Queridos hijos,
Quiero confesaros algo: yo no soy como la madre esa del anuncio de atún. No tengo superoído ni telepatía. No puedo crear un escudo protector contra los virus ni contra la ignorancia. No puedo evitar vuestro sufrimiento ni preveniros contra aquello que será vuestra experiencia. No puedo acolchar el mundo para que no os lastiméis.
Yo pertenezco a una generación curiosa en la que las mujeres nos pasamos la vida luchando por ser totalmente perfectas en todo. No basta con hacer magdalenas, hay que ser unas expertas en cupcakes, fondant y galletas glaseadas. No nos conformamos en bajar dobladillos y coser rodilleras, sino que tenemos que ser doctas en patchwork, bordado lagarterano y encaje de bolillos.
No es suficiente con trabajar una jornada laboral fuera de casa y cuidar de vosotros. Nosotras tenemos que supervisar vuestros deberes y controlar absolutamente todos los aspectos de vuestras vidas
Y además tener un blog, tener buenas relaciones sociales, saber bailar, aguantar las juergas como si el mañana no existiera, vestir de forma estupenda, con cuatro perras, que la vida está muy dura, pero estar al día de las últimas novedades de la moda y de la decoración de las más exquisitas revistas de actualidad.
Ingerir y preparar en casa (¡faltaría!) variadísima comida saludable basada en la dieta mediterránea y hacer nuestro propio pan. Tener en la despensa cantidades ingentes de productos de delicatessen que no podemos ni probar, porque la operación bikini acecha a la vuelta de la esquina.
Como no, tenemos que estar al tanto de todas las novedades literarias del momento, haber leído las Sombras del señor Grey ese que arrasa en las librerías y en las boutiques eróticas y a ser posible querer ponerlas en práctica. También conocer a todos los que salen en las noticias, el desarrollo de todas las series y haber visto los últimos estrenos del cine y ser habilidosas con todas las nuevas tecnologías.
Las mujeres tenemos que ser dialogantes pero convincentes, sinceras pero discretas, saber escuchar siempre y expeler palabras en la precisa medida, ser dulces pero no pacatas, ser valientes pero no marimachos, maquillarnos como si no estuvieramos maquilladas y envejecer sin que se note.
Y todo ello, hacerlo de forma estoica, sin mostrarnos cansadas. Y ser humildes, asumir que todo eso ya lo hacían nuestras madres. Porque ellas también lo hacían. Y lo harán vuestras hijas.
No, hijos, no soy perfecta. Me equivoco cada día cien veces. No puedo evitar mirar como se me escapa vuestro tiempo de las manos, y asumir que dentro de nada abandonaréis el cobijo de mi ala y dejaréis de verme como MAMÁ y empezaré a ser gran parte de vuestros problemas, la que pone límites, la que no os comprende, quien os ate a esa infancia que necesitáis abandonar. Mientras, me comprometo a seguir haciéndolo tan bien como pueda, a darme todos los días a vosotros y a vuestro padre, porque con cada fragmento que entrego, recibo una montaña. Doy gracias a Dios por haberme hecho mujer, aunque eso suponga esfuerzo y sacrificio.