de punto, sin botonaduras ni cremalleras, mucha goma en la cintura, tallas gigantescas para esconder los inconfesables excesos de dulces que reconfortaron nuestras tristezas y la falta obligada de ejercicio físico. 

Tanto tiene que ver lo que nos ponemos por fuera con lo que nos pasa por dentro que a veces nos arrastra. Este invierno he tenido tres jerseys negros, nunca había tenido tantos. Sin querer. Ha sido lo que más me ha apetecido ponerme, me hacían sentir bien, me sentía guapa con ellos, claro, el luto. No he sido consciente de ello hasta que he hecho el cambio de temporada. Jersey negro, pantalón negro, algo por encima han constituido mi uniforme de un día por semana como mínimo desde octubre hasta marzo.

Es como tratar de conjuntar el alma con el espejo. Superado el duelo, bueno, ya me entienden, se hace lo que se puede, llega un día que empiezas a vestir con colores más alegres. Este año sales a la calle y los escaparates tienen naranjas y verdes y fucsias y limas y azul avatar (lo acabo de encontrar en Vogue, por supuesto no sabía que se llamaba así), todos mezclados o por separado. También de esa falsa euforia huyo, porque me da la sensación de que me están manipulando. Las cosas no están tan bien como para lanzar cohetes. 

Al final, como siempre, termino por hacer lo que me da la gana y tratar de coger las riendas de mi estado de ánimo. Si me levanto con dolor de cabeza y malestar me pongo el jersey que tiene escrito HAPPY con perlitas y me pongo maquillaje tapatodo. Así, si me veo de refilón en un espejo me sube la moral. No me voy a creer que estoy happy ni de coña, pero no es cuestión de que me tire más piedras a la cabeza, oiga. 

Si me quiero hacer la tontita un vestido babydoll. En cambio cuando tengo reunión con alguien que me quiere tratar de tonta me pongo mi camiseta de Maléfica, así, como declaración de intenciones, para que se vayan preparando.

Como fan de la serie This is us (véanla, hagan el favor), recuerdo un episodio en el que Beth debía conocer a los padres del novio de su hija y se ponía zapatos abiertos "zapatos abiertos para una mente abierta". Esa es la actitud.



Y, para terminar, y ya que estamos hablando de zapatos, voy a dejar aquí una protesta dirigida a los señores que se dedican a poner de moda las cosas. No hay zapatos en las tiendas. Sólo calzado derportivo. Hagan el favor de volver a hacer zapatos para nosotras. Zapatos, sí. No zapatillas ni sandalias. Za-pa-to. Bailarinas o mocasines o merceditas o manoletinas o francesitas o unos modernérrimos slippers o los clasiquísimos zapatos florita o el zapado de salón  de toda la vida. Basta ya de fealdades. Necesito ponerme mis vestidos con algo que no sea unas Converse blancas. Porque algunos de ellos no quedan bien y las sandalias pues no, oiga, que esta mañana hemos amanecido a 8ºC y tampoco es plan. Les invito al reto de comprarse unos zapatos en una capital de provincia pequeña que no tiene centro comercial. A ver qué encuentran.

En fin. A ver si entre mis lectores hay alguien que corte el bacalao en esto. Gracias por su atención.


viernes, 1 de abril de 2022

Erasmus+

Cuando nos dijeron que esta vez tendríamos que alojar al estudiante de Erasmus en casa se nos hizo cuesta arriba. Venía de Alemania, pongan que se llamaba, por ejemplo, Marcus. En plena vorágine de semana pre-exámenes para unos, de muchísimo lío en casa, con el reciente abandono de la ayuda doméstica. El peor momento, vaya.



Hicimos sitio, ofrecimos tiempo. Nada de habitación de invitados, tendría que dormir con el Erasmus anfitrión, compartir cajones, baño y mesilla de noche. No estaba muy de acuerdo, pero negociamos, aceptó y acertamos. La madre que me habita lo adoptó al instante como uno más.

Su apretón de manos y su sonrisa al llegar me hablaron de un hombre, no niño, seguro de sí mismo, bien educado, fácil y tal vez algo terco. Primera impresión sobresaliente, las siguientes, también. 

Tocó repaso de idiomas para todos. Yo, de la generación de la academia de gramática inglesa con profesores nativos de España, me oí asking todo el día if you want more strawberries. Nunca había hablado tantas cosas en inglés. Señor Madurito tratando de pillar algo con su inglés de Jesús Calleja, ay. Hijos demostrando con su buen nivel que su mundo es infinitamente más grande que el nuestro, luego diremos que si antes estábamos mejor preparados. 

Marcus vino para romper esquemas. Nuestro alemán de la Alemania del este resultó ser alegre y parlanchín, rubísimo, eso sí, como recién salido de cualquier playa de Mallorca. A los 5 minutos era uno más de nosotros. Probó todos los platos, aunque no le gusta el dulce y admite haber subestimado la comida española (inserten aquí una oda al jamón y a la salsa del fricandó que les prometo se comió a cucharadas después de mojar en ella media barra de pan). No me sorprendió que fuese ordenado y disciplinado pero sí que esté estudiando para ingresar en el ejército. Futbolero, inteligente, con grandes conocimientos de historia, es de XBox y no de Play (por favor), a él le sorprendió que en España se entre en casa con los zapatos de la calle y el clima cambiante pero suave de mi tierra en marzo.

Le he abrazado esta mañana y le he dicho adiós con la floja esperanza de volver a verlo algún día (nunca se sabe) un poco de alivio por no tener que andar pidiendo traducción simultánea todo el rato y el corazón un poco encogido por la extraña sensación de pérdida que dejan todas las despedidas. 

Auf wiedersehen, Marcus. Ha sido un placer tenerte en casa.

viernes, 25 de febrero de 2022

Mapas, alas y raíces

 



Le regalé a mi hijo pequeño (a.k.a Bufón, también conocido por Google o Siri) un mapa de rascar, como la lotería de rasca y gana, para que vaya marcando los países en los que ha estado. En abril se va de Erasmus a Alemania unos días, podrá rascar un lugar más. 

Aquí estoy, haciéndome a la idea de que dentro de nada se van a ir. El mundo ya no tiene límites para esta generación. China, Canadá, Australia, Argentina o Finlandia, todo les suena aquí al lado, a un clic de su teléfono móvil. Tienen más información en su palma de la mano de la que sus padres y sus abuelos todos juntos podríamos haber conocido en toda la vida. Su objetivo es todo el planeta, este que está entrando en guerra consigo mismo. Se lo imaginan sin límites, porque no conocen bien lo que hay al otro lado, la cara fea de salir de casa a un lugar con inseguridad, a un país en el que no entienden ni una palabra del idioma, sin todas las comodidades del mundo, como agua corriente y luz. Sólo han visto el vídeo de promoción, con sus sonrisas profiden y sus días de sol y playa. 

Nosotros vivimos en un lugar tan pequeño y falto de encanto (clima riguroso, empresas pequeñas y otras desgracias que no vienen a cuento), que tengo claro que en cuanto puedan deben irse de aquí. Se me irán, lo asumo y lo temo. Porque cuando uno se va de un sitio como este, nunca regresa.Y, aunque le tengo pánico a que se vayan y se olviden de volver, a cada uno de mis hijos le he regalado un mapamundi para que vayan señalando los países que han visitado (pocos, muy pocos, mi autónomo apenas tiene cinco días de vacaciones al año), para que lo conquisten a su ritmo, para que exploren, conozcan, sepan, gusten, detesten, aprendan, para que sueñen con otros lugares e imaginen otras vidas. 

Debemos darles alas para marcharse y raíces para volver. Espero, pues, que vuelen adonde quieran, mejor si los padres pudiéramos llegar en tren y con un idioma más o menos reconocible, mejor si ellos dos están cerca, porque se quieren, se ayudan, se necesitan. Y entonces nosotros nos instalaremos a su lado para no perdernos nada de sus vidas y de nuestros nietos. Así que también yo acaricio el planeta con ojitos de amor, a saber dónde terminarán mis huesos. 

En fin, las raíces llevo trabajándomelas desde hace 20 años y las alas llevo poniéndoselas desde hace ya tiempo, como si no me importara que se marcharan al quinto pino, luciendo sonrisa y empujándoles al borde del nido, fingiendo estar segura de lo que hago. Vete haciendo a la idea, princesa, necesitaremos maletas. 

miércoles, 16 de febrero de 2022

Obligaciones y lastres

 A cuento con la entrada anterior, tener, mejor dicho, mantener un blog diario es muy sacrificado. Ocupa gran parte de tu tiempo pensar en algo que contar. Se reprograma tu mente para estar alerta a imágenes con que ilustrarlo, curiosidades, anécdotas y filtros. No hablar de política, de intimidades inconfesables, de proyectos demasiado inmaduros para dejar de ser secretos, de temas tabú. Para desnudar el alma, pero con recato. 

Y entonces llega un momento en que deja de ser divertido. Pasa de ser una mera obligación (de ti contigo misma y von tus lectores) a ser un lastre. Como en muchas otras cosas en la vida. Esto he aprendido, me quedo con las obligaciones adquiridas de forma voluntaria y suelto los lastres que me ahogan en el fondo de mi mar. A veces el lastre tiene forma de madre o de suegra o de empresa o de trabajo y uno tiene que andar braceando y pataleando para mantenerse a flote. De eso no puedes desprenderte. Lo que no tiene sentido es cavarse su propia tumba, cargarse de pequeñas ataduras que terminan por impedir tu vuelo.

Y lo cierto es que las peores ataduras nos las ponemos nosotros mismos. La ilusión de tantas visitas al blog, de tantos seguidores en instagram, de recibir comentarios alentadores, de ver ascender la curva de las estadísticas, la drogablanda de la popularidad en redes. Decir algo ocurrente o incluso escribir algo realmente bueno y releerlo mil veces hasta memorizarlo, porque te hace sentir bien. 

He puesto como ejemplo este blog, pero me sirve para todo lo demás. Me he propuesto hacer limpieza de lastres, incluso con lo que más me cueste, precisamente con lo que más me cueste. Deberíamos hacer todos limpieza de recuerdos, de personas, de todo aquello que no nos aporte nada y que nos ate sin necesidad y empezar a vivir de nuevo (y a buscarnos otros lastres nuevos, que en el fondo, la cabra siempre tira al monte).

Vamos a soltar lastres y a volar



miércoles, 9 de febrero de 2022

Querida princesa,

Esta mañana he enlazado un artículo de este blog en Twitter, quería explicar un recuerdo. Me he dado cuenta de que mi memoria de los años de la infancia de nuestros hijos están escritos aquí, a modo de bitácora. Me ha sido muy útil encontrarnos, leernos, reconocernos. A ti y a mí. Mi alter ego y yo. Tú, hecha delicadeza, ingenio, creatividad. Yo, mucho menos refinada, agazapada tras tus palabras, cual guisante bajo un montón de colchones, insegura e introvertida. Nuestra fuente principal de inspiración, nuestros hijos, crecieron lo suficiente como para que no les gustara que invadiésemos su intimidad. Ya no nos sentíamos cómodas. Por eso nos fuimos. No queríamos ser leídas por ciertas personas, volvimos al caparazón. Te maté, princesa.

Hoy me he dado cuenta de que es tremendamente injusto porque en realidad te debo mucho. Te debo nada menos que mi memoria, haber conocido a personas muy especiales y haber reencontrado a otras. Te preguntarás qué fue de ellas. Algunas de las asiduas se me escaparon como arena entre los dedos. Ya sabes, la vida. Otras me decepcionaron. Otras siguen ahí, siendo mi mayor sostén cuando hemos naufragado. Son imprescindibles y te las debo a ti.

Querrás saber qué ha sido de nosotras. Cuando escribí por última vez acabábamos de cumplir 42 años y descubrimos que habíamos dejado de ser jóvenes, así que colgamos los patines que acabábamos de comprar con tanta ilusión y nos pusimos un poco serias. El intento de dedicarnos a la nutrición no salió tan bien como esperábamos. En el fondo, la dietética nos gusta pero nos aburre mucho. Fueron los tiempos del Facebook. Querer agradar, esperar el agua de mayo de los Likes, ser fuente de inspiración es agotador. Poner tu confianza en manos de alguien y sentir la traición. Encontrar amigos y perderlos. Y eso también nos cansó, nos agotó.

Pero nunca se nos ha dado bien quedarnos quietas, así que seguimos haciendo cositas, jugando a las mamás, siendo las amantes esposas de nuestro hombre bueno, escribiendo, cosiendo, y liándonos a la más mínima, como con la tienda online de broches que también fracasó ¡Dichosa hiperactividad! Mucho trabajo y éxito, a ratitos, más bien poco.

Ahora somos huérfanas de abuelos y también de padre, que se fue tras dos años de lucha contra el maldito cangrejo. Cuando se muere tu padre ya no eres la misma persona. Tu mano busca agarrarse a la de alguien cuando viene una ola grande y ya no hay nada allí. Vienen los problemas feos, preparar un funeral, decir las palabras que curan cuando tú estás sujetándote las paredes del corazón con tiritas de papel, notarios y cosas de mayores que, como el cáncer, hasta este momento siempre les pasaban a los demás. 

Uf, y la pandemia. Eso no te lo voy contar porque no quiero que me robe ni un segundo más de paz. Si te interesa lee los periódicos. 

No obstante, debes saber que lo esencial sigue intacto. Nuestra familia, Señor Madurito y los chicos, que ya no son niños. Madurito y yo hemos cumplido 31 años juntos, con un amor limpio y sólido y hemos creado una familia que trata de ser hogar para quienes nos rodean. El mayor ha aprobado tres semestres de su ingeniería y el pequeño acabará este la ESO con una señora matrícula de honor ganada a pulso con su trabajo. Estamos muy orgullosas porque todo lo que pasó aquí cuando no eran más que unos niños que me daban un montón de trabajo sirvió de algo. Ellos me han devuelto con creces todo lo que les di entonces. Son buenas personas, se quieren infinito, nos respetan y vemos en ellos un futuro prometedor. 

No puedo prometerte un regreso al cien por cien, pero me doy cuenta que algún día querré saber cómo me sentía cuando tenía 48 años, mis hijos seguían en casa y yo tenía proyectos e ilusiones que nunca acaban de llegar. 

Este es un tiempo de crisis, como cuando empecé el blog en 2009. Llegué para deshacer nudos, como los que ahora me ahogan un poquito. Espero poder deshacerlos escribiéndolos, contigo. Hola, Princesa del Guisante. 



sábado, 6 de junio de 2015

Midiendo el tiempo, segunda parte

Mi hijo mayor tiene ahora exactamente la edad que tenía yo cuando tú te fuiste. Le miro en su belleza imperfecta de cisne a medio construir, con sus debilidades y su frágil seguridad en sí mismo y me traslado sin querer al momento en que se me rompió la vida en dos. Parece, en las personas que tenemos naturaleza alegre, que nada perturba el cascabel de nuestra risa. Claro, nadie hablaba en el 86 del duelo en la infancia. Mi madre nos dijo que ibas a ser una estrella, y con eso habría que conformarse. Bastante trabajo tenía todo el mundo para aprender a vivir sin ti como para acordarse de aquella niña que, a pesar de todo, seguía jugando a las muñecas (eran, insisto, otros tiempos).

Lo que sucedió en nuestra familia en el tiempo posterior a tu muerte voy a omitirlo por vergüenza. Solo diré que, para mí, la niña que perdió a su mediopadre, -cualquiera que nos conociera puede corroborar que te quise tanto como a mi padre de verdad, y eso es mucho-, perder al mismo tiempo el derecho al cariño de su tía y de los únicos primos de su edad, fue una dosis de dolor inconmensurable.

Me reia, sí, y luego me castigaba a mí misma por ser feliz sin ti. Dejé de ir a tu casa porque se me hacía indigno que la vida siguiera sin ti como si nada hubiera pasado. Me escapé -hasta que me pillaron- a ver a mi tía a escondidas, pero lo cierto es que no conseguíamos articular palabra, nos abrazábamos y llorábamos todo el rato.

Recuerdo que me regañaron durante la cena de Nochebuena de ese año porque me levanté para irme al salón a llorar, con un presunto ataque de adolescencia. Lo único que me pasaba es que fui consciente de que nunca volverías y en aquel momento no comprendía por qué todos parecían tan ajenos al dolor. Así dejé de llorarte en público. Tardé años en poder ir al cementerio a verte.

He caminado sin tu mano fuerte y rugosa todo este tiempo. Terminé mis estudios, me enamoré de un hombre bueno y me casé con él. Construimos una casa, un hogar y una familia. Tuvimos unos hijos que te habrían vuelto completamente loco de amor. A ellos les hablo de ti. El mayor tiene 12 años y 9 meses, no quiero, no puedo ni imaginarme la angustia en sus ojos si perdiera al puntal de su vida. Ahora ya es infinitamente tarde para que nadie venga a acordarse de mi dolor.



Esta es mi medida del tiempo: nunca es un buen momento para despedir a los seres queridos. Mi abuelo materno falleció a los 66 años sin cumplir, después de un calvario de dolor. El paterno, con 93, entre algodones y sin sufrir. El sí fue testigo de todas las cosas que me han hecho ser la mujer que soy. También de las menos buenas. La providencia quiso que coincidiera prácticamente en el mismo día. Nunca os olvidaré a ninguno de los dos y haré lo imposible para que, desde donde estéis, os sintáis orgullosos de vuestro patito feo.

viernes, 5 de junio de 2015

Midiendo el tiempo

Tu casa estaba llena de relojes, todos en marcha, todos en hora. Si alguna vez venías a la mía y encontrabas el carrillón parado (como de costumbre) me mirabas con desaprobación y te sentabas de espaldas a él para no verlo. Y si eso no te resultaba posible, te saltabas lo que a ti debía parecerte una norma de urbanidad y le metías mano para arrancar de su letargo el vaivén de su péndulo.
No tengo tu constancia, pero procuro acordarme de mantener en vida todos los relojes de mi casa. Ahora tengo dos, aquel carrillón de cristal y uno que mis padres rescataron del olvido cuando derruyeron la casa de la carretera. No sé a quién perteneció, aunque me gusta imaginar que fue del padre de la abuelabesitos. Estuvo durante décadas dormido en el desván y me costó un poco encontrar quién lo arreglara, pero le cambiaron una pieza y funciona perfectamente. 
Y es tan bonito, con sus números sencillos, su madera agrietada, encogida por la vida, como si la piel le hubiera dado de sí y no hubiera podido recuperar su ser, y el cristal curvado como una pancita de felicidad. 

Cuando me desvelo de madrugada -casi siempre- me imagino que es como una de tantas mañanas en las que me despertaba en tu casa, arropada por la lana del colchón y la camita de princesa que fue de mi tía Ana.
La casa se encontraba sumida en un silencio acompasado por el inefable trotar de todos tus relojes. La abuela dormía. Y tú, sentado en la cocina, habías vuelto ya del kilométrico paseo con Hermi, el viejo  Gran danés, y te tomabas un zumo de naranja, nueces, una tostada. 
Cuando bajo a mi cocina tú no estás. Pero en mi casa se escucha el palpitar del reloj y, a veces, pienso que tu corazón quedó retenido dentro de ese cristal curvo, y me acuesto en el sofá, a sus pies, y entonces sigo durmiendo un poquito, abrigada por el eco monótono de tus latidos.

Un año sin ti, te echo de menos, abuelo. 

lunes, 1 de junio de 2015

Chicas,

os echo de menos. 

Llevo unos cuantos días medio ñoña, agazapada entre libros. El penúltimo Música para feos, de Lorenzo Silva. Qué suerte que esté bien escrito, porque es un libro sin el que podría haber vivido. Excepto por una coma. En serio...
-Para eso, no te habría acompañado hasta aquí.

Claro, si hubiera dicho " -Para eso no te habría acompañado hasta aquí. " así, sin coma, esa expresión no habría resultado tan seductora... 

Bueno, me resulta difícil de explicar así en frío. Igual no era para tanto, pero habría matado por tomarme un café largo y poder contároslo. Y para tener tiempo de miraros a los ojos y mojarme en esas lagrimas no derramadas, o para quitarme las telarañas con el tintineo de vuestra risa. 

No, no, no me falta ruido ni gente, creedme, una comida de Comunión, con primer plato, entreacto y postre dan mucho de sí. Pero mi lengua recién afilada os habría contado de aquella invitada pariente de otro niño, que llevaba un vestido de ganchillo blanco, forrado de un rosa raro, con unos flecos en negro (¡lo juro!). Todas las mujeres presentes apostamos por llamarle el modelo lámpara, pero mi agudísimo marido lo recalificó como lámpara de puticlub de película del oeste. Grande...

Ahora estoy leyendo una de una fugitiva de la cárcel. No está nada, nada mal. Me la pedí por el título, que me resultó irresistible: Los límites de nuestro infinito. 

No me siento con derecho a robaros ni un ápice de tiempo. De hecho, no os siento lejos gracias al trasto este que tengo entre manos. Viajo de acá para allá colgada de vuestro brazo con vuestras fotos, achucho a vuestros niños virtualmente, me emociono con vuestros logros y me preocupo del bienestar de vuestros corazones cuando a pesar de la distancia os leo entre líneas.

Que no cunda el pánico, no me pasa nada raro. Sólo que mayo y junio se me visten de negro y de fin de curso, y las cosas que terminan siempre se me han dado mal. 

Ahora que ya os lo he contado me siento ya un poquito mejor. 

Un besazo, nos llamamos.


jueves, 28 de mayo de 2015

Nacer mujer

Cuando supe que iba a tener un segundo hijo varón quedé, de una parte, muy consternada (debía ser el último, por mi salud). Tener hijas que sean la prolongación de tu cuerpo, y que ellas traigan al mundo a tu estirpe se me antoja algo sencillamente precioso. 

En fin, luego pensé que me alegraba por ellos. Porque sus vidas resultarían, sin ninguna duda, mucho más sencillas que las de sus compañeras del género femenino. Seamos realistas, ser mujer nunca fue una ganga. 

Ahora tampoco, a pesar de que nos creemos super poderosas. Hemos adquirido un poder como nunca, nuestra voz es escuchada, ganamos nuestro propio dinero, nos realizamos como personas, como mujeres, como madres. Alcanzamos nuestra plenitud una década más tarde cada lustro, ¿no os habéis fijado que las mujeres de sesenta ahora lucen como las de cuarenta de hace nada? Pero todo a costa de un gran esfuerzo. A menudo, fruto de tener que aparcar alguna de esas parcelas, posponer la maternidad hasta edades ridículas, o enfrentarse a un mundo que sigue siendo patriarcal. 

Bla bla bla. Lo de siempre ¿verdad? Pues no, hoy vengo dispuesta a demostrar que tenemos todavía mucho camino que recorrer en términos de dignidad y de igualdad. 

Os dejo dos noticias que me han dejado un nudo en la garganta del que no consigo librarme. 

Primera: Existen datos que ponen en evidencia que en España se están practicando abortos selectivos de niñas. Si el aborto en sí me parece un acto lamentable y triste, el hecho de que alguien no pueda existir porque es una mujer y a sus padres no les viene bien tener una fémina me parece sencillamente vomitivo. Dejo el enlace de la fuente de Europa Press para que podáis leer la noticia entera. 

La segunda la he escuchado en la radio. No daba crédito. Al parecer, una niña gitana de 11 años (por el amor de Dios, como mi sobrina) de padres rumanos, fue vendida por sus padres por 17.000€ a un marido. Abusó de ella y dejó que sus padres abusaran también. Convertida en una esclava sexual durante años por un hijo de la grandísima. Se lo he escuchado a Expósito en la COPE esta mañana, y la pregunta que ha lanzado, hoy a las 8:05 debería hacer caer la cara de vergüenza a nuestra sociedad henchida de soberbia:

¿Te imaginas la cara de esa chica? 


No he podido, no he querido, me ha producido vergüenza, siquiera imaginarla. De repente se me figuraban rostros de las niñas que me rodean y a ninguna he podido imaginar mirándome preguntándome por qué en su mundo, en el mío, pasan estas cosas a las mujeres. 

Imagen de aquí

Nosotras, que nos creemos tan guapas, tan listas, en este mundo tan solidario y estupendo, que en los programas en primetime buscan hogares para perritos maltratados, no tenemos ni la más puñetera idea de qué significa ser mujer y olvidamos agradecer que pertenecemos a un mundo en el que se nos respeta y en el que tenemos lugar. 

Ah, no. 

Que esas dos noticias han pasado en España, Europa, el primerísimo mundo. 
Sólo se me ocurre una cosa: rezar.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Vahído

Se viste el cielo 
de primavera arrogante 
y de las alas negras 
de las golondrinas
que chillan tu nombre:
Anita, ¡Anita! 

Una ráfaga de cierzo
llena mis ojos de memoria
y te busco entre las rosas,
en el dedal dormido,
en el escabel en que muere
mi caminar.

Me descubro hablándote, 
buscando los nudos
de tus dedos entre los míos,
preñados de recuerdo.
Y se me ahoga el alma 
en un vahído.




Cada vez te echo más de menos.



miércoles, 29 de abril de 2015

Impunidad

Me mandaron un mensaje para que lo viralizara (lo hice), solicitando que se rindieran honores al maestro fallecido en acto de servicio en defensa de sus alumnos. La noticia de la identidad de su asesino, disculpen si equivoco la terminología, un menor de 13 años, aquejado posiblemente de una enfermedad, nos ha dolido a todos. 
Y nos ha recordado que la edad hasta la que uno no es responsable de los actos criminales cometidos acaba a los 14 años. 

No sé si esta circunstancia fue la que impusló a una pandilla de mamarrachos de la población de Alpicat a cometer un acto vandálico contra un grupo de chicos y su profesora de catequesis. 


No sé si, como esos otros, un grupito de chicos de etnia gitania de una  clase de primero de ESO plantaron cara ayer a dos maestras dentro de la escuela. Según me contaban, uno de estos chavales, repetidor, eso sí, al que se sumaron tres más, quisieron terminar la clase cuando les vino en gana, la profesora trató de bloquearles la salida sujetando la puerta y esos  cuatro hombretones -físicamente, claro- forcejearon en sentido contrario y lograron salir por fin. Por la tarde les vi, me los crucé por la calle y me estremecí. Vi lo grande de su cuerpo y lo escaso de su bondad y la protección que les da la manada, y supe que tendremos problemas.
La trágica noticia del chaval de la ballesta ha puesto en conocimiento de una legión de descerebrados de menos de 14 años que, hagan lo que hagan, no les va a pasar nada. 
Que Dios nos asista. 


“EL MUNDO”, viernes 24 de abril de 2015  
 
                                                HOMENAJE A UN PROFESOR HÉROE
 
       Sr. Director:
 
            Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
                Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero Abel era, simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más inri. El primer docente muerto en las aulas en nuestro país no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación. Así que solicito desde aquí que el próximo instituto que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
 
                                                                                                Luis Azcárate Iriarte.  Pamplona



domingo, 26 de abril de 2015

El boli azul



Debió empezar como un juego. Se te cayó el boli al suelo y alguien lo hizo correr con una patadita hasta que desapareció de tu alcance y de tu vista. La profesora, quién sabe si harta ya de bromas de adolescentes,  te ordenó que te sentaras y tú te apañaste con un cacharro que soltaba tinta a ratos para terminar la clase.

Perdiste por siempre el bolígrafo por no desobedecer a la maestra, y por falta de picardía no le pediste el boli a la chica que hizo que tú perdieras el tuyo. El boli... El que tú te habías comprado con tu dinerito con tu paga para caprichos, en lugar de pedírmelo a mí. ¡Ah, amigo! Eso te dolió más aún, era TU boli, nuevo de hacía dos días.

Te pedí que la próxima vez te enfrentaras a la situación con agallas. Si tú considerabas que la profesora debería haber resuelto el problema de otra forma, deberías haberle planteado la cuestión de forma educada. Está bien la resiliencia, pero no dejes que abusen de ti.  Porque al final, resulta que a los que son buena gente que nunca se quejan de nada, todos le pueden hacer de todo. Y los que son unos bichos, para que no se reboten, a esos no les toca nadie. 

Porque no es la primera vez. Te bajaron tres puntos de un trabajo en el que tenías un merecido 10 porque alguien te rompió la estructura de madera. Y los autores del estropicio quedaron impunes. En cambio, te culparon a ti por no cuidar tu material, en eso estuve de acuerdo. Pero no proporcionan taquillas ni armarios suficientes a los alumnos. Ni siquiera las aulas se encuentran cerradas fuera de las horas de clase. Era difícil que tú pudieras hacerlo, aun así, aceptamos y aprendimos.

Yo voy a apoyarte de forma incondicional si tú te defiendes con inteligencia y sensatez. Porque creo que en la escuela uno no debe de aprender sólo matemáticas y ciencia. La forma de enseñar a los niños conceptos como la justicia, la lealtad, la honestidad, la ecuanimidad y el respeto es poniéndolos en práctica. 

Además, sé que sabes hacerlo. Lo demostraste el otro día. Me dijiste que te habían pedido  aprender de memoria un himno para cantarlo, y te contaron una patraña politizada sobre su origen. Por esa razón te negabas a cantar. Te dije que era tu decisión, que íbamos a apoyarte escogieras lo que escogieras. Sin embargo, si tú tomas el himno sin la cuestión política, te expliqué, no pondrás en riesgo tus notas (y no te lo dije, pero pensé también que evitabas enemistarte con la profesora). Estoy de acuerdo hagas lo que hagas, te aseguré. Porque sabía que no me fallarías. 

Sacaste la nota más alta de la clase, a pesar de la maestra, que sospechaba de tu intención por razones que no vienen al caso. La dejaste con la boca abierta. Y me dejaste muy clarito que sabes donde pisas. Me dijiste que te sentías orgulloso de lo que habias hecho, porque si el himno que hubieran pedido aprender fuera el del "equipo contrario" vamos a decirlo así, habrían habido pitos y abucheos. En cambio tú les habías dado en toda la boca callándoles con tu nota. 

Tu compañera de clase te debe un boli nuevo, no tengas miedo de exigírselo. Yo te apoyo. Soy tu fan n#1.

jueves, 23 de abril de 2015

Mi día del libro

Después de cuatro Sant Jordis frenéticos, incluso después de haber pedido fiesta en mi trabajo, este año decliné cualquier invitación, cité a varias personas durante la mañana para vencer la tentación del paseo eterno por las avenidas llenas de paradas de libros, rosas y reivindicadores varios.
He celebrado mi día del libro de la mejor manera que se me ha ocurrido, escogiendo libros para mis chicos y leyendo de un tirón el libro que me compré el...¿lunes?
He tomado el sol a la hora de mi siesta con él entre mis manos, he terminado un capítulo en un semáforo en rojo, he dejado olvidada la comida de mañana por no perderme el final, aunque luego me ha tocado correr. Incluso he tenido que ponerme una alarma para que no se me pasara la hora de recoger a mi hijo en el colegio.
Me he tomado una tarde medio libre, aunque he hecho pasta, he recogido a los chicos y los he llevado a sus actividades, he recogido los zapatos que tenía poniendo tapas en el zapatero, he buscado una tienda en la que encontrar una funda para mi tablet, he puesto una lavadora y recogido el detergente que se me ha caído, en fin, unas pinceladas de mi propia vida intercaladas entre uno y otro ambiente de mi novela.
Y he sido feliz, que ya es mucho. Porque normalmente no suelo tener tiempo ni para sentarme, y miro a mis otras aficiones de placer, como la costura, la lectura, la decoración, mi jardín, mis gatitos, con verdadera nostalgia.
Si hoy pudiera pedir un deseo es pasar el próximo Sant Jordi firmando algo nuevo en una mesa con mucha gente esperando al otro lado. Pero si no llega ese momento me pido tener un libro que me guste en mis manos, como El lenguaje de las flores, de Vanessa Diffenbaugh, que os recomiendo con cariño.

No dejéis de leer, y por favor, comprad vuestros libros, no los pirateéis. Los autores ganamos una miseria por cada ejemplar vendido, por cada ejemplar copiado de alguien que lo robó, los primeros en perder somos quienes amamos a la lectura. Nada es gratis, no robéis.

domingo, 12 de abril de 2015

La famosa charla y mi punto de vista

Cómo explicar esto sin parecer una oportunista... Bueno, creo que yo necesito verlo escrito, así que tomadlo con cariño.
http://youtu.be/q7mBuoYYF-M

Habréis visto y leído sobre esta charla de cinco minutos en todas partes. Me inspiró el blog de Marta Barroso, de hecho. Me gustó mucho, y me sorprendió mucho también darme cuenta de que yo sabía ya estas tres cosas.
Sin llegar al dramatismo de ver que se estrellaba mi avión, por dos veces me he visto en un quirófano con la vida pendiente de un hilo por hemorragia interna. A pesar de saber que estaban a punto de salvarme el pellejo (gracias, Emilio), y seguramente por el hecho de estar desangrándome, yo pensé algunas de las cosas que se le ocurrieron a Ric Elias. 
Supe que pesar un kilo y medio más de lo que quisieras no es una tragedia. Ni cinco... Toda la vida a dieta, estúpidas revistas y estúpidos diseñadores de tallas 34 y 36. Para qué. Perder la vida sí es grave. Y lo digo yo que, de camino a la clínica, dos horas antes de mi operación de urgencia pasé a la esteticista a depilarme.
Supe que es una soberana idiotez discutir por cosas tan banales como la forma de estrujar la pasta de dientes. Discuto por deporte, por entretenimiento, pero procuro no discutir en serio. Para qué. 
Supe que sientes un gran frío en el alma cuando te mueres (yo tenía muchísimo frío en todas partes por falta de riego sanguíneo).
Pensé en los hijos que no podría conocer. La primera vez no los tenía aún. 
Pensé, la primera vez, con una tremenda tristeza, que menudo papelón le dejaba a mi marido, que quedaba viudo con 29 años. La segunda fue mucho peor, pensaba que dejaba viudo y huérfano. 
Ahí me planté. No pensaba morirme y perderme su vida y la de sus hermanos. No tenía miedo de morirme yo, sino que me mataba pensar en su tristeza y en lo que iba a perderme.
Ahora os cuento qué fue lo que cambió en mi vida. No es un cambio radical, porque existe un hábito demasiado grande, pero 15 años después de ese momento (bueno, me di cuenta mucho antes), sé que mi vida sufrió un punto de inflexión.
La relación con mi marido adquirió un matiz de profundidad. Nunca fuimos los mismos, empezamos a amar de verdad,  a lo bolero, como si fuera esa noche la última vez. Podría haberlo sido.  
Aprendí quien estaría conmigo si lo necesitaba. 
Aprendí a toser sujetándome la tripa, que las tareas de casa no se hacen solas y que me acompañarán toda mi vida y que todos te ayudan si pides cosas concretas, y a poder ser, pocas.
Por el gran shock del susto que me di, caí en una depresión. Sin diagnóstico, sin tratamiento, bastante sola. Me di cuenta que tendría que salir de ella sin diagnóstico, sin tratamiento y sola. Que cuanto más bajara hasta lo hondo, de más abajo tendría que remontar, asi que dejé de lamentarme y empecé a subir. Supe, para siempre, que no debes ceder ante una  depresión. 
Desde entonces, mi vida giró hacia una actividad frenética, detesto sentir que estoy perdiendo el tiempo.
¿Me hizo mejor persona esa experiencia? Sin duda sí. No sé si escucharlo de otra persona me hubiera servido de algo. Sirva mi propio testimonio para apoyar la reflexión de ese superviviente.

miércoles, 1 de abril de 2015

Lo que aparentas

Esta era una charla que tenía ganas de darte, desde que te veo tan mayor.Tan mayor... intuyo en el adolescente con voz de gallo Claudio que eres ahora una persona adulta con un perfil muy marcado.

Creo que aún soy la persona de este mundo que mejor te conoce, porque así debe de ser. Te conozco a pesar de tu voluntad, de tu timidez e inseguridad. Yo leo en tus ojos todo tu bien y tu pizca de maldad, esa que impide que nadie se atreva a decir de ti que eres tonto, por demasiado bueno. Y es en ese lugar sombrío de la noche de tu mirada donde a mí se me hiela la sangre por el miedo, porque no podré evitar que conozcas personas que, vestidas de corderito, escondan un lobo hambriento en sus entrañas. 

De eso era de lo que quería hablar contigo, del aspecto que se supone que uno debe de tener, pero desde ti. Bueno, me lío, como siempre. Te contaba, a mi manera, cómo resulta patético, casi siempre, querer aparentar lo que uno no es, y que, de alguna forma, nuestra condición física hará que se espere de nosotros que tengamos una personalidad u otra. Al fin y al cabo estamos en un mundo que siempre, siempre pone primero el precio a las personas por su aspecto físico, si acaso un poco más tarde le damos la segunda oportunidad.

Te decía que tú vas a ser un tipo alto y grande, como tu abuelo, como un árbol de grandes ramas protectoras y profundas raíces, que tu sola presencia hará que se espere de ti un aplomo y una seguridad. 



Te lo decía con la esperanza de que no hagas payasadas, porque tu cuerpo siempre ha crecido a la misma velocidad que tu desbocada imaginación. Te veo, con tu metro sesenta, jugando a tirarte sobre la montaña de ramas, a carreras de fórmula uno sobre patines, al teléfono de cordel y vasos de plástico, como si pesaras 30 kilos y fueras un crío de 8 años. Eso sí, el tipo más feliz del mundo, dando un poco -bastante- la espalda a las responsabilidades.

Y también sé que te tocará muchas veces hacer de tripas corazón y con ese valor ligeramente inconsciente que tienes decir un 'no' bien alto a todas las tentaciones que se te presenten. Porque sé que, como serás un grandullón, te van a ofrecer el mal en bandeja de plata cincuenta veces, y yo quiero que tú seas esa presencia digna que se atreva, que se atreva a decir que no. 

Qué vértigo me produce sólo de pensarlo. Porque detrás de ti empieza a recorrer el camino el fibroso de tu hermano, ese que primero actúa y luego piensa, ese que en el fondo es un caguetas y que para ser el gallo más gallo del corral hará cosas que están mal sólo para demostrarse que no tiene tanto miedo. Esto es la maternidad, supongo, ese secreto temblor que sólo aquí se atreve una a poner en voz alta. 
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Por favor,

Si algo de lo que expongo aquí te molesta, te pertenece, o habla de ti y quieres que lo borre, tan solo tienes que pedírmelo. Nunca quise ofenderte, ni plagiarte, ni molestarte...
Este es un espacio de libertad y, sobre todo, de respeto.