© de la imagen La meva maleta

viernes, 22 de abril de 2022

Zapatos abiertos

Cuando nuestro estado de ánimo está regulinchi, tendemos a elegir vestirnos con ropas oscuras o con poco color, telas confortables, cortes sencillos, política de mínimo esfuerzo. Sólo tienen que recordar ustedes los anodinos escaparates de las dos temporadas de pandemia precedentes. Escaparates acordes con el sentimiento colectivo. Colores neutros, básicamente todas las gamas de beige. Patrones anchos, pantalones de punto, sin botonaduras ni cremalleras, mucha goma en la cintura, tallas gigantescas para esconder los inconfesables excesos de dulces que reconfortaron nuestras tristezas y la falta obligada de ejercicio físico. 

Tanto tiene que ver lo que nos ponemos por fuera con lo que nos pasa por dentro que a veces nos arrastra. Este invierno he tenido tres jerseys negros, nunca había tenido tantos. Sin querer. Ha sido lo que más me ha apetecido ponerme, me hacían sentir bien, me sentía guapa con ellos, claro, el luto. No he sido consciente de ello hasta que he hecho el cambio de temporada. Jersey negro, pantalón negro, algo por encima han constituido mi uniforme de un día por semana como mínimo desde octubre hasta marzo.

Es como tratar de conjuntar el alma con el espejo. Superado el duelo, bueno, ya me entienden, se hace lo que se puede, llega un día que empiezas a vestir con colores más alegres. Este año sales a la calle y los escaparates tienen naranjas y verdes y fucsias y limas y azul avatar (lo acabo de encontrar en Vogue, por supuesto no sabía que se llamaba así), todos mezclados o por separado. También de esa falsa euforia huyo, porque me da la sensación de que me están manipulando. Las cosas no están tan bien como para lanzar cohetes. 

Al final, como siempre, termino por hacer lo que me da la gana y tratar de coger las riendas de mi estado de ánimo. Si me levanto con dolor de cabeza y malestar me pongo el jersey que tiene escrito HAPPY con perlitas y me pongo maquillaje tapatodo. Así, si me veo de refilón en un espejo me sube la moral. No me voy a creer que estoy happy ni de coña, pero no es cuestión de que me tire más piedras a la cabeza, oiga. 

Si me quiero hacer la tontita un vestido babydoll. En cambio cuando tengo reunión con alguien que me quiere tratar de tonta me pongo mi camiseta de Maléfica, así, como declaración de intenciones, para que se vayan preparando.

Como fan de la serie This is us (véanla, hagan el favor), recuerdo un episodio en el que Beth debía conocer a los padres del novio de su hija y se ponía zapatos abiertos "zapatos abiertos para una mente abierta". Esa es la actitud.



Y, para terminar, y ya que estamos hablando de zapatos, voy a dejar aquí una protesta dirigida a los señores que se dedican a poner de moda las cosas. No hay zapatos en las tiendas. Sólo calzado derportivo. Hagan el favor de volver a hacer zapatos para nosotras. Zapatos, sí. No zapatillas ni sandalias. Za-pa-to. Bailarinas o mocasines o merceditas o manoletinas o francesitas o unos modernérrimos slippers o los clasiquísimos zapatos florita o el zapado de salón  de toda la vida. Basta ya de fealdades. Necesito ponerme mis vestidos con algo que no sea unas Converse blancas. Porque algunos de ellos no quedan bien y las sandalias pues no, oiga, que esta mañana hemos amanecido a 8ºC y tampoco es plan. Les invito al reto de comprarse unos zapatos en una capital de provincia pequeña que no tiene centro comercial. A ver qué encuentran.

En fin. A ver si entre mis lectores hay alguien que corte el bacalao en esto. Gracias por su atención.


viernes, 1 de abril de 2022

Erasmus+

Cuando nos dijeron que esta vez tendríamos que alojar al estudiante de Erasmus en casa se nos hizo cuesta arriba. Venía de Alemania, pongan que se llamaba, por ejemplo, Marcus. En plena vorágine de semana pre-exámenes para unos, de muchísimo lío en casa, con el reciente abandono de la ayuda doméstica. El peor momento, vaya.



Hicimos sitio, ofrecimos tiempo. Nada de habitación de invitados, tendría que dormir con el Erasmus anfitrión, compartir cajones, baño y mesilla de noche. No estaba muy de acuerdo, pero negociamos, aceptó y acertamos. La madre que me habita lo adoptó al instante como uno más.

Su apretón de manos y su sonrisa al llegar me hablaron de un hombre, no niño, seguro de sí mismo, bien educado, fácil y tal vez algo terco. Primera impresión sobresaliente, las siguientes, también. 

Tocó repaso de idiomas para todos. Yo, de la generación de la academia de gramática inglesa con profesores nativos de España, me oí asking todo el día if you want more strawberries. Nunca había hablado tantas cosas en inglés. Señor Madurito tratando de pillar algo con su inglés de Jesús Calleja, ay. Hijos demostrando con su buen nivel que su mundo es infinitamente más grande que el nuestro, luego diremos que si antes estábamos mejor preparados. 

Marcus vino para romper esquemas. Nuestro alemán de la Alemania del este resultó ser alegre y parlanchín, rubísimo, eso sí, como recién salido de cualquier playa de Mallorca. A los 5 minutos era uno más de nosotros. Probó todos los platos, aunque no le gusta el dulce y admite haber subestimado la comida española (inserten aquí una oda al jamón y a la salsa del fricandó que les prometo se comió a cucharadas después de mojar en ella media barra de pan). No me sorprendió que fuese ordenado y disciplinado pero sí que esté estudiando para ingresar en el ejército. Futbolero, inteligente, con grandes conocimientos de historia, es de XBox y no de Play (por favor), a él le sorprendió que en España se entre en casa con los zapatos de la calle y el clima cambiante pero suave de mi tierra en marzo.

Le he abrazado esta mañana y le he dicho adiós con la floja esperanza de volver a verlo algún día (nunca se sabe) un poco de alivio por no tener que andar pidiendo traducción simultánea todo el rato y el corazón un poco encogido por la extraña sensación de pérdida que dejan todas las despedidas. 

Auf wiedersehen, Marcus. Ha sido un placer tenerte en casa.

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