© de la imagen La meva maleta

sábado, 6 de junio de 2015

Midiendo el tiempo, segunda parte

Mi hijo mayor tiene ahora exactamente la edad que tenía yo cuando tú te fuiste. Le miro en su belleza imperfecta de cisne a medio construir, con sus debilidades y su frágil seguridad en sí mismo y me traslado sin querer al momento en que se me rompió la vida en dos. Parece, en las personas que tenemos naturaleza alegre, que nada perturba el cascabel de nuestra risa. Claro, nadie hablaba en el 86 del duelo en la infancia. Mi madre nos dijo que ibas a ser una estrella, y con eso habría que conformarse. Bastante trabajo tenía todo el mundo para aprender a vivir sin ti como para acordarse de aquella niña que, a pesar de todo, seguía jugando a las muñecas (eran, insisto, otros tiempos).

Lo que sucedió en nuestra familia en el tiempo posterior a tu muerte voy a omitirlo por vergüenza. Solo diré que, para mí, la niña que perdió a su mediopadre, -cualquiera que nos conociera puede corroborar que te quise tanto como a mi padre de verdad, y eso es mucho-, perder al mismo tiempo el derecho al cariño de su tía y de los únicos primos de su edad, fue una dosis de dolor inconmensurable.

Me reia, sí, y luego me castigaba a mí misma por ser feliz sin ti. Dejé de ir a tu casa porque se me hacía indigno que la vida siguiera sin ti como si nada hubiera pasado. Me escapé -hasta que me pillaron- a ver a mi tía a escondidas, pero lo cierto es que no conseguíamos articular palabra, nos abrazábamos y llorábamos todo el rato.

Recuerdo que me regañaron durante la cena de Nochebuena de ese año porque me levanté para irme al salón a llorar, con un presunto ataque de adolescencia. Lo único que me pasaba es que fui consciente de que nunca volverías y en aquel momento no comprendía por qué todos parecían tan ajenos al dolor. Así dejé de llorarte en público. Tardé años en poder ir al cementerio a verte.

He caminado sin tu mano fuerte y rugosa todo este tiempo. Terminé mis estudios, me enamoré de un hombre bueno y me casé con él. Construimos una casa, un hogar y una familia. Tuvimos unos hijos que te habrían vuelto completamente loco de amor. A ellos les hablo de ti. El mayor tiene 12 años y 9 meses, no quiero, no puedo ni imaginarme la angustia en sus ojos si perdiera al puntal de su vida. Ahora ya es infinitamente tarde para que nadie venga a acordarse de mi dolor.



Esta es mi medida del tiempo: nunca es un buen momento para despedir a los seres queridos. Mi abuelo materno falleció a los 66 años sin cumplir, después de un calvario de dolor. El paterno, con 93, entre algodones y sin sufrir. El sí fue testigo de todas las cosas que me han hecho ser la mujer que soy. También de las menos buenas. La providencia quiso que coincidiera prácticamente en el mismo día. Nunca os olvidaré a ninguno de los dos y haré lo imposible para que, desde donde estéis, os sintáis orgullosos de vuestro patito feo.

viernes, 5 de junio de 2015

Midiendo el tiempo

Tu casa estaba llena de relojes, todos en marcha, todos en hora. Si alguna vez venías a la mía y encontrabas el carrillón parado (como de costumbre) me mirabas con desaprobación y te sentabas de espaldas a él para no verlo. Y si eso no te resultaba posible, te saltabas lo que a ti debía parecerte una norma de urbanidad y le metías mano para arrancar de su letargo el vaivén de su péndulo.
No tengo tu constancia, pero procuro acordarme de mantener en vida todos los relojes de mi casa. Ahora tengo dos, aquel carrillón de cristal y uno que mis padres rescataron del olvido cuando derruyeron la casa de la carretera. No sé a quién perteneció, aunque me gusta imaginar que fue del padre de la abuelabesitos. Estuvo durante décadas dormido en el desván y me costó un poco encontrar quién lo arreglara, pero le cambiaron una pieza y funciona perfectamente. 
Y es tan bonito, con sus números sencillos, su madera agrietada, encogida por la vida, como si la piel le hubiera dado de sí y no hubiera podido recuperar su ser, y el cristal curvado como una pancita de felicidad. 

Cuando me desvelo de madrugada -casi siempre- me imagino que es como una de tantas mañanas en las que me despertaba en tu casa, arropada por la lana del colchón y la camita de princesa que fue de mi tía Ana.
La casa se encontraba sumida en un silencio acompasado por el inefable trotar de todos tus relojes. La abuela dormía. Y tú, sentado en la cocina, habías vuelto ya del kilométrico paseo con Hermi, el viejo  Gran danés, y te tomabas un zumo de naranja, nueces, una tostada. 
Cuando bajo a mi cocina tú no estás. Pero en mi casa se escucha el palpitar del reloj y, a veces, pienso que tu corazón quedó retenido dentro de ese cristal curvo, y me acuesto en el sofá, a sus pies, y entonces sigo durmiendo un poquito, abrigada por el eco monótono de tus latidos.

Un año sin ti, te echo de menos, abuelo. 

lunes, 1 de junio de 2015

Chicas,

os echo de menos. 

Llevo unos cuantos días medio ñoña, agazapada entre libros. El penúltimo Música para feos, de Lorenzo Silva. Qué suerte que esté bien escrito, porque es un libro sin el que podría haber vivido. Excepto por una coma. En serio...
-Para eso, no te habría acompañado hasta aquí.

Claro, si hubiera dicho " -Para eso no te habría acompañado hasta aquí. " así, sin coma, esa expresión no habría resultado tan seductora... 

Bueno, me resulta difícil de explicar así en frío. Igual no era para tanto, pero habría matado por tomarme un café largo y poder contároslo. Y para tener tiempo de miraros a los ojos y mojarme en esas lagrimas no derramadas, o para quitarme las telarañas con el tintineo de vuestra risa. 

No, no, no me falta ruido ni gente, creedme, una comida de Comunión, con primer plato, entreacto y postre dan mucho de sí. Pero mi lengua recién afilada os habría contado de aquella invitada pariente de otro niño, que llevaba un vestido de ganchillo blanco, forrado de un rosa raro, con unos flecos en negro (¡lo juro!). Todas las mujeres presentes apostamos por llamarle el modelo lámpara, pero mi agudísimo marido lo recalificó como lámpara de puticlub de película del oeste. Grande...

Ahora estoy leyendo una de una fugitiva de la cárcel. No está nada, nada mal. Me la pedí por el título, que me resultó irresistible: Los límites de nuestro infinito. 

No me siento con derecho a robaros ni un ápice de tiempo. De hecho, no os siento lejos gracias al trasto este que tengo entre manos. Viajo de acá para allá colgada de vuestro brazo con vuestras fotos, achucho a vuestros niños virtualmente, me emociono con vuestros logros y me preocupo del bienestar de vuestros corazones cuando a pesar de la distancia os leo entre líneas.

Que no cunda el pánico, no me pasa nada raro. Sólo que mayo y junio se me visten de negro y de fin de curso, y las cosas que terminan siempre se me han dado mal. 

Ahora que ya os lo he contado me siento ya un poquito mejor. 

Un besazo, nos llamamos.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Por favor,

Si algo de lo que expongo aquí te molesta, te pertenece, o habla de ti y quieres que lo borre, tan solo tienes que pedírmelo. Nunca quise ofenderte, ni plagiarte, ni molestarte...
Este es un espacio de libertad y, sobre todo, de respeto.