La recuerdo en la penumbra de su habitación. Yo la aguardaba metida dentro de sus sábanas, de crujiente algodón secado al sol. Ella, con delicadeza y pudor se quitaba la bata fresca que había vestido todo el día, y se ponía el camisón. Sólo entonces, dejaba caer su combinación, que caía arrugada a sus pies.
La luz de la luna que entraba por la ventana recortaba sus silueta de abuela, aunque su cuerpo sólo tendría 50 años. La esperaba para dormirme a su lado. "Ani, ¿has tirado el chicle?". Y yo estiraba mi mano, disimulando bajo la fina colcha de verano, hacia la mesilla, y lo dejaba ahí, para mañana (el que esté libre de pecado que tire la primera piedra :-)
-Jesusito de mi vida, venga.
-que eres niño como yo (pero yo soy una niña, eh, pensaba)
- por eso te quiero tanto
-que te doy mi 'corasón'
-Tómalo
- tuyo es
- mío no
- (¿como era ?) Virgen 'bendida'
- ven a mi cama
- dame un abrazo (esta es la que más me gusta)
- y ¡hasta mañana!
La seguridad de esas palabras me arropaban toda la noche. No había habido abrazo ni besito, pero estaba ella, con la presencia de su cuerpo durmiendo a mi lado, en una cama con cabecero de estilo Thonet.
De ella aprendí a guardar la ropa cuando cambiaba la estación. Con un innegable sentido práctico escribía en una caja, con su pulcra letra de maestra: ROPA DE INVIERNO/ ROPA DE VERANO.
Era, como acabo de decir, maestra. De lengua castellana, de latín y religión. Presumía de haber empezado a leer con cuatro años, como yo, y como Bufón. Así que no es de extrañar que escribiera muy bien, y para gran envidia mía, era una magnífica rapsoda.
Todos sus nietos aprobamos, sin estudiar apenas, latín. En una hora de clase magistral privada, nos explicaba todas las conjugaciones y los verbos. Y nos inculcó el amor por la lectura y de sus manos me llegaban los mejores libros, y aún hoy, llegan los mejores libros para mis hijos de las manos de mi abuela, y de las de mi madre.
Este fin de semana quiero ir a llevarle el libro que he escrito. No lo sabe, ni lo sospecha. Por cuestiones de salud, y por su propia voluntad, vive en una residencia de ancianos a algunos kilómetros de mi casa, y no puedo ir a verla tan a menudo como quisiera.
Tendré que salir llorada de casa, porque en cuanto sus ojos, que casi no ven,se inunden de lágrimas al ver mi nombre en la portada de un libro, sé que no podré soportar la emoción. Jesusito de mi vida....