Yo puedo recordar mi propio proceso de maduración. Recuerdo que mis pensamientos se hacían de adulto, mientras mi cuerpo seguía siendo el de una niña. Intentaba escuchar las conversaciones ajenas para desentrañar de ellas el misterio de la vida, las claves de lo que yo sabía que tendría que llegar a ser. A veces pensaba que los mayores me tenían por una cría cuando yo ya comprendía todo.
Eso sucedió cuando yo tenía la edad de mi hijo mayor. Y él está haciendo lo propio. Merodea cerca de la mesa del café en busca de los secretos vitales, como el oso Yogui buscaba cestas de emparedados. Escucha, y yo le dejo escuchar. No omito nada, quiero que él oiga, conozca, aprenda y pregunte.
Cuando acaba de ver un episodio de una serie "de mayores" (de mayores jóvenes, quiero decir), le pido que pregunte aquello que no ha comprendido. Y casi nunca pregunta. Así que está madurando... porque si tiene algo que preguntar y no lo hace, lo averiguará igual que lo hicimos en nuestra generación, preguntándo a sus amigos.
El otro día le confesé que me preocupaba que un miembro de nuestra familia me quería poco, y él, con su claridad masculina, me dio la solución.
- No creo que no te quiera. Me parece que lo que pasa es que no sabe cómo demostrarte su cariño, pero sí te quiere.
Qué, ¿madura o no?