© de la imagen La meva maleta

domingo, 12 de noviembre de 2023

Entre nosotros

Pues me apetece contaros una intimidad. Ayer cené con un montón de jóvenes de mi edad, a saber, los que cumplimos 50 este año. Los chavales, vaya. Cena en el hall del que había sido nuestro cine de la infancia, cuando los cines eran de sesión doble, con bolsas de regaliz, gallinero y butacas rojas, ahora reconvertido en restaurant. Luego, sesión de disco con barra libre, qué desperdicié tomándome una tónica (sin-gin) y medio botellín de agua triste porque me tocaba conducir. Nos hemos ido reuniendo este año y cada vez he tenido una sensación parecida. Despojada de todo lo que me define en el tiempo actual, a saber, mi marido, mis hijos, mi trabajo, mi nueva familia, mi nuevo lugar, y enriquecida con la sabiduría de lo que he aprendido y la imprescindible distancia, me he limitado a ser yo misma. 






No tengo nada que quiera esconder, nada que disimular, nada de qué avergonzarme, fui lo que fui. He aprendido a amar a la niña desastrosa que era y a la adolescente que no encontraba su sitio. Con ellas dos de la mano, me he plantado ante mis compañeros de colegio y ante los chicos de mi quinta a los que ni siquiera saludaba al cruzarme con ellos por la calle y así me he presentado ante ellos, y ahora los considero mi gente. 

A pesar de tratar de poner toda mi atención en lo que me cuentan, no soy capaz de recordar el número, sexo y edad de los hijos de cada cuál, ni las profesiones que les dan de comer. No sé quién se lio con quién, quién está divorciado, salió del armario o se metió en él. Bueno, algo sí recuerdo, pero cuando estamos juntos somos otra vez los niños de la egebé, ellos, con rodilleras en los pantalones y el balón bajo el brazo. Nosotras, cantando canciones de jugar a la goma y calentadores a lo Flasdance. 

Luego disimulamos y nos hacemos los mayores y nos vamos al Musicland y bailamos la playlist (consensuada) de música de entonces. Aunque a ratos vuelven, desinfladas, las rivalidades entre colegios, aunque nunca llega la sangre al río, porque todos somos los del 73 y punto. Por mero hábito, me he permitido observarles a todos con cariño, me guardo para mí las conclusiones a las que llego, aunque se podría extraer un tratado de sociología completo de lo que somos cada uno. Quién sabe si alguno de ellos protagonizará una de mis novelas. Sé que algunos de ellos me leen, así que espero que mi crónica les haya hecho sonreír. Para la próxima, propongo merienda con bocadillos de chorizo con Tulipán, sandwich de nocilla y Mirinda para todos. Y, lo siento, si no naciste en nuestro año y no tienes algo que ver en Mollerussa, no estás invitado.

Us estimo, gent!

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