También ha habido tiempo para soñar. En el verano que se huele en el aire. En las tardes que ya empiezan a no tener final. En mi niño pequeño que aprenderá a nadar, en mi niño grande, que es cada vez más mayor.
Y de repente, aquel salto de la memoria al tiempo de bebés de mis hijos, que cada vez siento más lejano. Qué difícil es anclar la mirada en aquellos días. De repente te ves planchando un pantalón y te das cuenta de que les quedará pequeño. Y tus ojos buscan en tu mente el tamaño de su primer pantalón. Y no te lo quieres creer. Un 27 y un 36 de pie.. ¿mis bebés?
No, claro, tu parte sensata te dice que tienen que crecer por obligación, y te gusta que se hagan más independientes de ti, y más seguros. Pero es inevitable sentir una punzadita de tristeza por la añoranza de aquellas piernecitas regordetas, por los mofletes blanditos, por las carcajadas repentinas, por las manos torpes que querían acercar un chupete a la boca.
Y entonces me repito, como para convencerme, que cada época de la vida de nuestros hijos tiene algo especial. Esta tarde, Marlin y su padre estaban haciendo bricolage juntos. El joven guisante marcaba unas medidas en un listón de madera y el Guisante mayor las cortaba. Mientras, el pequeño Bufón, cansado de que no le dejaran ayudar se ha puesto un DVD y le escuchaba cantando. Yo, con un ojo en la labor, y otro en mis chicos, me he sentido feliz.
Esta tarima de madera, sobre la que dentro de poquitos días pondremos la piscinita de los niños es el fruto del trabajo de los hombres de mi castillo. Gracias por el esfuerzo... ha quedado de ensueño.