En casa de mi abuela había unas bolsas con recortes de tela que mi tía pensó que podían servirme. La visita a la casa fue sorprendente desde el primer momento en que puse los pies en ella. La fórmula es fácil: ellos no están ahora allí, pero se limpia un par de veces por semana y todo, es decir todo, está en estado de revista, no vaya a ser que cuando vuelva algún día de visita la señora de la casa se le rompa el corazón por haber perdido el control de ella. Mi tía se ha esforzado en que así sea, y todos se lo agradecemos mucho.
Bien, tres horas después de abrir cajas, de llenar el contenedor de la basura, de sonreír a ratos y de aguantarse la lágrima otros momentos, me hice con un botín que, como dice mi amiga Maleta, es carne de blog.
En primer lugar, el apuesto caballero...
¿Algo a objetar?
Pues es una caja de camisas. Luego dirán que utilizar el sexo para vender, es algo nuevo. Ni hablar. Os aseguro que la caja tenía como poco, ocho lustros (un lustro, 5 años, saquen cuentas)
Más lustros de antigüedad tenía el bolso de la imagen. La tela está tan hecha un desastre, que al rasgar un poco el forro me he dado cuenta de que la espuma que servía para dar cuerpo a la tela se ha desintegrado en polvo de espuma. Asqueroso. Pero voy a hacer lo imposible por aprovechar el cierre.
Bueno, la telita de abajo no es de algodón, pero el estampado me ha parecido muy gracioso. Al saco.
Una bolsa con estos adorables muñequitos de fieltro, algunos por hacer. Tenía pinta de detallito de bautizo por acabar. No caerán en saco roto, yo a esto le veo cara de broche. (lo de abajo es una toalla preciosa, que me he quedado... lástima que tiene algunos flecos anudados en la parte de atrás, y otros que alguien cortó después de hartarse de tratar de desanudarlos).
¿Y este delantal? No, no os lo regalo, es para mí.
Bueno, y lo que no sale en la foto: retales de lana de pata de gallo para bolsos y bolsas con sus forros a conjunto, otros de terciopelo, lanas de colorines, y un montón de metros de hilo perlé para cuando me dé el próximo ataque de hacer ganchillo.
Y mi corazón... pues sorprendentemente en paz. En esa casa siempre me he sentido feliz, como volver al seno materno, a la niñez. Ahora me doy cuenta que la mayor parte del tiempo que hemos pasado vaciando bolsas polvorientas no me he creído del todo que ellos no estuvieran allí.