© de la imagen La meva maleta

domingo, 31 de marzo de 2024

Entre hilos

 Bordar tiene algo hipnótico. Se parece a pintar: plasmar una idea en un lienzo, pero con hilos de colores en lugar de pinturas.

El proceso creativo de una labor bordada es fascinante. Escoger un diseño, plasmarlo en la tela, elegir la gama cromática, el hilo adecuado, colocar la pieza en el bastidor y tensar. Cortar el hilo de la longitud precisa, esconder la hebra —no, no se debe anudar jamás en el revés del bordado— y el pequeño vuelco en el estómago de dar la primera puntada, que no es como el primer beso, pero casi. 

Y entonces se apaga el mundo y el tiempo fluye entre tus dedos igual que el pensamiento discurre por tus nudos internos y tus problemas. El bordado es altamente terapéutico y sanador. 


No siempre escojo el bordado para sanar mi alma. Cuando tengo un trago complicado opto por el ganchillo porque ahí todo pasa con otra cadencia, mucho más rápida y mucho menos comprometida, porque si te hartas, tiras del hilo y el trabajo o el problema desparecen con arte de prestidigitador. Deshacer un trozo de bordado requiere mucha prudencia y tijera,mejor pensarlo bien. 

A mí se me da fatal pintar, voy mal de habilidad y regular de paciencia, a pesar de sus trazos rápidos o tal vez por ellos. 



Tradicionalmente las mujeres se sentaban con las piezas de sus ajuares en el regazo y mientras sus manos creaban labores maravillosas, compartían confidencias y chismes y se acompañaban en sus dificultades. 

Mi bordado es, en cambio, solitario me obliga a detener la mente. Cada pincelada es apenas un tramo de hilo, apenas unos milímetros, a veces, ni eso. Me amarra las riendas del alma y me redibuja los bordes, me reafirma, me acompaña y me conforta. Me dice que al final, todo saldrá bien. 


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