© de la imagen La meva maleta

viernes, 25 de febrero de 2022

Mapas, alas y raíces

 



Le regalé a mi hijo pequeño (a.k.a Bufón, también conocido por Google o Siri) un mapa de rascar, como la lotería de rasca y gana, para que vaya marcando los países en los que ha estado. En abril se va de Erasmus a Alemania unos días, podrá rascar un lugar más. 

Aquí estoy, haciéndome a la idea de que dentro de nada se van a ir. El mundo ya no tiene límites para esta generación. China, Canadá, Australia, Argentina o Finlandia, todo les suena aquí al lado, a un clic de su teléfono móvil. Tienen más información en su palma de la mano de la que sus padres y sus abuelos todos juntos podríamos haber conocido en toda la vida. Su objetivo es todo el planeta, este que está entrando en guerra consigo mismo. Se lo imaginan sin límites, porque no conocen bien lo que hay al otro lado, la cara fea de salir de casa a un lugar con inseguridad, a un país en el que no entienden ni una palabra del idioma, sin todas las comodidades del mundo, como agua corriente y luz. Sólo han visto el vídeo de promoción, con sus sonrisas profiden y sus días de sol y playa. 

Nosotros vivimos en un lugar tan pequeño y falto de encanto (clima riguroso, empresas pequeñas y otras desgracias que no vienen a cuento), que tengo claro que en cuanto puedan deben irse de aquí. Se me irán, lo asumo y lo temo. Porque cuando uno se va de un sitio como este, nunca regresa.Y, aunque le tengo pánico a que se vayan y se olviden de volver, a cada uno de mis hijos le he regalado un mapamundi para que vayan señalando los países que han visitado (pocos, muy pocos, mi autónomo apenas tiene cinco días de vacaciones al año), para que lo conquisten a su ritmo, para que exploren, conozcan, sepan, gusten, detesten, aprendan, para que sueñen con otros lugares e imaginen otras vidas. 

Debemos darles alas para marcharse y raíces para volver. Espero, pues, que vuelen adonde quieran, mejor si los padres pudiéramos llegar en tren y con un idioma más o menos reconocible, mejor si ellos dos están cerca, porque se quieren, se ayudan, se necesitan. Y entonces nosotros nos instalaremos a su lado para no perdernos nada de sus vidas y de nuestros nietos. Así que también yo acaricio el planeta con ojitos de amor, a saber dónde terminarán mis huesos. 

En fin, las raíces llevo trabajándomelas desde hace 20 años y las alas llevo poniéndoselas desde hace ya tiempo, como si no me importara que se marcharan al quinto pino, luciendo sonrisa y empujándoles al borde del nido, fingiendo estar segura de lo que hago. Vete haciendo a la idea, princesa, necesitaremos maletas. 

miércoles, 16 de febrero de 2022

Obligaciones y lastres

 A cuento con la entrada anterior, tener, mejor dicho, mantener un blog diario es muy sacrificado. Ocupa gran parte de tu tiempo pensar en algo que contar. Se reprograma tu mente para estar alerta a imágenes con que ilustrarlo, curiosidades, anécdotas y filtros. No hablar de política, de intimidades inconfesables, de proyectos demasiado inmaduros para dejar de ser secretos, de temas tabú. Para desnudar el alma, pero con recato. 

Y entonces llega un momento en que deja de ser divertido. Pasa de ser una mera obligación (de ti contigo misma y von tus lectores) a ser un lastre. Como en muchas otras cosas en la vida. Esto he aprendido, me quedo con las obligaciones adquiridas de forma voluntaria y suelto los lastres que me ahogan en el fondo de mi mar. A veces el lastre tiene forma de madre o de suegra o de empresa o de trabajo y uno tiene que andar braceando y pataleando para mantenerse a flote. De eso no puedes desprenderte. Lo que no tiene sentido es cavarse su propia tumba, cargarse de pequeñas ataduras que terminan por impedir tu vuelo.

Y lo cierto es que las peores ataduras nos las ponemos nosotros mismos. La ilusión de tantas visitas al blog, de tantos seguidores en instagram, de recibir comentarios alentadores, de ver ascender la curva de las estadísticas, la drogablanda de la popularidad en redes. Decir algo ocurrente o incluso escribir algo realmente bueno y releerlo mil veces hasta memorizarlo, porque te hace sentir bien. 

He puesto como ejemplo este blog, pero me sirve para todo lo demás. Me he propuesto hacer limpieza de lastres, incluso con lo que más me cueste, precisamente con lo que más me cueste. Deberíamos hacer todos limpieza de recuerdos, de personas, de todo aquello que no nos aporte nada y que nos ate sin necesidad y empezar a vivir de nuevo (y a buscarnos otros lastres nuevos, que en el fondo, la cabra siempre tira al monte).

Vamos a soltar lastres y a volar



miércoles, 9 de febrero de 2022

Querida princesa,

Esta mañana he enlazado un artículo de este blog en Twitter, quería explicar un recuerdo. Me he dado cuenta de que mi memoria de los años de la infancia de nuestros hijos están escritos aquí, a modo de bitácora. Me ha sido muy útil encontrarnos, leernos, reconocernos. A ti y a mí. Mi alter ego y yo. Tú, hecha delicadeza, ingenio, creatividad. Yo, mucho menos refinada, agazapada tras tus palabras, cual guisante bajo un montón de colchones, insegura e introvertida. Nuestra fuente principal de inspiración, nuestros hijos, crecieron lo suficiente como para que no les gustara que invadiésemos su intimidad. Ya no nos sentíamos cómodas. Por eso nos fuimos. No queríamos ser leídas por ciertas personas, volvimos al caparazón. Te maté, princesa.

Hoy me he dado cuenta de que es tremendamente injusto porque en realidad te debo mucho. Te debo nada menos que mi memoria, haber conocido a personas muy especiales y haber reencontrado a otras. Te preguntarás qué fue de ellas. Algunas de las asiduas se me escaparon como arena entre los dedos. Ya sabes, la vida. Otras me decepcionaron. Otras siguen ahí, siendo mi mayor sostén cuando hemos naufragado. Son imprescindibles y te las debo a ti.

Querrás saber qué ha sido de nosotras. Cuando escribí por última vez acabábamos de cumplir 42 años y descubrimos que habíamos dejado de ser jóvenes, así que colgamos los patines que acabábamos de comprar con tanta ilusión y nos pusimos un poco serias. El intento de dedicarnos a la nutrición no salió tan bien como esperábamos. En el fondo, la dietética nos gusta pero nos aburre mucho. Fueron los tiempos del Facebook. Querer agradar, esperar el agua de mayo de los Likes, ser fuente de inspiración es agotador. Poner tu confianza en manos de alguien y sentir la traición. Encontrar amigos y perderlos. Y eso también nos cansó, nos agotó.

Pero nunca se nos ha dado bien quedarnos quietas, así que seguimos haciendo cositas, jugando a las mamás, siendo las amantes esposas de nuestro hombre bueno, escribiendo, cosiendo, y liándonos a la más mínima, como con la tienda online de broches que también fracasó ¡Dichosa hiperactividad! Mucho trabajo y éxito, a ratitos, más bien poco.

Ahora somos huérfanas de abuelos y también de padre, que se fue tras dos años de lucha contra el maldito cangrejo. Cuando se muere tu padre ya no eres la misma persona. Tu mano busca agarrarse a la de alguien cuando viene una ola grande y ya no hay nada allí. Vienen los problemas feos, preparar un funeral, decir las palabras que curan cuando tú estás sujetándote las paredes del corazón con tiritas de papel, notarios y cosas de mayores que, como el cáncer, hasta este momento siempre les pasaban a los demás. 

Uf, y la pandemia. Eso no te lo voy contar porque no quiero que me robe ni un segundo más de paz. Si te interesa lee los periódicos. 

No obstante, debes saber que lo esencial sigue intacto. Nuestra familia, Señor Madurito y los chicos, que ya no son niños. Madurito y yo hemos cumplido 31 años juntos, con un amor limpio y sólido y hemos creado una familia que trata de ser hogar para quienes nos rodean. El mayor ha aprobado tres semestres de su ingeniería y el pequeño acabará este la ESO con una señora matrícula de honor ganada a pulso con su trabajo. Estamos muy orgullosas porque todo lo que pasó aquí cuando no eran más que unos niños que me daban un montón de trabajo sirvió de algo. Ellos me han devuelto con creces todo lo que les di entonces. Son buenas personas, se quieren infinito, nos respetan y vemos en ellos un futuro prometedor. 

No puedo prometerte un regreso al cien por cien, pero me doy cuenta que algún día querré saber cómo me sentía cuando tenía 48 años, mis hijos seguían en casa y yo tenía proyectos e ilusiones que nunca acaban de llegar. 

Este es un tiempo de crisis, como cuando empecé el blog en 2009. Llegué para deshacer nudos, como los que ahora me ahogan un poquito. Espero poder deshacerlos escribiéndolos, contigo. Hola, Princesa del Guisante. 



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