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lunes, 29 de abril de 2024

La doctora de los pies de loto

Conocí a Lisa See por su best seller El abanico de seda. Si no lo han leído, háganse el favor, y consigan un ejemplar, aunque sea de bolsillo. La autora americana, biznieta del Patriarca del Barrio Chino de Los Ángeles, narra en esta obra la amistad entre dos niñas que establecen una relación como laotongs, una amistad por elección que implicaba fidelidad eterna. Era, por tanto, de mayor implicación que un matrimonio, que no era electivo sino por imposición paterna y cuyo propósito era tener hijos, preferentemente varones.

El abanico de seda es una obra exquisitamente delicada que sumerge al lector en otro planeta, la lejanísima China de las mujeres de los pies de loto, que se podría­a pensar que no existió jamás. Porque a nosotros los europeos nos parece imposible que incapacitar de por vida a una mujer mutilándole los pies, pudiera ser algo, no solo deseable, sino que era condición imprescindible para que los padres pudieran casar bien a sus hijas e impedir que quedaran relegadas a los trabajos más desprestigiados. Las propias madres rompían con dolor y orgullo los huesos de los pies de sus hijas de seis o siete años. Esto que parece inverosímil no lo es. Se estima que, a principios del siglo XIX, casi la mitad de las mujeres chinas tenían pies vendados, el 100% para mujeres de clase alta. Figúrense que el largo ideal, el llamado “loto dorado” era de siete centímetros. 

Estas mujeres de la China imperial vivían aisladas de la sociedad, no podían huir de una situación que ellas mismas perpetuaban, porque una mujer con los pies como muñones difícilmente podía salir corriendo de las manos de un marido. Se recluí­an de por vida en las cámaras destinadas a las mujeres de sus propios hogares. En ese mundo interior, sin embargo, esas mujeres creaban un mundo de belleza basado en el arte de sus bordados, sus poesías, sus canciones, la formación de sus hijas. La obra relata cómo sus protagonistas habí­an desarrollado una escritura propia que les permitía comunicarse sin que sus esposos captaran los mensajes. 

No había vuelto a leer a Lisa See, cuando descubrí que había escrito El círculo de mujeres de la doctora Tan. La urraca librera que llevo dentro se hizo con un ejemplar que he devorado en una semana, a pesar de sus casi 450 páginas. Relata la historia de Tan Yunxian, una médica que ejerció durante la dinastía Ming en el siglo XV, el tiempo que equivale a nuestra época de los Reyes Católicos. 




Esta mujer de pies de loto, reside en las cámaras interiores del hogar de su marido desde su boda, concertada en su infancia. Allí pone en práctica sus conocimientos en medicina aprendidos de su abuela. En aquel tiempo, las mujeres eran tratadas por médicos hombres que no las podían ver ni tocar bajo pena de repudio de sus esposos. Las mujeres fallecían por falta de diagnóstico o desangradas en los partos, porque los médicos no podían acercarse a la sangre porque se contaminaban. Sencillamente espeluznante.

Como mujer, el papel de esas mujeres en la sociedad me resulta incomprensible, no me veo doblegándome para caber en ese sistema. Seguramente tampoco habría encajado en la sociedad de la Europa medieval. Claro, que no podemos entender la historia con ojos del presente. 

Como enfermera, me ha resultado muy interesante el abordaje de la enfermedad que proponía la medicina china y el conocimiento que tenían en el siglo XV de terapias médicas. En ese tiempo, en occidente, los barberos eran los encargados de resolver los problemas de salud y la mitad de las dolencias se trataban a base de sangrías con sanguijuelas.  

Mientras vas leyendo el libro, atrapada en la historia de esta mujer, viviendo con ella sus tiempos de cabello recogido, sus tiempos de arroz y sal y sus tiempos de recogimiento, no puedes dejar de pensar que es imposible que lo que se narra sea real. Haber leído previamente El abanico de seda me ayudó a entender un poco más la magnitud de lo que leía. 

Te dices que no puede ser que las mujeres que no tenían hijos varones escogieran ellas mismas las concubinas para que sus maridos los engendraran para poder continuar sus dinastías y mantener la honra y el patrimonio familiar. No puede ser que esas concubinas pudieran ser desechables si quedaban marcadas de viruelas. No puede ser que las mujeres tuviesen un valor social nulo, bajo cero, si eran una pies grandes. Eso piensas. Se lo ha inventado, te dices. Hasta que acabas el libro y te lees los Agradecimientos y te das cuenta de que de la autora se ha documentado exhaustivamente sobre la sociedad china medieval, sobre los conocimientos de ginecologí­a de la medicina china clásica, sobre la justicia de los mandarines, sobre la dinastía Ming. Nos cuenta que Tan Yunxian existió de verdad, escribió un tratado de medicina titulado Miscelanea de casos de una doctora, que un primo suyo, hombre, publicó y ha llegado hasta nuestros días. El círculo de mujeres de la doctora Tan, no es más que una novela, pero, sin duda, es historia.







domingo, 31 de marzo de 2024

Entre hilos

 Bordar tiene algo hipnótico. Se parece a pintar: plasmar una idea en un lienzo, pero con hilos de colores en lugar de pinturas.

El proceso creativo de una labor bordada es fascinante. Escoger un diseño, plasmarlo en la tela, elegir la gama cromática, el hilo adecuado, colocar la pieza en el bastidor y tensar. Cortar el hilo de la longitud precisa, esconder la hebra —no, no se debe anudar jamás en el revés del bordado— y el pequeño vuelco en el estómago de dar la primera puntada, que no es como el primer beso, pero casi. 

Y entonces se apaga el mundo y el tiempo fluye entre tus dedos igual que el pensamiento discurre por tus nudos internos y tus problemas. El bordado es altamente terapéutico y sanador. 


No siempre escojo el bordado para sanar mi alma. Cuando tengo un trago complicado opto por el ganchillo porque ahí todo pasa con otra cadencia, mucho más rápida y mucho menos comprometida, porque si te hartas, tiras del hilo y el trabajo o el problema desparecen con arte de prestidigitador. Deshacer un trozo de bordado requiere mucha prudencia y tijera,mejor pensarlo bien. 

A mí se me da fatal pintar, voy mal de habilidad y regular de paciencia, a pesar de sus trazos rápidos o tal vez por ellos. 



Tradicionalmente las mujeres se sentaban con las piezas de sus ajuares en el regazo y mientras sus manos creaban labores maravillosas, compartían confidencias y chismes y se acompañaban en sus dificultades. 

Mi bordado es, en cambio, solitario me obliga a detener la mente. Cada pincelada es apenas un tramo de hilo, apenas unos milímetros, a veces, ni eso. Me amarra las riendas del alma y me redibuja los bordes, me reafirma, me acompaña y me conforta. Me dice que al final, todo saldrá bien. 


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