He escogido esta imagen de LeaNoticias.com porque me ha parecido perfecta para ilustrar esa Tierra de Nadie que vive un preadolescente, que le arrastra de la carcajada al llanto, como un pequeño payaso.
En esas arenas movedizas camina mi hijo, apurando las últimas luces de su niñez para entrar por la puerta de atrás en una adolescencia que promete ser larga y dura.
Me preocupa mucho el agua de la que beben nuestros hijos. Les oigo (suelo estar de espalda a la tele, no lo veo) las series que ven mañana, tarde y noche. Y sus modelos son horrorosos. Niñas pijas riquísimas, con un nivel de inteligencia inversamente proporcional al dinero que tienen. Por supuesto, los más inteligentes de la serie suelen ser los que fracasan... o los divertidísimos y peligrosos Phineas y Ferb, que siempre se salen con la suya sin que la buena (e histérica) de su hermana pueda delatarles a su madre, que parece haber fumado muchos porros. Críos sexuados de forma aberrante, niñas vestidas como furcias, padres incapaces. En fin, ni un solo valor al que aferrarse, no les aportan NADA.
Ayer me puse en la piel de mi hijo mayor, me fui a su edad, a mi verano, que fue azul. Y les puse la serie que marcó a varias generaciones, que se repuso hasta la saciedad porque era buena, porque tiene todos esos valores que ahora no aparecen por ningún lado, no vaya a ser que salgan niños capaces de pensar y luego no puedan manipular sus cerebros.
Estuvieron pegados a la pantalla viendo Verano Azul durante un episodio y medio, se reían, disfrutaron, entendieron que podían aprender algo de lo que veían.
Aquella serie supuso el retrato de una generación, y más allá. Porque los perfiles personales que se dibujan siguen siendo vigentes: la mujer solitaria que ha sufrido una gran pérdida (que hoy encontraría su compañía probablemente en las redes sociales) y el hombre de mar atascado en tierra que se rodea de la juventud que permanece en su espíritu. Cada uno de los chicos, en esencia: el más presumido y competitivo, el que permanece en segundo término, la guapa, la menos agraciada, el chico de pueblo sin oportunidades, el niño glotón y sabelotodo y el que pone la guinda al pastel con su sinceridad aplastante. Y los padres, con su papel secundario, son una lección en sí misma, aunque, la verdad, se pasan el día bebiendo, fumando y en el chiringuito... ¡Así salimos nosotros!