Se rumoreaba desde hacía algunos días algo sobre un coche que perseguía a algunos niños. Ya pasó otras veces, le hice un caso relativo, se tomaron (más) precauciones.
Ayer se lo dijo mi suegra a mi marido... hay unos acosadores, ha sido en el pueblo de al lado.
Por la tarde me contaron la historia completa.
Cuatro tipos (hablaban diferente, con la z, dijeron los niños sin saber precisar) subidos en un coche acosaron a dos niños de 9 años, en un callejón cerca de la salida del colegio después de haber estado jugando solos en el patio (el pueblo tiene 400 o 500 habitantes). Les quisieron obligar a montarse en el coche y les amenazaron con hacer daño a sus padres si no lo hacían. El sentido común les hizo salir corriendo en dirección a ninguna parte, que, afortunadamente, fue hacia la calle de la guardería, de donde salía una mamá.
Se ha alertado a la policía autonómica que merodea por el pueblo siempre que puede (que siempre me parecerá poco).
Me pregunté en voz alta si sería para un secuestro exprés. Mi interlocutora bajó el tono y la mirada, se señaló el vientre y pronunció tres palabras que me han descompuesto el alma: "Tráfico de órganos"
No quiero creer que haya gente con tan pocos escrúpulos como para robar a una criatura, a un ser humano vivo, a un niño, para enriquecerse troceando su cuerpo.
No quiero creerme que exista en este mundo en el que vivo un médico tan desalmado como para utilizar unos órganos que no sabe de dónde proceden, enriqueciéndose por ello.
No quiero creerme que en este lugar haya unos padres capaces de pagar una cantidad, ni pequeña ni grande, para salvar la vida de su hijo segando la del hijo de otros.
No quiero creerme que podría pasarme a mí, que mando a mi hijo al super a por una barra de pan y unos hijos de satanás le obligan a meterse en su coche y yo no le vuelvo a ver jamás, que le extraen qué sé yo, el hígado y el corazón y se lo entregan, previo pago, a un médicucho que a su vez, recibe un buen dinero de unos padres desesperados sin decencia que deben creer, a toda costa, que la vida de su hijo vale más que la de los nuestros.
Tengo el estómago revuelto, jamás había sufrido tanto sólo con imaginarme algo tan atroz.