Como en tantas otras, en el aula de quinto de primaria se habían rebasado los límites de lo que era tolerable en cuanto a las relaciones entre los chicos y chicas. Insultos, faltas de respeto, agresiones físicas, a compañeros de clase.
Contactaron conmigo para que les hablara de mi libro, para que les echara una mano, para que los padres vieran que también ellos tenían algo que hacer.
Dejadme que admita que la responsabilidad me pesó mucho, ¿quién soy yo para dar consejos, más que una madre que le escribió un libro a su hijo, presa del "gran miedo"? Sí, ese, el miedo a que ellos sufran por culpa de otros chicos y que no nos estemos enterando.
En fin, después de una reunión con el director de la escuela para contarme cuáles eran sus intenciones y de pasarle presupuesto, me llamó para explicarme su planificación para ponerse manos a la obra para erradicar cualquier indicio de acoso escolar que pudiera producirse en en esa clase.
Para ello, los niños leerían el Magdalenas con problemas, les harían preguntas de cada capítulo para hacerles reflexionar sobre el bullying. Luego, les organizarían una excursión con talleres y actividades de refuerzo de las relaciones personales, de liderazgo, de empatía, tanto el tutor como la psicóloga del colegio son monitores de boy-scouts y además, ese día, me invitarían a hablar con ellos. Finalmente, una semana después debería contar a los padres qué era todo lo que la escuela había planificado para recuperar el mando de esos caballitos desbocados.
Me puse mi vestido de Mary Poppins, las gafas de ver por dentro y me presenté ante esos niños encantadores dispuesta a ver sólo lo mejor de sus personas para poder utilizar sus virtudes al servicio del bien común, ellos, con un reto muy claro: ser los mejores de su escuela trabajando todos hacia la misma dirección. Para ello iban a necesitar líderes positivos, alguien que tomara decisiones, alguien dispuesto a trabajar fuerte, alguien que les diera alegría, que acompañara a los que estuvieran más triste y que protegiera a los débiles.
Íbamos a trazar la línea de lo que considerarían comportamientos intolerables y rechazar cualquier actitud reprobable.
Como sabía que ya habían tenido problemas de relación, les pedí que sin decir qué, por no remover el pasado, le pidiean disculpas a los compañeros a quienes ellos creían haber hecho sentir mal, y con esa redención, empezar de cero.
Les pedí que mejoraran algunas actitudes con medidas concretas y que utilizaran todo lo bueno que yo había visto que eran.
Finalmente, hablé con sus padres. Les expliqué qué había visto en sus hijos, su belleza humana, su calidad, su genialidad. También sus límites, el peor, la pequeñísima autoestima que es, en gran medida, culpa de nosotros, los padres de la E.G.B., que hacemos por nuestros hijos cosas que ellos pueden hacer solos y les damos a entender, con ello, que ellos no pueden, no valen, no saben. De esa autoestima tan baja nacen las víctimas del acoso escolar y de otros abusos de poder en la vida adulta.
Les expliqué que ante el acoso escolar todos debemos ponernos manos a la obra y que, su escuela, era muy muy buena, porque se lo había tomado muy en serio. Y existe, en el acoso, una realidad irrefutable: el acosador es quien causa el mal, la víctima es quien lo padece y los espectadores son quienes lo presencian. Si éstos últimos se ponen de perfil, o por miedo o comodidad o por entretenimiento se ponen de parte del acosador, el Bullying continúa. Pero si los espectadores dicen basta, el acoso acaba. Y la dirección de esta escuela, dijo "hasta aquí hemos llegado".
Mi gratitud por la confianza que depositaron en mi trabajo y mi sincera admiración por haber tomado las riendas. Me encantaría poder ser, mediante mi libro, la excusa que todas las escuelas utilizaran para dejar de obviar ese problema que es una lacra en todos los colegios del mundo.