© de la imagen La meva maleta

miércoles, 29 de abril de 2015

Impunidad

Me mandaron un mensaje para que lo viralizara (lo hice), solicitando que se rindieran honores al maestro fallecido en acto de servicio en defensa de sus alumnos. La noticia de la identidad de su asesino, disculpen si equivoco la terminología, un menor de 13 años, aquejado posiblemente de una enfermedad, nos ha dolido a todos. 
Y nos ha recordado que la edad hasta la que uno no es responsable de los actos criminales cometidos acaba a los 14 años. 

No sé si esta circunstancia fue la que impusló a una pandilla de mamarrachos de la población de Alpicat a cometer un acto vandálico contra un grupo de chicos y su profesora de catequesis. 


No sé si, como esos otros, un grupito de chicos de etnia gitania de una  clase de primero de ESO plantaron cara ayer a dos maestras dentro de la escuela. Según me contaban, uno de estos chavales, repetidor, eso sí, al que se sumaron tres más, quisieron terminar la clase cuando les vino en gana, la profesora trató de bloquearles la salida sujetando la puerta y esos  cuatro hombretones -físicamente, claro- forcejearon en sentido contrario y lograron salir por fin. Por la tarde les vi, me los crucé por la calle y me estremecí. Vi lo grande de su cuerpo y lo escaso de su bondad y la protección que les da la manada, y supe que tendremos problemas.
La trágica noticia del chaval de la ballesta ha puesto en conocimiento de una legión de descerebrados de menos de 14 años que, hagan lo que hagan, no les va a pasar nada. 
Que Dios nos asista. 


“EL MUNDO”, viernes 24 de abril de 2015  
 
                                                HOMENAJE A UN PROFESOR HÉROE
 
       Sr. Director:
 
            Se llamaba Abel Martínez, pero eso a casi nadie le interesa. Era, según dicen, de Lérida y tenía 35 años. Trabajaba como profesor de Historia en un instituto de Barcelona y murió en acto de servicio. Cayó abatido a la puerta de su aula, cuando acudía a poner orden en un incidente escolar. Fue muerto (¿podré decir asesinado?) por un estudiante incontrolado del que lo sabemos casi todo y por el que todo el mundo –desde jueces a periodistas, pasando por psicólogos y políticos- está muy preocupado. Nadie sabe nada (ni importa, al parecer) de Abel y su familia, de sus padres o hermanos, de su novia o tal vez de sus hijos.
                Era un profesor. Si hubiera sido un militar caído en lejanas tierras, habría ido a buscar su cadáver el ministro del ramo, se le habrían hecho honores de Estado y seguramente le habrían condecorado con distintivo rojo o amarillo, vaya usted a saber. Pero Abel era, simplemente, un profesor. Un profesor interino, para más inri. El primer docente muerto en las aulas en nuestro país no se merece el oprobioso silencio, el incomprensible ninguneo que le han dedicado los medios de comunicación. Así que solicito desde aquí que el próximo instituto que se inaugure en España lleve el nombre de Abel Martínez, y que se conceda al profesor leridano, a título póstumo, la Cruz de Alfonso X el Sabio.
 
                                                                                                Luis Azcárate Iriarte.  Pamplona



domingo, 26 de abril de 2015

El boli azul



Debió empezar como un juego. Se te cayó el boli al suelo y alguien lo hizo correr con una patadita hasta que desapareció de tu alcance y de tu vista. La profesora, quién sabe si harta ya de bromas de adolescentes,  te ordenó que te sentaras y tú te apañaste con un cacharro que soltaba tinta a ratos para terminar la clase.

Perdiste por siempre el bolígrafo por no desobedecer a la maestra, y por falta de picardía no le pediste el boli a la chica que hizo que tú perdieras el tuyo. El boli... El que tú te habías comprado con tu dinerito con tu paga para caprichos, en lugar de pedírmelo a mí. ¡Ah, amigo! Eso te dolió más aún, era TU boli, nuevo de hacía dos días.

Te pedí que la próxima vez te enfrentaras a la situación con agallas. Si tú considerabas que la profesora debería haber resuelto el problema de otra forma, deberías haberle planteado la cuestión de forma educada. Está bien la resiliencia, pero no dejes que abusen de ti.  Porque al final, resulta que a los que son buena gente que nunca se quejan de nada, todos le pueden hacer de todo. Y los que son unos bichos, para que no se reboten, a esos no les toca nadie. 

Porque no es la primera vez. Te bajaron tres puntos de un trabajo en el que tenías un merecido 10 porque alguien te rompió la estructura de madera. Y los autores del estropicio quedaron impunes. En cambio, te culparon a ti por no cuidar tu material, en eso estuve de acuerdo. Pero no proporcionan taquillas ni armarios suficientes a los alumnos. Ni siquiera las aulas se encuentran cerradas fuera de las horas de clase. Era difícil que tú pudieras hacerlo, aun así, aceptamos y aprendimos.

Yo voy a apoyarte de forma incondicional si tú te defiendes con inteligencia y sensatez. Porque creo que en la escuela uno no debe de aprender sólo matemáticas y ciencia. La forma de enseñar a los niños conceptos como la justicia, la lealtad, la honestidad, la ecuanimidad y el respeto es poniéndolos en práctica. 

Además, sé que sabes hacerlo. Lo demostraste el otro día. Me dijiste que te habían pedido  aprender de memoria un himno para cantarlo, y te contaron una patraña politizada sobre su origen. Por esa razón te negabas a cantar. Te dije que era tu decisión, que íbamos a apoyarte escogieras lo que escogieras. Sin embargo, si tú tomas el himno sin la cuestión política, te expliqué, no pondrás en riesgo tus notas (y no te lo dije, pero pensé también que evitabas enemistarte con la profesora). Estoy de acuerdo hagas lo que hagas, te aseguré. Porque sabía que no me fallarías. 

Sacaste la nota más alta de la clase, a pesar de la maestra, que sospechaba de tu intención por razones que no vienen al caso. La dejaste con la boca abierta. Y me dejaste muy clarito que sabes donde pisas. Me dijiste que te sentías orgulloso de lo que habias hecho, porque si el himno que hubieran pedido aprender fuera el del "equipo contrario" vamos a decirlo así, habrían habido pitos y abucheos. En cambio tú les habías dado en toda la boca callándoles con tu nota. 

Tu compañera de clase te debe un boli nuevo, no tengas miedo de exigírselo. Yo te apoyo. Soy tu fan n#1.

jueves, 23 de abril de 2015

Mi día del libro

Después de cuatro Sant Jordis frenéticos, incluso después de haber pedido fiesta en mi trabajo, este año decliné cualquier invitación, cité a varias personas durante la mañana para vencer la tentación del paseo eterno por las avenidas llenas de paradas de libros, rosas y reivindicadores varios.
He celebrado mi día del libro de la mejor manera que se me ha ocurrido, escogiendo libros para mis chicos y leyendo de un tirón el libro que me compré el...¿lunes?
He tomado el sol a la hora de mi siesta con él entre mis manos, he terminado un capítulo en un semáforo en rojo, he dejado olvidada la comida de mañana por no perderme el final, aunque luego me ha tocado correr. Incluso he tenido que ponerme una alarma para que no se me pasara la hora de recoger a mi hijo en el colegio.
Me he tomado una tarde medio libre, aunque he hecho pasta, he recogido a los chicos y los he llevado a sus actividades, he recogido los zapatos que tenía poniendo tapas en el zapatero, he buscado una tienda en la que encontrar una funda para mi tablet, he puesto una lavadora y recogido el detergente que se me ha caído, en fin, unas pinceladas de mi propia vida intercaladas entre uno y otro ambiente de mi novela.
Y he sido feliz, que ya es mucho. Porque normalmente no suelo tener tiempo ni para sentarme, y miro a mis otras aficiones de placer, como la costura, la lectura, la decoración, mi jardín, mis gatitos, con verdadera nostalgia.
Si hoy pudiera pedir un deseo es pasar el próximo Sant Jordi firmando algo nuevo en una mesa con mucha gente esperando al otro lado. Pero si no llega ese momento me pido tener un libro que me guste en mis manos, como El lenguaje de las flores, de Vanessa Diffenbaugh, que os recomiendo con cariño.

No dejéis de leer, y por favor, comprad vuestros libros, no los pirateéis. Los autores ganamos una miseria por cada ejemplar vendido, por cada ejemplar copiado de alguien que lo robó, los primeros en perder somos quienes amamos a la lectura. Nada es gratis, no robéis.

domingo, 12 de abril de 2015

La famosa charla y mi punto de vista

Cómo explicar esto sin parecer una oportunista... Bueno, creo que yo necesito verlo escrito, así que tomadlo con cariño.
http://youtu.be/q7mBuoYYF-M

Habréis visto y leído sobre esta charla de cinco minutos en todas partes. Me inspiró el blog de Marta Barroso, de hecho. Me gustó mucho, y me sorprendió mucho también darme cuenta de que yo sabía ya estas tres cosas.
Sin llegar al dramatismo de ver que se estrellaba mi avión, por dos veces me he visto en un quirófano con la vida pendiente de un hilo por hemorragia interna. A pesar de saber que estaban a punto de salvarme el pellejo (gracias, Emilio), y seguramente por el hecho de estar desangrándome, yo pensé algunas de las cosas que se le ocurrieron a Ric Elias. 
Supe que pesar un kilo y medio más de lo que quisieras no es una tragedia. Ni cinco... Toda la vida a dieta, estúpidas revistas y estúpidos diseñadores de tallas 34 y 36. Para qué. Perder la vida sí es grave. Y lo digo yo que, de camino a la clínica, dos horas antes de mi operación de urgencia pasé a la esteticista a depilarme.
Supe que es una soberana idiotez discutir por cosas tan banales como la forma de estrujar la pasta de dientes. Discuto por deporte, por entretenimiento, pero procuro no discutir en serio. Para qué. 
Supe que sientes un gran frío en el alma cuando te mueres (yo tenía muchísimo frío en todas partes por falta de riego sanguíneo).
Pensé en los hijos que no podría conocer. La primera vez no los tenía aún. 
Pensé, la primera vez, con una tremenda tristeza, que menudo papelón le dejaba a mi marido, que quedaba viudo con 29 años. La segunda fue mucho peor, pensaba que dejaba viudo y huérfano. 
Ahí me planté. No pensaba morirme y perderme su vida y la de sus hermanos. No tenía miedo de morirme yo, sino que me mataba pensar en su tristeza y en lo que iba a perderme.
Ahora os cuento qué fue lo que cambió en mi vida. No es un cambio radical, porque existe un hábito demasiado grande, pero 15 años después de ese momento (bueno, me di cuenta mucho antes), sé que mi vida sufrió un punto de inflexión.
La relación con mi marido adquirió un matiz de profundidad. Nunca fuimos los mismos, empezamos a amar de verdad,  a lo bolero, como si fuera esa noche la última vez. Podría haberlo sido.  
Aprendí quien estaría conmigo si lo necesitaba. 
Aprendí a toser sujetándome la tripa, que las tareas de casa no se hacen solas y que me acompañarán toda mi vida y que todos te ayudan si pides cosas concretas, y a poder ser, pocas.
Por el gran shock del susto que me di, caí en una depresión. Sin diagnóstico, sin tratamiento, bastante sola. Me di cuenta que tendría que salir de ella sin diagnóstico, sin tratamiento y sola. Que cuanto más bajara hasta lo hondo, de más abajo tendría que remontar, asi que dejé de lamentarme y empecé a subir. Supe, para siempre, que no debes ceder ante una  depresión. 
Desde entonces, mi vida giró hacia una actividad frenética, detesto sentir que estoy perdiendo el tiempo.
¿Me hizo mejor persona esa experiencia? Sin duda sí. No sé si escucharlo de otra persona me hubiera servido de algo. Sirva mi propio testimonio para apoyar la reflexión de ese superviviente.

miércoles, 1 de abril de 2015

Lo que aparentas

Esta era una charla que tenía ganas de darte, desde que te veo tan mayor.Tan mayor... intuyo en el adolescente con voz de gallo Claudio que eres ahora una persona adulta con un perfil muy marcado.

Creo que aún soy la persona de este mundo que mejor te conoce, porque así debe de ser. Te conozco a pesar de tu voluntad, de tu timidez e inseguridad. Yo leo en tus ojos todo tu bien y tu pizca de maldad, esa que impide que nadie se atreva a decir de ti que eres tonto, por demasiado bueno. Y es en ese lugar sombrío de la noche de tu mirada donde a mí se me hiela la sangre por el miedo, porque no podré evitar que conozcas personas que, vestidas de corderito, escondan un lobo hambriento en sus entrañas. 

De eso era de lo que quería hablar contigo, del aspecto que se supone que uno debe de tener, pero desde ti. Bueno, me lío, como siempre. Te contaba, a mi manera, cómo resulta patético, casi siempre, querer aparentar lo que uno no es, y que, de alguna forma, nuestra condición física hará que se espere de nosotros que tengamos una personalidad u otra. Al fin y al cabo estamos en un mundo que siempre, siempre pone primero el precio a las personas por su aspecto físico, si acaso un poco más tarde le damos la segunda oportunidad.

Te decía que tú vas a ser un tipo alto y grande, como tu abuelo, como un árbol de grandes ramas protectoras y profundas raíces, que tu sola presencia hará que se espere de ti un aplomo y una seguridad. 



Te lo decía con la esperanza de que no hagas payasadas, porque tu cuerpo siempre ha crecido a la misma velocidad que tu desbocada imaginación. Te veo, con tu metro sesenta, jugando a tirarte sobre la montaña de ramas, a carreras de fórmula uno sobre patines, al teléfono de cordel y vasos de plástico, como si pesaras 30 kilos y fueras un crío de 8 años. Eso sí, el tipo más feliz del mundo, dando un poco -bastante- la espalda a las responsabilidades.

Y también sé que te tocará muchas veces hacer de tripas corazón y con ese valor ligeramente inconsciente que tienes decir un 'no' bien alto a todas las tentaciones que se te presenten. Porque sé que, como serás un grandullón, te van a ofrecer el mal en bandeja de plata cincuenta veces, y yo quiero que tú seas esa presencia digna que se atreva, que se atreva a decir que no. 

Qué vértigo me produce sólo de pensarlo. Porque detrás de ti empieza a recorrer el camino el fibroso de tu hermano, ese que primero actúa y luego piensa, ese que en el fondo es un caguetas y que para ser el gallo más gallo del corral hará cosas que están mal sólo para demostrarse que no tiene tanto miedo. Esto es la maternidad, supongo, ese secreto temblor que sólo aquí se atreve una a poner en voz alta. 
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Por favor,

Si algo de lo que expongo aquí te molesta, te pertenece, o habla de ti y quieres que lo borre, tan solo tienes que pedírmelo. Nunca quise ofenderte, ni plagiarte, ni molestarte...
Este es un espacio de libertad y, sobre todo, de respeto.