© de la imagen La meva maleta

sábado, 6 de junio de 2015

Midiendo el tiempo, segunda parte

Mi hijo mayor tiene ahora exactamente la edad que tenía yo cuando tú te fuiste. Le miro en su belleza imperfecta de cisne a medio construir, con sus debilidades y su frágil seguridad en sí mismo y me traslado sin querer al momento en que se me rompió la vida en dos. Parece, en las personas que tenemos naturaleza alegre, que nada perturba el cascabel de nuestra risa. Claro, nadie hablaba en el 86 del duelo en la infancia. Mi madre nos dijo que ibas a ser una estrella, y con eso habría que conformarse. Bastante trabajo tenía todo el mundo para aprender a vivir sin ti como para acordarse de aquella niña que, a pesar de todo, seguía jugando a las muñecas (eran, insisto, otros tiempos).

Lo que sucedió en nuestra familia en el tiempo posterior a tu muerte voy a omitirlo por vergüenza. Solo diré que, para mí, la niña que perdió a su mediopadre, -cualquiera que nos conociera puede corroborar que te quise tanto como a mi padre de verdad, y eso es mucho-, perder al mismo tiempo el derecho al cariño de su tía y de los únicos primos de su edad, fue una dosis de dolor inconmensurable.

Me reia, sí, y luego me castigaba a mí misma por ser feliz sin ti. Dejé de ir a tu casa porque se me hacía indigno que la vida siguiera sin ti como si nada hubiera pasado. Me escapé -hasta que me pillaron- a ver a mi tía a escondidas, pero lo cierto es que no conseguíamos articular palabra, nos abrazábamos y llorábamos todo el rato.

Recuerdo que me regañaron durante la cena de Nochebuena de ese año porque me levanté para irme al salón a llorar, con un presunto ataque de adolescencia. Lo único que me pasaba es que fui consciente de que nunca volverías y en aquel momento no comprendía por qué todos parecían tan ajenos al dolor. Así dejé de llorarte en público. Tardé años en poder ir al cementerio a verte.

He caminado sin tu mano fuerte y rugosa todo este tiempo. Terminé mis estudios, me enamoré de un hombre bueno y me casé con él. Construimos una casa, un hogar y una familia. Tuvimos unos hijos que te habrían vuelto completamente loco de amor. A ellos les hablo de ti. El mayor tiene 12 años y 9 meses, no quiero, no puedo ni imaginarme la angustia en sus ojos si perdiera al puntal de su vida. Ahora ya es infinitamente tarde para que nadie venga a acordarse de mi dolor.



Esta es mi medida del tiempo: nunca es un buen momento para despedir a los seres queridos. Mi abuelo materno falleció a los 66 años sin cumplir, después de un calvario de dolor. El paterno, con 93, entre algodones y sin sufrir. El sí fue testigo de todas las cosas que me han hecho ser la mujer que soy. También de las menos buenas. La providencia quiso que coincidiera prácticamente en el mismo día. Nunca os olvidaré a ninguno de los dos y haré lo imposible para que, desde donde estéis, os sintáis orgullosos de vuestro patito feo.

viernes, 5 de junio de 2015

Midiendo el tiempo

Tu casa estaba llena de relojes, todos en marcha, todos en hora. Si alguna vez venías a la mía y encontrabas el carrillón parado (como de costumbre) me mirabas con desaprobación y te sentabas de espaldas a él para no verlo. Y si eso no te resultaba posible, te saltabas lo que a ti debía parecerte una norma de urbanidad y le metías mano para arrancar de su letargo el vaivén de su péndulo.
No tengo tu constancia, pero procuro acordarme de mantener en vida todos los relojes de mi casa. Ahora tengo dos, aquel carrillón de cristal y uno que mis padres rescataron del olvido cuando derruyeron la casa de la carretera. No sé a quién perteneció, aunque me gusta imaginar que fue del padre de la abuelabesitos. Estuvo durante décadas dormido en el desván y me costó un poco encontrar quién lo arreglara, pero le cambiaron una pieza y funciona perfectamente. 
Y es tan bonito, con sus números sencillos, su madera agrietada, encogida por la vida, como si la piel le hubiera dado de sí y no hubiera podido recuperar su ser, y el cristal curvado como una pancita de felicidad. 

Cuando me desvelo de madrugada -casi siempre- me imagino que es como una de tantas mañanas en las que me despertaba en tu casa, arropada por la lana del colchón y la camita de princesa que fue de mi tía Ana.
La casa se encontraba sumida en un silencio acompasado por el inefable trotar de todos tus relojes. La abuela dormía. Y tú, sentado en la cocina, habías vuelto ya del kilométrico paseo con Hermi, el viejo  Gran danés, y te tomabas un zumo de naranja, nueces, una tostada. 
Cuando bajo a mi cocina tú no estás. Pero en mi casa se escucha el palpitar del reloj y, a veces, pienso que tu corazón quedó retenido dentro de ese cristal curvo, y me acuesto en el sofá, a sus pies, y entonces sigo durmiendo un poquito, abrigada por el eco monótono de tus latidos.

Un año sin ti, te echo de menos, abuelo. 

lunes, 1 de junio de 2015

Chicas,

os echo de menos. 

Llevo unos cuantos días medio ñoña, agazapada entre libros. El penúltimo Música para feos, de Lorenzo Silva. Qué suerte que esté bien escrito, porque es un libro sin el que podría haber vivido. Excepto por una coma. En serio...
-Para eso, no te habría acompañado hasta aquí.

Claro, si hubiera dicho " -Para eso no te habría acompañado hasta aquí. " así, sin coma, esa expresión no habría resultado tan seductora... 

Bueno, me resulta difícil de explicar así en frío. Igual no era para tanto, pero habría matado por tomarme un café largo y poder contároslo. Y para tener tiempo de miraros a los ojos y mojarme en esas lagrimas no derramadas, o para quitarme las telarañas con el tintineo de vuestra risa. 

No, no, no me falta ruido ni gente, creedme, una comida de Comunión, con primer plato, entreacto y postre dan mucho de sí. Pero mi lengua recién afilada os habría contado de aquella invitada pariente de otro niño, que llevaba un vestido de ganchillo blanco, forrado de un rosa raro, con unos flecos en negro (¡lo juro!). Todas las mujeres presentes apostamos por llamarle el modelo lámpara, pero mi agudísimo marido lo recalificó como lámpara de puticlub de película del oeste. Grande...

Ahora estoy leyendo una de una fugitiva de la cárcel. No está nada, nada mal. Me la pedí por el título, que me resultó irresistible: Los límites de nuestro infinito. 

No me siento con derecho a robaros ni un ápice de tiempo. De hecho, no os siento lejos gracias al trasto este que tengo entre manos. Viajo de acá para allá colgada de vuestro brazo con vuestras fotos, achucho a vuestros niños virtualmente, me emociono con vuestros logros y me preocupo del bienestar de vuestros corazones cuando a pesar de la distancia os leo entre líneas.

Que no cunda el pánico, no me pasa nada raro. Sólo que mayo y junio se me visten de negro y de fin de curso, y las cosas que terminan siempre se me han dado mal. 

Ahora que ya os lo he contado me siento ya un poquito mejor. 

Un besazo, nos llamamos.


jueves, 28 de mayo de 2015

Nacer mujer

Cuando supe que iba a tener un segundo hijo varón quedé, de una parte, muy consternada (debía ser el último, por mi salud). Tener hijas que sean la prolongación de tu cuerpo, y que ellas traigan al mundo a tu estirpe se me antoja algo sencillamente precioso. 

En fin, luego pensé que me alegraba por ellos. Porque sus vidas resultarían, sin ninguna duda, mucho más sencillas que las de sus compañeras del género femenino. Seamos realistas, ser mujer nunca fue una ganga. 

Ahora tampoco, a pesar de que nos creemos super poderosas. Hemos adquirido un poder como nunca, nuestra voz es escuchada, ganamos nuestro propio dinero, nos realizamos como personas, como mujeres, como madres. Alcanzamos nuestra plenitud una década más tarde cada lustro, ¿no os habéis fijado que las mujeres de sesenta ahora lucen como las de cuarenta de hace nada? Pero todo a costa de un gran esfuerzo. A menudo, fruto de tener que aparcar alguna de esas parcelas, posponer la maternidad hasta edades ridículas, o enfrentarse a un mundo que sigue siendo patriarcal. 

Bla bla bla. Lo de siempre ¿verdad? Pues no, hoy vengo dispuesta a demostrar que tenemos todavía mucho camino que recorrer en términos de dignidad y de igualdad. 

Os dejo dos noticias que me han dejado un nudo en la garganta del que no consigo librarme. 

Primera: Existen datos que ponen en evidencia que en España se están practicando abortos selectivos de niñas. Si el aborto en sí me parece un acto lamentable y triste, el hecho de que alguien no pueda existir porque es una mujer y a sus padres no les viene bien tener una fémina me parece sencillamente vomitivo. Dejo el enlace de la fuente de Europa Press para que podáis leer la noticia entera. 

La segunda la he escuchado en la radio. No daba crédito. Al parecer, una niña gitana de 11 años (por el amor de Dios, como mi sobrina) de padres rumanos, fue vendida por sus padres por 17.000€ a un marido. Abusó de ella y dejó que sus padres abusaran también. Convertida en una esclava sexual durante años por un hijo de la grandísima. Se lo he escuchado a Expósito en la COPE esta mañana, y la pregunta que ha lanzado, hoy a las 8:05 debería hacer caer la cara de vergüenza a nuestra sociedad henchida de soberbia:

¿Te imaginas la cara de esa chica? 


No he podido, no he querido, me ha producido vergüenza, siquiera imaginarla. De repente se me figuraban rostros de las niñas que me rodean y a ninguna he podido imaginar mirándome preguntándome por qué en su mundo, en el mío, pasan estas cosas a las mujeres. 

Imagen de aquí

Nosotras, que nos creemos tan guapas, tan listas, en este mundo tan solidario y estupendo, que en los programas en primetime buscan hogares para perritos maltratados, no tenemos ni la más puñetera idea de qué significa ser mujer y olvidamos agradecer que pertenecemos a un mundo en el que se nos respeta y en el que tenemos lugar. 

Ah, no. 

Que esas dos noticias han pasado en España, Europa, el primerísimo mundo. 
Sólo se me ocurre una cosa: rezar.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Vahído

Se viste el cielo 
de primavera arrogante 
y de las alas negras 
de las golondrinas
que chillan tu nombre:
Anita, ¡Anita! 

Una ráfaga de cierzo
llena mis ojos de memoria
y te busco entre las rosas,
en el dedal dormido,
en el escabel en que muere
mi caminar.

Me descubro hablándote, 
buscando los nudos
de tus dedos entre los míos,
preñados de recuerdo.
Y se me ahoga el alma 
en un vahído.




Cada vez te echo más de menos.



miércoles, 29 de abril de 2015

Impunidad

Me mandaron un mensaje para que lo viralizara (lo hice), solicitando que se rindieran honores al maestro fallecido en acto de servicio en defensa de sus alumnos. La noticia de la identidad de su asesino, disculpen si equivoco la terminología, un menor de 13 años, aquejado posiblemente de una enfermedad, nos ha dolido a todos. 
Y nos ha recordado que la edad hasta la que uno no es responsable de los actos criminales cometidos acaba a los 14 años. 

No sé si esta circunstancia fue la que impusló a una pandilla de mamarrachos de la población de Alpicat a cometer un acto vandálico contra un grupo de chicos y su profesora de catequesis. 


No sé si, como esos otros, un grupito de chicos de etnia gitania de una  clase de primero de ESO plantaron cara ayer a dos maestras dentro de la escuela. Según me contaban, uno de estos chavales, repetidor, eso sí, al que se sumaron tres más, quisieron terminar la clase cuando les vino en gana, la profesora trató de bloquearles la salida sujetando la puerta y esos  cuatro hombretones -físicamente, claro- forcejearon en sentido contrario y lograron salir por fin. Por la tarde les vi, me los crucé por la calle y me estremecí. Vi lo grande de su cuerpo y lo escaso de su bondad y la protección que les da la manada, y supe que tendremos problemas.
La trágica noticia del chaval de la ballesta ha puesto en conocimiento de una legión de descerebrados de menos de 14 años que, hagan lo que hagan, no les va a pasar nada. 
Que Dios nos asista. 


“EL MUNDO”, viernes 24 de abril de 2015  
 
                                                HOMENAJE A UN PROFESOR HÉROE
 
       Sr. Director:
 
            Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
                Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero Abel era, simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más inri. El primer docente muerto en las aulas en nuestro país no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación. Así que solicito desde aquí que el próximo instituto que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
 
                                                                                                Luis Azcárate Iriarte.  Pamplona



domingo, 26 de abril de 2015

El boli azul



Debió empezar como un juego. Se te cayó el boli al suelo y alguien lo hizo correr con una patadita hasta que desapareció de tu alcance y de tu vista. La profesora, quién sabe si harta ya de bromas de adolescentes,  te ordenó que te sentaras y tú te apañaste con un cacharro que soltaba tinta a ratos para terminar la clase.

Perdiste por siempre el bolígrafo por no desobedecer a la maestra, y por falta de picardía no le pediste el boli a la chica que hizo que tú perdieras el tuyo. El boli... El que tú te habías comprado con tu dinerito con tu paga para caprichos, en lugar de pedírmelo a mí. ¡Ah, amigo! Eso te dolió más aún, era TU boli, nuevo de hacía dos días.

Te pedí que la próxima vez te enfrentaras a la situación con agallas. Si tú considerabas que la profesora debería haber resuelto el problema de otra forma, deberías haberle planteado la cuestión de forma educada. Está bien la resiliencia, pero no dejes que abusen de ti.  Porque al final, resulta que a los que son buena gente que nunca se quejan de nada, todos le pueden hacer de todo. Y los que son unos bichos, para que no se reboten, a esos no les toca nadie. 

Porque no es la primera vez. Te bajaron tres puntos de un trabajo en el que tenías un merecido 10 porque alguien te rompió la estructura de madera. Y los autores del estropicio quedaron impunes. En cambio, te culparon a ti por no cuidar tu material, en eso estuve de acuerdo. Pero no proporcionan taquillas ni armarios suficientes a los alumnos. Ni siquiera las aulas se encuentran cerradas fuera de las horas de clase. Era difícil que tú pudieras hacerlo, aun así, aceptamos y aprendimos.

Yo voy a apoyarte de forma incondicional si tú te defiendes con inteligencia y sensatez. Porque creo que en la escuela uno no debe de aprender sólo matemáticas y ciencia. La forma de enseñar a los niños conceptos como la justicia, la lealtad, la honestidad, la ecuanimidad y el respeto es poniéndolos en práctica. 

Además, sé que sabes hacerlo. Lo demostraste el otro día. Me dijiste que te habían pedido  aprender de memoria un himno para cantarlo, y te contaron una patraña politizada sobre su origen. Por esa razón te negabas a cantar. Te dije que era tu decisión, que íbamos a apoyarte escogieras lo que escogieras. Sin embargo, si tú tomas el himno sin la cuestión política, te expliqué, no pondrás en riesgo tus notas (y no te lo dije, pero pensé también que evitabas enemistarte con la profesora). Estoy de acuerdo hagas lo que hagas, te aseguré. Porque sabía que no me fallarías. 

Sacaste la nota más alta de la clase, a pesar de la maestra, que sospechaba de tu intención por razones que no vienen al caso. La dejaste con la boca abierta. Y me dejaste muy clarito que sabes donde pisas. Me dijiste que te sentías orgulloso de lo que habias hecho, porque si el himno que hubieran pedido aprender fuera el del "equipo contrario" vamos a decirlo así, habrían habido pitos y abucheos. En cambio tú les habías dado en toda la boca callándoles con tu nota. 

Tu compañera de clase te debe un boli nuevo, no tengas miedo de exigírselo. Yo te apoyo. Soy tu fan n#1.

jueves, 23 de abril de 2015

Mi día del libro

Después de cuatro Sant Jordis frenéticos, incluso después de haber pedido fiesta en mi trabajo, este año decliné cualquier invitación, cité a varias personas durante la mañana para vencer la tentación del paseo eterno por las avenidas llenas de paradas de libros, rosas y reivindicadores varios.
He celebrado mi día del libro de la mejor manera que se me ha ocurrido, escogiendo libros para mis chicos y leyendo de un tirón el libro que me compré el...¿lunes?
He tomado el sol a la hora de mi siesta con él entre mis manos, he terminado un capítulo en un semáforo en rojo, he dejado olvidada la comida de mañana por no perderme el final, aunque luego me ha tocado correr. Incluso he tenido que ponerme una alarma para que no se me pasara la hora de recoger a mi hijo en el colegio.
Me he tomado una tarde medio libre, aunque he hecho pasta, he recogido a los chicos y los he llevado a sus actividades, he recogido los zapatos que tenía poniendo tapas en el zapatero, he buscado una tienda en la que encontrar una funda para mi tablet, he puesto una lavadora y recogido el detergente que se me ha caído, en fin, unas pinceladas de mi propia vida intercaladas entre uno y otro ambiente de mi novela.
Y he sido feliz, que ya es mucho. Porque normalmente no suelo tener tiempo ni para sentarme, y miro a mis otras aficiones de placer, como la costura, la lectura, la decoración, mi jardín, mis gatitos, con verdadera nostalgia.
Si hoy pudiera pedir un deseo es pasar el próximo Sant Jordi firmando algo nuevo en una mesa con mucha gente esperando al otro lado. Pero si no llega ese momento me pido tener un libro que me guste en mis manos, como El lenguaje de las flores, de Vanessa Diffenbaugh, que os recomiendo con cariño.

No dejéis de leer, y por favor, comprad vuestros libros, no los pirateéis. Los autores ganamos una miseria por cada ejemplar vendido, por cada ejemplar copiado de alguien que lo robó, los primeros en perder somos quienes amamos a la lectura. Nada es gratis, no robéis.

domingo, 12 de abril de 2015

La famosa charla y mi punto de vista

Cómo explicar esto sin parecer una oportunista... Bueno, creo que yo necesito verlo escrito, así que tomadlo con cariño.
http://youtu.be/q7mBuoYYF-M

Habréis visto y leído sobre esta charla de cinco minutos en todas partes. Me inspiró el blog de Marta Barroso, de hecho. Me gustó mucho, y me sorprendió mucho también darme cuenta de que yo sabía ya estas tres cosas.
Sin llegar al dramatismo de ver que se estrellaba mi avión, por dos veces me he visto en un quirófano con la vida pendiente de un hilo por hemorragia interna. A pesar de saber que estaban a punto de salvarme el pellejo (gracias, Emilio), y seguramente por el hecho de estar desangrándome, yo pensé algunas de las cosas que se le ocurrieron a Ric Elias. 
Supe que pesar un kilo y medio más de lo que quisieras no es una tragedia. Ni cinco... Toda la vida a dieta, estúpidas revistas y estúpidos diseñadores de tallas 34 y 36. Para qué. Perder la vida sí es grave. Y lo digo yo que, de camino a la clínica, dos horas antes de mi operación de urgencia pasé a la esteticista a depilarme.
Supe que es una soberana idiotez discutir por cosas tan banales como la forma de estrujar la pasta de dientes. Discuto por deporte, por entretenimiento, pero procuro no discutir en serio. Para qué. 
Supe que sientes un gran frío en el alma cuando te mueres (yo tenía muchísimo frío en todas partes por falta de riego sanguíneo).
Pensé en los hijos que no podría conocer. La primera vez no los tenía aún. 
Pensé, la primera vez, con una tremenda tristeza, que menudo papelón le dejaba a mi marido, que quedaba viudo con 29 años. La segunda fue mucho peor, pensaba que dejaba viudo y huérfano. 
Ahí me planté. No pensaba morirme y perderme su vida y la de sus hermanos. No tenía miedo de morirme yo, sino que me mataba pensar en su tristeza y en lo que iba a perderme.
Ahora os cuento qué fue lo que cambió en mi vida. No es un cambio radical, porque existe un hábito demasiado grande, pero 15 años después de ese momento (bueno, me di cuenta mucho antes), sé que mi vida sufrió un punto de inflexión.
La relación con mi marido adquirió un matiz de profundidad. Nunca fuimos los mismos, empezamos a amar de verdad,  a lo bolero, como si fuera esa noche la última vez. Podría haberlo sido.  
Aprendí quien estaría conmigo si lo necesitaba. 
Aprendí a toser sujetándome la tripa, que las tareas de casa no se hacen solas y que me acompañarán toda mi vida y que todos te ayudan si pides cosas concretas, y a poder ser, pocas.
Por el gran shock del susto que me di, caí en una depresión. Sin diagnóstico, sin tratamiento, bastante sola. Me di cuenta que tendría que salir de ella sin diagnóstico, sin tratamiento y sola. Que cuanto más bajara hasta lo hondo, de más abajo tendría que remontar, asi que dejé de lamentarme y empecé a subir. Supe, para siempre, que no debes ceder ante una  depresión. 
Desde entonces, mi vida giró hacia una actividad frenética, detesto sentir que estoy perdiendo el tiempo.
¿Me hizo mejor persona esa experiencia? Sin duda sí. No sé si escucharlo de otra persona me hubiera servido de algo. Sirva mi propio testimonio para apoyar la reflexión de ese superviviente.

miércoles, 1 de abril de 2015

Lo que aparentas

Esta era una charla que tenía ganas de darte, desde que te veo tan mayor.Tan mayor... intuyo en el adolescente con voz de gallo Claudio que eres ahora una persona adulta con un perfil muy marcado.

Creo que aún soy la persona de este mundo que mejor te conoce, porque así debe de ser. Te conozco a pesar de tu voluntad, de tu timidez e inseguridad. Yo leo en tus ojos todo tu bien y tu pizca de maldad, esa que impide que nadie se atreva a decir de ti que eres tonto, por demasiado bueno. Y es en ese lugar sombrío de la noche de tu mirada donde a mí se me hiela la sangre por el miedo, porque no podré evitar que conozcas personas que, vestidas de corderito, escondan un lobo hambriento en sus entrañas. 

De eso era de lo que quería hablar contigo, del aspecto que se supone que uno debe de tener, pero desde ti. Bueno, me lío, como siempre. Te contaba, a mi manera, cómo resulta patético, casi siempre, querer aparentar lo que uno no es, y que, de alguna forma, nuestra condición física hará que se espere de nosotros que tengamos una personalidad u otra. Al fin y al cabo estamos en un mundo que siempre, siempre pone primero el precio a las personas por su aspecto físico, si acaso un poco más tarde le damos la segunda oportunidad.

Te decía que tú vas a ser un tipo alto y grande, como tu abuelo, como un árbol de grandes ramas protectoras y profundas raíces, que tu sola presencia hará que se espere de ti un aplomo y una seguridad. 



Te lo decía con la esperanza de que no hagas payasadas, porque tu cuerpo siempre ha crecido a la misma velocidad que tu desbocada imaginación. Te veo, con tu metro sesenta, jugando a tirarte sobre la montaña de ramas, a carreras de fórmula uno sobre patines, al teléfono de cordel y vasos de plástico, como si pesaras 30 kilos y fueras un crío de 8 años. Eso sí, el tipo más feliz del mundo, dando un poco -bastante- la espalda a las responsabilidades.

Y también sé que te tocará muchas veces hacer de tripas corazón y con ese valor ligeramente inconsciente que tienes decir un 'no' bien alto a todas las tentaciones que se te presenten. Porque sé que, como serás un grandullón, te van a ofrecer el mal en bandeja de plata cincuenta veces, y yo quiero que tú seas esa presencia digna que se atreva, que se atreva a decir que no. 

Qué vértigo me produce sólo de pensarlo. Porque detrás de ti empieza a recorrer el camino el fibroso de tu hermano, ese que primero actúa y luego piensa, ese que en el fondo es un caguetas y que para ser el gallo más gallo del corral hará cosas que están mal sólo para demostrarse que no tiene tanto miedo. Esto es la maternidad, supongo, ese secreto temblor que sólo aquí se atreve una a poner en voz alta. 

lunes, 23 de marzo de 2015

El gran temor de los padres


Como en tantas otras, en el aula de quinto de primaria se habían rebasado los límites de lo que era tolerable en cuanto a las relaciones entre los chicos y chicas. Insultos, faltas de respeto, agresiones físicas, a compañeros de clase. 
Contactaron conmigo para que les hablara de mi libro, para que les echara una mano, para que los padres vieran que también ellos tenían algo que hacer. 

Dejadme que admita que la responsabilidad me pesó mucho, ¿quién soy yo para dar consejos, más que una madre que le escribió un libro a su hijo, presa del "gran miedo"? Sí, ese, el miedo a que ellos sufran por culpa de otros chicos y que no nos estemos enterando.
En fin, después de una reunión con el director de la escuela para contarme cuáles eran sus intenciones y de pasarle presupuesto, me llamó para explicarme su planificación para ponerse manos a la obra para erradicar cualquier indicio de acoso escolar que pudiera producirse en en esa clase. 
Para ello, los niños leerían el Magdalenas con problemas, les harían preguntas de cada capítulo para hacerles reflexionar sobre el bullying. Luego, les organizarían una excursión con talleres y actividades de refuerzo de las relaciones personales, de liderazgo, de empatía, tanto el tutor como la psicóloga del colegio son monitores de boy-scouts y además, ese día, me invitarían a hablar con ellos. Finalmente, una semana después debería contar a los padres qué era todo lo que la escuela había planificado para recuperar el mando de esos caballitos desbocados. 

Me puse mi vestido de Mary Poppins, las gafas de ver por dentro y me presenté ante esos niños encantadores dispuesta a ver sólo lo mejor de sus personas para poder utilizar sus virtudes al servicio del bien común, ellos, con un reto muy claro: ser los mejores de su escuela trabajando todos hacia la misma dirección. Para ello iban a necesitar líderes positivos, alguien que tomara decisiones, alguien dispuesto a trabajar fuerte, alguien que les diera alegría, que acompañara a los que estuvieran más triste y que protegiera a los débiles. 
Íbamos a trazar la línea de lo que considerarían comportamientos intolerables y rechazar cualquier actitud reprobable. 
Como sabía que ya habían tenido problemas de relación, les pedí que sin decir qué, por no remover el pasado, le pidiean disculpas a los compañeros a quienes ellos creían haber hecho sentir mal, y con esa redención, empezar de cero.
Les pedí que mejoraran algunas actitudes con medidas concretas y que utilizaran todo lo bueno que yo había visto que eran. 

Finalmente, hablé con sus padres. Les expliqué qué había visto en sus hijos, su belleza humana, su calidad, su genialidad. También sus límites, el peor, la pequeñísima autoestima que es, en gran medida, culpa de nosotros, los padres de la E.G.B., que hacemos por nuestros hijos cosas que ellos pueden hacer solos y les damos a entender, con ello, que ellos no pueden, no valen, no saben. De esa autoestima tan baja nacen las víctimas del acoso escolar y de otros abusos de poder en la vida adulta.

Les expliqué que ante el acoso escolar todos debemos ponernos manos a la obra y que, su escuela, era muy muy buena, porque se lo había tomado muy en serio. Y existe, en el acoso, una realidad irrefutable: el acosador es quien causa el mal, la víctima es quien lo padece y los espectadores son quienes lo presencian. Si éstos últimos se ponen de perfil, o por miedo o comodidad o por entretenimiento se ponen de parte del acosador, el Bullying continúa. Pero si los espectadores dicen basta, el acoso acaba. Y la dirección de esta escuela, dijo "hasta aquí hemos llegado"

Mi gratitud por la confianza que depositaron en mi trabajo y mi sincera admiración por haber tomado las riendas. Me encantaría poder ser, mediante mi libro, la excusa que todas las escuelas utilizaran para dejar de obviar ese problema que es una lacra en todos los colegios del mundo. 

jueves, 19 de marzo de 2015

Mi papá tiene "bilote"



Hoy es el día del padre. El mío, y no es por despreciar a los de los demás, no es un padre cualquiera. A todo aquel que yo me encontraba le contaba que mi papá tenía un bilote, que a mí me parecía lo mejor que podía tener un padre. No le va a gustar que haya puesto una foto suya, pero me perdonará. Él dijo de mí que nací fea y peluda y le perdoné. Porque no era fea! A la vista está. Aunque luego llegó la requetemona de mi hermana, ¡yo lo tuve primera!


Este es mi marido con su fotocopia. Qué imagen tan bonita... Él es el mejor padre del mundo, mi compañero, el espejo en el que quiero que ellos se miren. 


Éste es mi hermano, con mi fotocopia. Un padre que lo ha apostado todo por esta niña que le tiene auténtica pasión. Se tienen el uno a la otra como apoyo y referencia, y eso es mucho. No tengo su permiso para la foto. Negociaré con una cervecita y un chuletón a la brasa. Apuesto que cede.



Este padre es mi padre político, del cual yo tengo una fotocopia, mi hijo mayor. Su corazón es grande como su metro ochenta y cinco. Es presencia, y el tormento de mi suegra. No le voy a pedir permiso para colgar su foto. Si se lo pido me costará tres horas explicarle que es un blog.



Este es mi padre adoptivo. Bueno el tío de mi marido, pero ejerce de padrazo con nosotros. Siempre puedo contar con él.
No le he pedido permiso para colgar la foto, le convencerá el jeta de mi hijo pequeño que se ha instalado en el centro de su vida para ser su alegría, como si de un cachorrito se tratara.

Este pescador de secano era mi abuelo materno. Me joroba el verbo ser en pasado, porque él me ha acompañado toda mi vida, aunque me dejó hace casi treinta años. No había lugar para el duelo en nuestras infancias, así que las heridas curaban mal.

Mi abuelobesitos... Conté aquí su lenta despedida, le echo tanto tanto de menos...no le hubiera gustado que colgara una foto suya aquí, pero a mí no me gustó que se fuera y me tuve que aguantar.


Y cierro este homenaje a los padres de mi vida con esta imagen de mi hijo mayor. Me enamoro de mis chicos todos los dias. Sé que dicen que los niños son de las mamás, pero a mí me ha salido un gran competidor hacia el amor de mis hijos. No me olvido de todos mis tíos a los que quiero mucho y me han cuidado como a una hija cuando he estado con ellos, y a mis cuñados y primos, que son unos padrazos como una montaña.

Feliz día del padre 













jueves, 12 de marzo de 2015

El respeto

Se preguntaba mi amiga Rosario ayer, a raíz de mi último post,

"De todos modos yo tengo la sensación de que nuestros abuelos respetaban mucho más a sus mujeres que mucho de los hombres de hoy en día. De hecho nunca ha habido tantos asesinatos de mujeres como ahora. Y de niños ni digamos, eso antes no existía. Que ha pasado para que ahora no se respete a la mujer por muchos de los jóvenes que en teoría tienen más formación y son más modernos y educados en la igualdad."

Bueno, ella es abogado, así que yo iba a cuestionarme si es cierto que ahora hay más casos o es que ahora, gracias a que hemos perdido el miedo a denunciar las agresiones recibidas. Ese sí es uno de los logros del feminismo, desde mi punto de vista.

Pero creo que tiene razón en lo del respeto. En general, a mí parece que la humanidad ha dejado de respetarse a sí misma. 

Explico el porqué de mi generalización. Hemos dejado de percibir el cuerpo humano como templo de nuestra alma, confundiendo respeto por placer. No hago lo que me conviene sino lo que me apetece o me da gusto. Hace no tanto tiempo en la historia, las mujeres se casaban poco después de la menarquia, se tomaban doncellas que quedaban embarazadas en plena adolescencia. Consecuencia de tal atrocidad, muchas niñas morían en el parto. Supongo que esta debió de ser una de las razones por las que la edad en la que un hombre podía desposar a una mujer fue retrasándose. El papel restrictivo de la Iglesia debió contribuir a que se postergara el momento de iniciar las relaciones sexuales, haciendo del tabú del sexo una herramienta útil para evitar la propagación de las enfermedades venéreas que debían campar a sus anchas en tiempo de muy poca agua y jabón. 

¿Y ahora? Pues nada, ahora nuestra sociedad, (y usted y yo también somos esa sociedad), hacemos la vista gorda cuando la televisión, internet, el cine, todo, aboca a la infancia a una sexualización prematura. Chavales de doce, trece, catorce años, como hace tres siglos, iniciándose en el misterioso mundo del sexo sin más información que la de la fisiología, cómo funciona la mecánica sin detenerse en todo cuanto implica en los afectos de las personas. 

Eso, en lo que a sexualidad se refiere. El respeto al ritmo circadiano propio de nuestro organismo se salta con alegría. Comemos ocho o nueve horas después de despertarnos, cenamos antes de ir a dormir, cuando ya hace horas que ha anochecido y luego nos tomamos una pastillita para superar el insomnio. 

Y cuando un ser deja de amar al cuerpo que lo sustenta, a cuidarlo y hacer de él la herramienta con la que vivirá toda su vida, entonces, se quebranta por primera vez el respeto. También dejamos de respetarlo cuando toleramos que desprecien la belleza del cuerpo femenino llamando gordas a las mujeres que tienen curvas, palillos a las que no las tienen y nos sientan horas y horas ante una pantalla a ver como una pandilla de gandules se rascan sus posaderas cual mandriles en la jaula de un zoológico. 

Eso sí, nos encanta adornarnos para hacer gala de nuestro valor en efectivo, como si los lugares que frecuentamos, tener dinero para ir al spa más caro, si llevar tal o cual marca de pantalones, eso, nos convirtiera en seres más respetable, se inventan dietas a base de toda clase de productos raros que la gente antes utilizaba porque no le quedaba otra, para decir que comen más sano, cuando bastaría con comer la mitad y cocinar en casa en lugar de tirar de restaurantes.  

Si no somos capaces de respetarnos a nosotros mismos difícilmente lograremos el respeto de los demás hacia nuestras personas. En fin, había empezado a hablar del respeto de los hombres hacia sus mujeres y me parece que me he ido por las ramas. Pero creo que todo lo que he escrito es cierto. 

https://www.youtube.com/watch?v=6FOUqQt3Kg0

lunes, 9 de marzo de 2015

El día que nos pertenece

Tomo posesión de mi trocito de sofá después de un lunes de trabajo intenso tras la celebración (¿?) del 8 de marzo tan cacareado. Además, hoy ha tocado la revisión ginecológica, la que todas deberíamos hacernos una vez al año (todo en orden en la mía, por si sentís curiosidad). 

Nos lamentábamos la doctora y yo, de lo duro que resulta ser mujer -no sólo físicamente-, de la estafa de la presunta liberación femenina, esa por la que tantas mujeres lucharon, la que nos ha costado seguramente 5000 años de evolución alcanzar. 

Qué tontas somos, a pesar de creer que hemos sido tan listas. Nos han vendido la burra coja esa de la realización profesional. Y los de siempre, los que se llevan los dineros, subiendo los precios de las de todo, para que nuestro trabajo no nos sirva para enriquecernos sino para esclavizarnos. Y mientras tanto, nuestros hijos y nuestros padres quedan desatendidos, nosotras nos hacemos la maratón todos los días intentando llegar a la vida a tiempo, nos desgañitamos para tener toda clase de comodidades en unas casas que no podemos disfrutar y sintiéndonos escoria por no poder abarcar todo lo que queremos ser.

Nuestro reino entero por sentarnos una tarde junto a una ventana cosiendo, leyendo, o tomando un café sin aquel sabor agrio en el paladar que te recuerda que pagarás cara la factura de ese tiempo que le has robado a tu trabajo, de eso nos quejábamos las dos. 

Al final le hemos sacado a este lunes, tan lunes después de un fin de semana maravilloso, unas sonrisas, compartiendo el amor por la costura y, también, el orgullo de pertenecer al sexo femenino, a pesar de lo duro que resulta a veces. 

Bienvenida al castillo, doctora. 

Mujer cosiendo en el jardín, Mary Cassat

sábado, 7 de marzo de 2015

Carta al político que va a venir a pedir mi voto

Tiene gracia que usted venga a mi puerta a entregarme su currículum para que yo le ayude a mejorar su puesto de trabajo. 
Un curriculum interesante, por cierto, con una formación -si la tiene- que nada tiene que ver con el cargo que usted ocupa o que muchas veces se comprueba que está generosamente magnificado (nadie conoce a alguno de ustedes en las facultades de las que dicen proceder). 

Su experiencia laboral hasta la fecha ha consistido, básicamente, en mantener su puesto de trabajo: tener buena labia y don de gentes, sin perder de vista a su contrincante, a la vez que amigo, que lo único que quiere -como usted mismo- es quedarse con esa codiciada silla del poder  y, sobre todo, con la llave de los dineros de todos nosotros. Como los señores feudales, ustedes nos tienen al pueblo llano para producir y con nuestro diezmo (¡quién lo pillara!) vivir como eso, como señores. Coches de lujo, casas en selectas urbanizaciones, tiendas de la calle Serrano, servicio, colegios exclusivos para sus hijos, en fin, no digo que no se lo merezcan ustedes más que otras profesiones como los médicos, los maestros, pero no deja de avergonzarme la falta de pudor con la que aprenden a manejarse en las altas esferas. 

De hecho, me sorprende que pongan para nosotros, gente preparada y formada, esos sueldos tan modestos y que en cambio, los suyos dan para ese tren de vida de élite. Porque yo quiero entender que si usted viene a pedirme que le vote mirándome a los ojos, que no ha inflado esa nómina ya espléndida con dietas, para redondear, que jamás se habrá aprovechado de su cargo para enriquecerse de forma fraudulenta, que no ha empleado a su pariente inútil antes que a un tipo con buenas notas en la universidad.

Lo que usted ofrece a su futuro empleador -yo- son promesas. Me imagino a mí misma acudiendo a un departamento de recursos humanos con el aval de lo buenas que son las promesas que yo les haga. 

Pero no puedo compararme con usted. Usted no cumplirá la mayoría de esas promesas, es imposible, no son ustedes Dios. Mi profesora de lengua me decía que el futuro no se promete, se asegura. Una promesa es algo muy serio, es un compromiso. No puedo prometer el futuro porque puedo morirme dentro de una hora. 

A pesar de no cumplir con sus promesas, en el caso de que ganara las elecciones, su despido sería un poco de risa, perdería el cargo, es decir, la posibilidad de decidir qué hacer con el dinero del pueblo, pero no su propio estatus social. Usted seguirá siendo rico. 

Voy a darle un poco de esa realidad que usted no conoce, y conste que yo me considero una privilegiada. 

Mis padres fueron autónomos. Con esfuerzo y sacrificio y muchas horas de sufrimiento para hacer frente a las terribles cargas impositivas con las que ustedes viven a todo trapo, crearon empresas para ganarse el pan, crearon empleos para algunas familias más, trataron de garantizarse una jubilación digna -¡ja!-y nos dieron aquello que para ellos tenía más valor, la formación académica. 

Yo estudié y saqué muy buenas notas. Dos carreras, de las de antes. Mientras estudiaba la segunda, empecé a trabajar. Durante los primeros años sólo conseguí un trabajo de media jornada, luego un contrato de interinidad. Con él llevo ya 16 años. Siempre con la amenaza de que no tengo nada asegurado, que tengo poco contenido y trabajando en dos provincias a la vez. Tengo un sueldo medianito, y dando gracias todos los días por no perderlo. A pesar de todo, busco desesperadamente una forma de ganarme la vida que no suponga estar todos los días en la cuerda floja, pero vivir en una provincia pequeña ofrece pocas opciones laborales, las editoriales no se interesan por libros de no famosos y para vender las creaciones que coso necesitaría tener tiempo para coserlas.

Mi marido es autónomo. Tiene que tener una salud de hierro, puesto que no puede estar de baja y atender a su empresa a la vez. De lo que él gana, ¡la mitad! Es para ustedes, bueno, para que ustedes lo repartan y lo inviertan en esos grandes proyectos (aeropuertos fantasma incluidos).

Tengo un hijo en la ESO al que trato de motivar para que estudie mucho, no voy a poder legarle más, en mi periplo por la vida, me quedan unos 20 años para terminar de pagar la casa en la que vivimos. No resulta fácil para mi. Me avergüenza abocarle a esta vida de sacrificio y trabajo para que otros, como usted, se lo lleven crudo. Quizá debira proponerle que se apunte al casting del reality show de turno. O mandarle de aprendiz este verano a la sede de algún partido político. 

No, eso no podrá ser, ustedes no tienen los valores que yo quiero inculcarles a mis hijos. 




viernes, 27 de febrero de 2015

Te hablé de la libertad

Ayer tuviste uno de aquellos días parlanchines. Las palabras se te amontonaban en los labios para contarme cosas que yo escuchaba con interés. Hablaste de decisiones, de las de tus compañeros de clase, te hablé de la libertad, de lo importante que es ser libre: cada uno escoge lo que quiere y asume luego las consecuencias de su decisión, en eso consiste, eso es lo que nos hace ser humanos. 

Nada tiene mayor valor que nuestra libertad, te explicaba. Tanto, que cuando alguien hace lo peor, lo peor de lo peor, el castigo máximo -en nuestro país y en muchos otros países del mundo- es quitarle esta libertad. Es por tanto, lo más valioso que poseemos. 

Cada vez que suelto un poquito tu cuerda me recuerdo a mí misma que yo no puedo hacer más que verte volar hacia tu destino, el que sea que tú elijas para ti. Y me maravilla que casi siempre tu elección me parece simplemente perfecta, porque eres libre. 


sábado, 21 de febrero de 2015

Una carta más


Querido señor madurito,
Me enamora de ti que me aguantes la insolencia de llamarte señor madurito,  como si yo fuera una Lolita de uniforme y calcetines, en lugar de la cuarentañera  que te da los buenos días todas las mañanas.  

Déjame que te cuente algo. Esta mañana me he sentado en el jardín a tomar el tibio sol de invierno y te he visto observándome desde el interior de la casa. He hecho como si no te hubiera pillado en la travesura de mirarme a escondidas; en lugar de eso, he actuado como una adolescente despreocupada. Me he desabrochado un poquito la camisa y he jugado con el mechón de mi pelo, fingiendo ser la jovencita que te conquistó.

Apenas cinco minutos de coquetería, de armas de mujer utilizadas con premeditación y alevosía, han bastado para que abandonaras tu mirador tras la cortina y te dejaras caer a mi lado para besar mi escote templado. 

Durante todo el día he estado jugando al escondite con tu deseo, que si mira si me puedes desatar un poco el delantal, que me aprieta, que si cuidado que nos ven los niños. Te he robado algunos besos furtivos cuando nos hemos encontrado en la despensa, como si, en lugar de nuestros hijos, fueran nuestros padres los que estaban en la cocina, como cuando no teníamos descaro suficiente para besarnos ante ellos. 

Así, a sorbitos, engañando al paso despiadado del tiempo, ese que nos pinta de blanco las sienes y nos arruga las esquinas de la mirada, vamos cumpliendo amor, como si no costara. 


Vemos las barbas de nuestros vecinos pasar por duras separaciones y nosotros nos tomamos de la mano como dos criaturas temerosas, conjurando el deseo de seguir amándonos hasta que la muerte nos separe, porque así lo prometimos. Nos lo prometemos todos los días, incluso en las madrugadas de entrecejos enfurruñados y ante la montaña de ropa por lavar. 

A veces me pregunto si encuentras en mí el refugio suficiente, el calor que tu corazón necesita, el reposo para tu cuerpo, tan acostumbrado ya al mío. Y siento un secreto temblor cuando me doy cuenta de que podría haber sido más generosa, como la otra noche, que fingí estar dormida cuando sentí tu respiración en mi pelo.   

He esquivado la tentación de olisquear en busca de un rastro de perfume que no fuera el mío en el cuello de tu camisa. Y justo cuando ya casi me enfado, porque has vuelto a llegar tarde del trabajo, encuentro en el fondo de tus pupilas aquel chico que habitó en ti, espiándome tras las cortinas. 

A menudo temo que mi vida contigo no haya sido más que un sueño en el que fui inmensamente feliz y del que despertaré con una terrible sensación de ausencia y de nostalgia, así que me agarro con fuerza a la manga de tu pijama mientras duermes, como si eso bastara para invocar a la suerte para que mañana todo siga siendo esa rutina de la que algunos reniegan. Yo, en cambio, bendigo todas las migajas de ese pan nuestro de cada día, agradezco las veladas Aburridas de sofá y manta y la nevera siempre a medio llenar. Y me miro en el espejo de quienes encontraron la felicidad en lo cotidiano porque ese es el lugar en el que quiero vivir contigo.  

Cuando nuestros hijos se vayan y volvamos a ser tú y yo los únicos dueños de nuestro tiempo, nos quedará este pacto de amor sencillo y honesto, limpio como el rocío que tintinea sobre la hierba de nuestro jardín. ¿ quieres salir a verlo conmigo, señor madurito? 

Siempre tuya, 

Una señora de mediana edad. 




*carta presentada al concurso de cartas de amor Holiday rural. 

jueves, 12 de febrero de 2015

El tiempo da y quita razones

Se puso de moda decir, hace algunos años, que el proceso químico que posibilita el amor conyugal o de pareja o cómo demonios quieran llamarlo, tenía fecha de caducidad. Si no recuerdo mal, eran tres años. Luego, semejante sandez se concretó: lo que dura tres años es el enamoramiento. Que a partir de ese tiempo no quedaban en el organismo humano posibilidades de seguir amando a la misma persona. 
Francamente, incluso entonces, recién estrenado mi amor, esa teoría me pareció bastante estúpida. Se refería, por supuesto, a atracción sexual, si no, uno dejaría de amar a sus hijos, padres, amigos, a los tres años (?) 
Siempre pensé que se lo inventó algún listo para justificar su incapacidad para el compromiso.
Muchos se sumaron al carro ese tan cómodo de "claro, como fisiológicamente es imposible amar más de tres años..."; sin embargo, al mismo tiempo, nuestra sociedad dedica todo un período comercial al tema del amor. Supongo que el establishment ese que nos controla hasta el tiempo que tardamos en hacer la compra en días pares y la hora más frecuente a la que los españoles hacempos pipí, ha encontrado en el amor un filón con el que llenar el espacio entre Reyes y el día del padre, una excusa más para que nuestros pies corran hasta el centro comercial más cercano. Tan rentable debe de ser el asunto que pospusieron dos semanas el reinicio de la serie Velvet para hacer que coincidiera con San Valentín. Teniendo en cuenta que la serie está ambientada en el año 59 en España, me parece que sus guionistas deberían haber tratado de ser un poquito más rigurosos y fieles a la historia. Porque esta celebración aquí es bastante más reciente. En fin, que me disperso.
Sobre el desamor, para evitar que la pasión se desvanezca, yo recomiendo a todo el mundo escribir cartas de amor. Hacen mucho bien a quien las escribe y al destinatario de la misiva. Y alimentan todas las sustancias químicas esas que nos hacen derretirnos de pasión. Todo lo que puede comprarse con dinero vale mucho menos, se lo aseguro.


*edito la entrada para dar cuenta de mi error. Galerías Preciados, en 1948 ya hacía promoción por San Valentín. Gana Cupido (el de los regalos a cambio de amor. O lo que sea.)

miércoles, 28 de enero de 2015

El lado "chungo"

Hemos trazado juntos la línea que separa lo bueno de "lo chungo". Claro que, para ello, has tenido que asomarte a ese lado y sentirte despreciable por un momento. 

Has aprendido que la fábula de la liebre y la tortuga no era tan absurda como creías, que el mal sabe disfrazarse de bien, que un buen amigo no es el que se mete en un lío por sacarte a ti de él, sino el que te evita meterte en problemas. 
Que el camino más corto entre dos puntos es la recta y que los atajos suelen ser peligrosos. Y que las mentiras se convierten en bolas pegajosas de las que uno no consigue librarse más que con la verdad y que sólo el perdón te quita el sabor amargo de la boca. 
Nosotros hemos logrado no perder los nervios, sin olvidar imponerte un castigo justo. También nos hemos dado cuenta de que ha acabado nuestra luna de miel: tu infancia ha muerto. Bienvenido al mundo, querido adolescente. Primera tormenta superada, nos agarraremos con fuerza al timón y seguiremos navegando en las aguas bravas de tu juventud. 

martes, 20 de enero de 2015

Un día

Soñaba con algo que tenía que ver con una escuela, me parece.
Silencio en la casa, madrugo más que nadie.
Me pregunto si estará nevada la calle. 
Me maquillo mirando el reloj, me equivoco y me pongo la crema que debe quitarme la mancha que me dejó el último herpes  de antiojeras. Bien, espero que de verdad quite las manchas de ahí.
En el AVE una legión de Mary kays nos acechan con sus maletines y nos confunden con unas de ellas (el "antiojeras" ha debido funcionar)
Amanecer de fotografía en Zaragoza, no podré enfocar, el bus corre a toda prisa.
Trabajo: venas, personas que apestan a sudor a las ocho de la mañana, el cartel detrás del campanario que veo desde la ventana, no me quito el frío de encima, dos mandarinas. Las dos, se presentan todas las visitas, dos treinta, ya falta menos, dos treintaydos, que corra un poco más el reloj.
Libre, menudo frío, me refugio en una tienda, no compro nada, la dependienta de la otra tienda una antipática, me voy sin mirar siquiera.
El bus se me hace eterno, la conductora le grita a un coche al que ha pitado. 
Estación del AVE. 
Charla sobre adolescencias, bajo la rampa mecánica con ganas de llegar. 
La señora del tren que va con una que debe de ser su hermana. 
La chica dormida en el pecho de un chico, que va acariciando su cara, yo voy dirección a la salida. 
La señora japonesa descalza entre dos vagones haciendo gimnasia agarrada a la barra de la puerta.
Salimos apenas a unos centímetros de la salida de la estación. 
Semáforo en rojo.
Apago la radio para escuchar mi pensamiento.
Llego a casa famélica, un bocadillo a la una no ha sido suficiente. 
Me emociono con la foto de las hijas de Marta.
Preparo huevos duros y brócoli.
Blog terminado. 
Ducha.
Princesa en modo off hasta mañana. 
No, llega el peque de inglés. Llegará marido, hay que preparar la cena. 
Ya descansaré cuando me muera. 

sábado, 17 de enero de 2015

Sobre dietas

Empieza el año como de costumbre, con unos kilos de más y con buenos propósitos para deshacernos de ellos. Comparto con vosotros este artículo de Gema Lendoiro en el que cuenta con mi opinión como profesional. 
Hay que aprovechar el tirón hacia arriba que nos propicia el calendario y poner en forma nuestro cuerpo. Yo misma me propongo firmemente hacer más ejercicio físico, aunque sólo sea caminar más cada dia. Olvidaros del aburrimiento de la lechuga y la plancha, ser creativo ayuda mucho a mantener la dieta a raya más allá del mes de enero.


Del Blog de cuina de la Dolorss

...y muchos ánimos a los que están dejando el tabaco, ¡se puede! (15 años sin)
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Por favor,

Si algo de lo que expongo aquí te molesta, te pertenece, o habla de ti y quieres que lo borre, tan solo tienes que pedírmelo. Nunca quise ofenderte, ni plagiarte, ni molestarte...
Este es un espacio de libertad y, sobre todo, de respeto.