Se podría decir que existen tantos tipos de lectores como de personas. Tengo en mis genes la sangre de dos ávidos devoradores de libros. Cada uno de ellos lo es de una forma distinta. Mi padre tiene predilección por grandes autores de la novela negra, por la novela histórica y todo lo que tenga la estructura, se podría decir que más habitual y ordenada. Casi me atrevería a decir que su forma de lectura es muy masculina, es cuadrada, su biblioteca tiene colecciones de determinados autores y se enfada si le hacen perder el tiempo con un mal libro, una mala encuadernación o un lenguaje vulgar. Mi madre es una lectora compulsiva. Lo lee todo, desde la lista de ingredientes del champú hasta las encíclicas papales. Todos los libros del mundo, si cayeran entre sus manos, serían devorados con glotonería por ella. Su forma de leer sería, por contraposición, femenina, flexible, redonda, amplia, generosa.
En el término medio estaría yo (mis hermanos no han heredado la misma pasión por leer). No soy capaz de leer un libro que me tira constantemente de sus páginas con expresiones como “María, tú ya sabes cuánto adoro las obras de pintura clásicas”, o que presentan incongruencias o anacronismos, como mujeres en el siglo XIII con actitudes feministas al gusto actual, por decir algo. Como mi tiempo es el que es, es decir, escaso o muchísimo, cuando tengo que leer a ratitos robados me pone muy nerviosa que los nombres de los personajes se parezcan porque tengo que hacer un esfuerzo enorme en saber quién era quién. Si hay demasiado personaje me pierdo y me aturullo. Así que este tipo de novelas quedan reservadas para las vacaciones. Y cuando tengo tiempo, me convierto en una máquina tragalibros, tres de una sentada en una semana. Pim pam pum. Se podría decir que en cuanto al tipo de libros que escojo soy bastante ecléctica. Me gusta tanto la novela de cualquier tipo, las biografías, los relatos intimistas afrancesados, los best Sellers, los cuentos infantiles. No soy demasiado sibarita, lo admito. Sin embargo, lo que pido yo al libro que leo es que esté bien escrito, que acaricie mi corazón, que me arranque una sonrisa, o una lágrima, que no me deje indiferente, que no me haga perder el tiempo.
Mis hijos tienen, a pesar de ser muy pequeños, formas de leer muy definidas. El mayor, a pesar de ser sensible y creativo como mi madre, tiene una forma de leer parecida a la de mi padre: misterio, novela negra, ordenado y cuadriculado. En cambio, el pequeño, que es calcadito a su abuelo hasta en los andares, matemática y lógica pura, es un lector de prospectos de medicamentos, es decir, se parece más a mi madre, que lo lee todo todito, aunque no sea “de su estilo”.
Bien, y para los más curiosos, todos nosotros tenemos algunas manías más. Mi padre le pone nota numérica, mi madre los reparte por doquier, con dedicatoria de regalo, y yo, antes firmaba los libros y les ponía la fecha de compra. Ahora utilizo este precioso ex libris que me regaló Carme Sala (do-it-herself).
Y por último, una intimidad muy íntima: si el libro que he terminado me ha gustado mucho muchísimo le doy un besito al cerrar la última página y me abrazo a él unos segundos, y siempre, siempre, me da un poquito de tristeza despedirme de él cuando me lo he pasado bien.
Ah, sí, éste es el libro que estoy leyendo ahora, y me gusta mucho, de momento, porque está bien escrito y porque me gusta lo que dice.