Estoy acostumbrada a mirar debajo. Lo hago de forma inconsciente, sin más intención que saciar esa curiosidad que me produce el ser humano en todas sus dimensiones. En las circunstancias que rodearon esa comida nuestra, con tantos niños gritando y con esos pobres cuatro maridos sufridores, fue más difícil, pero lo hice igual.
Supongo que mi chicaespejo se dio cuenta, ella es también analítica y está acostumbrada a hacer radiografías del alma tanto com yo. En fin, bastante tenía ella con explicar ante los ojos de las que llevaba tantísimos años sin ver, una historia suavizada de esa vida que ha dejado tantas huellas en su piel, y que la convierte en el ser precioso que es.
A ratos se palpaba el "¿Y ahora de qué hablamos?" entre las más tímidas. A ella, la más reservada, la vi demasiado delgada, tanto que me preocupó, aunque no se lo dije. Su criatura de mofletes mordibles y mirada curiosa me cautivó por su autonomía, por esa belleza de los bebés que todavía lo son. No pude, no supe rascar en las fisuras de esa coraza, ha pasado demasiado tiempo para recuperar la confianza que pudimos haber tenido en el pasado. Y lo cierto es que nunca fui buena en lo que a relaciones sociales se refiere, a mí se me dan mejor las distancias cortas y la paciencia. Me manejo mal en grupos, así que esa adolescencia que compartí con vosotras fue... bastante convulsa (como todas, claro).
De hecho, no fue en aquel tiempo cuando conocí mejor a la más sonriente y sorprendida del grupo. Fueron los tiempos de compartir universidad y luego los encuentros que nos han ido poniendo al día de lo que somos cada una. Yo no sé si tú me ves cambiada a mí, después de tantos años, pero tú sigues siendo tú. Todas te reconocimos tal cual eres, así que nos resultó fácil ubicarnos contigo.
En cambio, con la que terminó encontrando el local me costó mucho más, porque la conocí menos en aquel entrañable BUP que compartimos. La recuerdo inteligente y dulce, y así volví a percibirla, y no entiendo por qué, de forma involuntaria, levanté un muro invisible ante ella para resguardarme tras él. Supongo que si pudiésemos haber hablado desde más cerca, quiero decir, desde ese lugar íntimo en el que yo me siento más cómoda...
Pero aún así no reniego de nuestro encuentro en grupo. Lo cierto es que ellas, las gemelas revoltosas que tuvieron la deferencia de venir desde Madrid para reunir a nuestro grupo de cuarentonas, lo hicieron todo fácil. Ellas siguen siendo como siempre, casi. Casi, casi, la niña azul, sigue siendo observadora y perspicaz, sigue siendo la que tiene los pies en el suelo, la que es el norte de la de rojo. No, a ti no te he reconocido, porque no te había visto nunca sufrir y ahora se intuyen cientos de lágrimas encerradas en la trastienda de tus ojos cristalinos. No quise que me contaras nada ante tanta gente, pero lamento profundamente no tenerte más cerca para arrancarte cada una de tus espinas y besar tus heridas frente a un café dulce y largo.
A sus "ellos" no pude conocerles apenas, y a sus hijos, poco. Los niños suelen ser la manifestación clínica, el síntoma, de lo que nos sucede a los padres. Me quedé con ganas de sentarme también un poquito en la mesa de los chavales, que, siendo niños y revoltosos, aguantaron más que bien.
No deberían pasar tantos años sin vernos, pero pasará demasiado tiempo, por más que digamos que tenemos que repetir. Porque nos da pánico a todas que salga de nuestro interior la niña insegura que se esconde tras el maquillaje y nuestro aspecto de madurita bien conservada. ¿Lo veis? con lo mal que se me da hablar cuando os tengo a todas delante, y lo mucho que me fijé en todas vosotras. Gracias por haber hecho el esfuerzo, gracias por haber tenido la idea, gracias por haber reservado el local perfecto, gracias por la magnífica sobremesa, gracias, gracias.