Me hice el propósito de no hablar de las maestras de mis hijos, por si alguna de ellas leía este blog. Hoy voy a utilizar, precisamente esta herramienta para conseguir, con un poco de suerte, que alguna de ellas sepa qué pensamos los padres respecto a algo que han hecho mal.
Vaya por delante que respeto la autoridad de las profesoras de mis hijos porque ellas quieren, en principio, lo mismo que yo, que es que mis hijos aprendan. Además, yo provengo de una familia de maestros: mi abuela, mi tío, mis primos, la cuñada de mi marido (como él dice, no es mi cuñada, es mi concuñada). Yo misma habría estudiado Magisterio de haber sido un poco más lista.
Bien. Me sé todos sus argumentos y estrategias para justificar su injustificable jornada laboral y sus eternas vacaciones.
Voy a relatar, para que vosotros mismos juzguéis, cuál ha sido el plan de este último mes.
Después de las vacaciones de Navidad, que acabaron -gracias a Dios- el 7 de enero, fueron las fiestas del patrón del pueblo. Como caían en jueves, a final de enero, hicimos puente el viernes. Cuando volvimos a tener a los niños centrados, cuando ya habíamos conseguido hacer entender que dos horas diarias de deberes eran injustas, que había que trabajar en clase, y trabajábamos bien, llegó la semana blanca de los cogotes (y no es la palabra que estoy buscando).
Fiesta del 28 de febrero al 6 de marzo. Tenemos que comprender que ellas ya hicieron el esfuerzo y el sacrificio de empezar una semana antes las clases, como si nos lo regalaran.
Luego empezamos a trabajar una semanita más. Porque luego, la semana pasada, que en mi pueblo se celebra el Carnaval (ya sé que es a mitad de Cuaresma, pero dudo que aquí nadie sepa qué significa eso) tocó realizar el proyecto interdisciplinario, que este año se dedica a algo tan intenso y loable como la sonrisa.
Señoras maestras. Si algo sabe hacer un niño de forma espontánea y natural, es sonreír. Es más, si ustedes supieran algo, sabrían que incluso los niños ciegos de nacimiento sonríen de forma espontánea y natural. Bueno, pues pasamos toda la santísima semana sin hacer nada en clase. No se llevaban ni la mochila. Prepararon disfraces, contaban chistes, y cosas por el estilo.
Parecía que la presente semana ya podríamos arrancar. Pues no. El jueves, excursión. Es decir, que no pegamos sello en toda la semana por la emoción del asunto. Incluso nos cambiaron el examen de Medio del viernes.
En resumen UN MES SIN PEGAR SELLO. Luego se quejan de que no son capaces de recordar las tablas de multiplicar, y volverán a ponernos dos horas de deberes diarias. Y digo ponernos, porque a un niño que ha tenido seis horas de clase no lo sientas de forma voluntaria en una silla a trabajar. Y entiéndanme bien: mi queja es estrictamente lectiva, porque soy muy afortunada y tengo a la familia que puede cubrir todas las inagotables fiestas de que ellos disponen.
Estos chicos han perdido prácticamente todo el trimestre. Luego nos lamentaremos de los resultados de las encuestas sobre educación. Si queremos formar ciudadanos competentes, éste no es el camino correcto.