© de la imagen La meva maleta

martes, 19 de diciembre de 2023

El lugar donde vivo




El Segre se desliza silente bajo esta alameda escarchada. La saó, como la llamamos aquí, la humedad, empapa esta Terraferma. Firme, sí, firme y yerma, no se dejen engañar por el paraíso colmado de manzanas del pecado original que somos en verano. Porque solo el agua de riego hace posible este vergel. 

Aquí, el calor implacable nos resquebraja los campos, no sabe llover. Si llueve, lo hace poco y mal. Luego, sed. 

Y, pronto, el frío. Este frío. Frío en serio. De niebla o de Cierzo. Sin nieves de postal ni cabañas con leñador fornido. En el Pla de Lleida, no. 

Aquí señalamos en el calendario los días que llegamos a ver la luz del sol, las horas, a menudo, pocas. 

En este lugar inhóspito, sobrevivimos con trabajo duro y mirando poco hacia el exterior, tan deprimente. 

Así somos, un poco cabezotas, cerrados, amables, pero fríos. En nuestras lumbres no falta calor y en nuestras despensas abunda el fruto que le arrebatamos al agua, esa, que hoy empapa el suelo en forma de niebla. 

Somos gente de bien, pero no nos toquen las narices. Vamos a recibir al invierno con una mínima de 4 bajo cero y máxima de 3. Seguramente no veamos hoy el sol más que un ratito, ni siquiera eso.

Pero vengan a vernos, traigan su mundo bello, sus recuerdos de paisajes suaves de playas y cielos azules. Siéntense en nuestras mesas, hemos hecho un arte de cultivar nuestro interior. Interiorismo, digamos. 


Ah, también tenemos cosas buenas, arte, la Seu Vella (estará por ahí detrás de lo blanco)y eso, pero me ha quedado un vídeo muy fresco y quería compartirlo con un texto poético. #testimolleida 🤍💙#nomehaganmuchocaso 

#lleida

#laboira #boiragebradora #fredquepela #escribiendo #elsegre #lanoguera #térmens

domingo, 12 de noviembre de 2023

Entre nosotros

Pues me apetece contaros una intimidad. Ayer cené con un montón de jóvenes de mi edad, a saber, los que cumplimos 50 este año. Los chavales, vaya. Cena en el hall del que había sido nuestro cine de la infancia, cuando los cines eran de sesión doble, con bolsas de regaliz, gallinero y butacas rojas, ahora reconvertido en restaurant. Luego, sesión de disco con barra libre, qué desperdicié tomándome una tónica (sin-gin) y medio botellín de agua triste porque me tocaba conducir. Nos hemos ido reuniendo este año y cada vez he tenido una sensación parecida. Despojada de todo lo que me define en el tiempo actual, a saber, mi marido, mis hijos, mi trabajo, mi nueva familia, mi nuevo lugar, y enriquecida con la sabiduría de lo que he aprendido y la imprescindible distancia, me he limitado a ser yo misma. 






No tengo nada que quiera esconder, nada que disimular, nada de qué avergonzarme, fui lo que fui. He aprendido a amar a la niña desastrosa que era y a la adolescente que no encontraba su sitio. Con ellas dos de la mano, me he plantado ante mis compañeros de colegio y ante los chicos de mi quinta a los que ni siquiera saludaba al cruzarme con ellos por la calle y así me he presentado ante ellos, y ahora los considero mi gente. 

A pesar de tratar de poner toda mi atención en lo que me cuentan, no soy capaz de recordar el número, sexo y edad de los hijos de cada cuál, ni las profesiones que les dan de comer. No sé quién se lio con quién, quién está divorciado, salió del armario o se metió en él. Bueno, algo sí recuerdo, pero cuando estamos juntos somos otra vez los niños de la egebé, ellos, con rodilleras en los pantalones y el balón bajo el brazo. Nosotras, cantando canciones de jugar a la goma y calentadores a lo Flasdance. 

Luego disimulamos y nos hacemos los mayores y nos vamos al Musicland y bailamos la playlist (consensuada) de música de entonces. Aunque a ratos vuelven, desinfladas, las rivalidades entre colegios, aunque nunca llega la sangre al río, porque todos somos los del 73 y punto. Por mero hábito, me he permitido observarles a todos con cariño, me guardo para mí las conclusiones a las que llego, aunque se podría extraer un tratado de sociología completo de lo que somos cada uno. Quién sabe si alguno de ellos protagonizará una de mis novelas. Sé que algunos de ellos me leen, así que espero que mi crónica les haya hecho sonreír. Para la próxima, propongo merienda con bocadillos de chorizo con Tulipán, sandwich de nocilla y Mirinda para todos. Y, lo siento, si no naciste en nuestro año y no tienes algo que ver en Mollerussa, no estás invitado.

Us estimo, gent!

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Formas de decir adiós

En mi paseo por mis camposantos me rompe el corazón ver las lápidas de ese matrimonio que tuvo 12 hijos y ninguno de ellos, ni sus nietos, han sido capaces de dejar una una flor.




En el mismo cementerio, en el otro extremo, observo el duelo impúdico del pueblo gitano, que llora a demasiada gente joven. Sus sepulturas se distinguen a kilómetros de las demás por sus caballitos y sus flores blancas y azules y sus ángeles (qué dolor tan terrible la muerte de un niño) y las fotos de gente tan joven y sus mujeres de luto, ellos con la vara, todos con pañuelo negro. Familias enteras que lloran, que pasan horas honrando a los suyos. 

Me gustaría sentirme libre y llorar así, sin pudor, por mi padre, por mis abuelos, por la amiga de la que no pude despedirme. Ella, de mi edad. Los últimos años pasaba junto al nicho de su madre y le pedía que cuidara de ella. Hoy, cuando he visto sus fotos juntas se me ha roto otra vez el alma. 

Hoy me acuerdo de mi nueva amiga que justito estaba recuperándose un poco tras la muerte de su padre hace un año y ahora acaba de enterrar a su madre y quisiera dejar una flor para ellos. La dejo aquí, en su honor 💐

#cementerios #todoslossantos #sobrelamuerte #formasdeduelo

martes, 11 de julio de 2023

Traigo noticias

Queridos y fieles seguidores de este vuestro blog, 
Princesa del guisante editorial
Quienes me habéis acompañado fuera del castillo durante todos estos años ya sabéis, porque no hay nada más pesado que un autor en promoción, que he publicado y editado una novela.
La he titulado 
La niña sobre la vía del tren
La niña sobre la vía del tren, podéis abrir el enlace y comprarla (os mando una dedicatoria on line cuando lo deseéis).


Aquí estamos todos en familia y me apetece contaros algunos detalles inéditos. Preparaos un café, que la cosa tiene miga. El mío con sacarina y leche del tiempo, gracias. 

¿Ya?

Bien, pues el café es uno de los hilos que os conducirán hasta el final de la novela. Porque en mi familia siempre hemos sido unos virtuosos de un tipo de café, concretamente del café venenoso. Así lo llamaba mi abuela, y es un guiño para ella en el libro que ella misma me animó a escribir. Sí, es una novela basada en hechos reales de mi familia y en ella cuento cosas muy íntimas y personales. Otras son fruto de la imaginación y, como comprenderéis, no voy a desvelar cuál es cuál, eso se lo dejo al lector.
 
Su título original era La niña, pero por cuestiones tecnológicas tuve que cambiarlo. Me gustaba que fuera sencillamente la niña, porque en realidad, hay más de una niña protagonista, diría que son tres. Madre, hija y nieta. Tres generaciones de mujeres marcadas por un hecho trágico acontecido años atrás. Al llamarlo La niña pretendía el lector decidiera cuál de ellas era la más importante y, aunque ninguna lo es más que la otra, ganó la niña sobre la vía del tren, a ella le dediqué el libro.

Considero que es imposible hacer un retrato de alguien sin considerar el mundo en el que vive, por ello traté de valorar la evolución del papel de la mujer en nuestro país, desde inicios del siglo XX hasta nuestros tiempos, un largo paseo en el tiempo. 

La narración principal tiene lugar en el presente. Sucede a lo largo de una visita de domingo de Marisol en casa de su hija Sara. Carmen acaba de fallecer y, juntas, rememoran su vida, tratando de ordenar sus sentimientos respecto a ella. 
... y hasta aquí puedo leer.

Y para finalizar, os cuento algo sobre la edición.
La editorial que publicó mis libros anteriores, La abuela necesita besitos y Magdalenas con problemas, cerró hace algunos años. Desde entonces, en incontables ocasiones me han pedido ejemplares de ambos libros, que están prácticamente agotados en todas partes... ni siquiera tengo suficientes para mis sobrinos. Por eso me decidí a reeditarlos, junto con mi novela, desde la firma Princesa del Guisante. Me parecía el mejor homenaje a este lugar que me ha dado tanto.

Gracias por estar siempre aquí. Si queréis estar actualizados sobre todos mis progresos, 
Podéis seguirme en instagram @anabergua.autora o en twitter anaberguav







viernes, 22 de abril de 2022

Zapatos abiertos

Cuando nuestro estado de ánimo está regulinchi, tendemos a elegir vestirnos con ropas oscuras o con poco color, telas confortables, cortes sencillos, política de mínimo esfuerzo. Sólo tienen que recordar ustedes los anodinos escaparates de las dos temporadas de pandemia precedentes. Escaparates acordes con el sentimiento colectivo. Colores neutros, básicamente todas las gamas de beige. Patrones anchos, pantalones de punto, sin botonaduras ni cremalleras, mucha goma en la cintura, tallas gigantescas para esconder los inconfesables excesos de dulces que reconfortaron nuestras tristezas y la falta obligada de ejercicio físico. 

Tanto tiene que ver lo que nos ponemos por fuera con lo que nos pasa por dentro que a veces nos arrastra. Este invierno he tenido tres jerseys negros, nunca había tenido tantos. Sin querer. Ha sido lo que más me ha apetecido ponerme, me hacían sentir bien, me sentía guapa con ellos, claro, el luto. No he sido consciente de ello hasta que he hecho el cambio de temporada. Jersey negro, pantalón negro, algo por encima han constituido mi uniforme de un día por semana como mínimo desde octubre hasta marzo.

Es como tratar de conjuntar el alma con el espejo. Superado el duelo, bueno, ya me entienden, se hace lo que se puede, llega un día que empiezas a vestir con colores más alegres. Este año sales a la calle y los escaparates tienen naranjas y verdes y fucsias y limas y azul avatar (lo acabo de encontrar en Vogue, por supuesto no sabía que se llamaba así), todos mezclados o por separado. También de esa falsa euforia huyo, porque me da la sensación de que me están manipulando. Las cosas no están tan bien como para lanzar cohetes. 

Al final, como siempre, termino por hacer lo que me da la gana y tratar de coger las riendas de mi estado de ánimo. Si me levanto con dolor de cabeza y malestar me pongo el jersey que tiene escrito HAPPY con perlitas y me pongo maquillaje tapatodo. Así, si me veo de refilón en un espejo me sube la moral. No me voy a creer que estoy happy ni de coña, pero no es cuestión de que me tire más piedras a la cabeza, oiga. 

Si me quiero hacer la tontita un vestido babydoll. En cambio cuando tengo reunión con alguien que me quiere tratar de tonta me pongo mi camiseta de Maléfica, así, como declaración de intenciones, para que se vayan preparando.

Como fan de la serie This is us (véanla, hagan el favor), recuerdo un episodio en el que Beth debía conocer a los padres del novio de su hija y se ponía zapatos abiertos "zapatos abiertos para una mente abierta". Esa es la actitud.



Y, para terminar, y ya que estamos hablando de zapatos, voy a dejar aquí una protesta dirigida a los señores que se dedican a poner de moda las cosas. No hay zapatos en las tiendas. Sólo calzado derportivo. Hagan el favor de volver a hacer zapatos para nosotras. Zapatos, sí. No zapatillas ni sandalias. Za-pa-to. Bailarinas o mocasines o merceditas o manoletinas o francesitas o unos modernérrimos slippers o los clasiquísimos zapatos florita o el zapado de salón  de toda la vida. Basta ya de fealdades. Necesito ponerme mis vestidos con algo que no sea unas Converse blancas. Porque algunos de ellos no quedan bien y las sandalias pues no, oiga, que esta mañana hemos amanecido a 8ºC y tampoco es plan. Les invito al reto de comprarse unos zapatos en una capital de provincia pequeña que no tiene centro comercial. A ver qué encuentran.

En fin. A ver si entre mis lectores hay alguien que corte el bacalao en esto. Gracias por su atención.


viernes, 1 de abril de 2022

Erasmus+

Cuando nos dijeron que esta vez tendríamos que alojar al estudiante de Erasmus en casa se nos hizo cuesta arriba. Venía de Alemania, pongan que se llamaba, por ejemplo, Marcus. En plena vorágine de semana pre-exámenes para unos, de muchísimo lío en casa, con el reciente abandono de la ayuda doméstica. El peor momento, vaya.



Hicimos sitio, ofrecimos tiempo. Nada de habitación de invitados, tendría que dormir con el Erasmus anfitrión, compartir cajones, baño y mesilla de noche. No estaba muy de acuerdo, pero negociamos, aceptó y acertamos. La madre que me habita lo adoptó al instante como uno más.

Su apretón de manos y su sonrisa al llegar me hablaron de un hombre, no niño, seguro de sí mismo, bien educado, fácil y tal vez algo terco. Primera impresión sobresaliente, las siguientes, también. 

Tocó repaso de idiomas para todos. Yo, de la generación de la academia de gramática inglesa con profesores nativos de España, me oí asking todo el día if you want more strawberries. Nunca había hablado tantas cosas en inglés. Señor Madurito tratando de pillar algo con su inglés de Jesús Calleja, ay. Hijos demostrando con su buen nivel que su mundo es infinitamente más grande que el nuestro, luego diremos que si antes estábamos mejor preparados. 

Marcus vino para romper esquemas. Nuestro alemán de la Alemania del este resultó ser alegre y parlanchín, rubísimo, eso sí, como recién salido de cualquier playa de Mallorca. A los 5 minutos era uno más de nosotros. Probó todos los platos, aunque no le gusta el dulce y admite haber subestimado la comida española (inserten aquí una oda al jamón y a la salsa del fricandó que les prometo se comió a cucharadas después de mojar en ella media barra de pan). No me sorprendió que fuese ordenado y disciplinado pero sí que esté estudiando para ingresar en el ejército. Futbolero, inteligente, con grandes conocimientos de historia, es de XBox y no de Play (por favor), a él le sorprendió que en España se entre en casa con los zapatos de la calle y el clima cambiante pero suave de mi tierra en marzo.

Le he abrazado esta mañana y le he dicho adiós con la floja esperanza de volver a verlo algún día (nunca se sabe) un poco de alivio por no tener que andar pidiendo traducción simultánea todo el rato y el corazón un poco encogido por la extraña sensación de pérdida que dejan todas las despedidas. 

Auf wiedersehen, Marcus. Ha sido un placer tenerte en casa.

viernes, 25 de febrero de 2022

Mapas, alas y raíces

 



Le regalé a mi hijo pequeño (a.k.a Bufón, también conocido por Google o Siri) un mapa de rascar, como la lotería de rasca y gana, para que vaya marcando los países en los que ha estado. En abril se va de Erasmus a Alemania unos días, podrá rascar un lugar más. 

Aquí estoy, haciéndome a la idea de que dentro de nada se van a ir. El mundo ya no tiene límites para esta generación. China, Canadá, Australia, Argentina o Finlandia, todo les suena aquí al lado, a un clic de su teléfono móvil. Tienen más información en su palma de la mano de la que sus padres y sus abuelos todos juntos podríamos haber conocido en toda la vida. Su objetivo es todo el planeta, este que está entrando en guerra consigo mismo. Se lo imaginan sin límites, porque no conocen bien lo que hay al otro lado, la cara fea de salir de casa a un lugar con inseguridad, a un país en el que no entienden ni una palabra del idioma, sin todas las comodidades del mundo, como agua corriente y luz. Sólo han visto el vídeo de promoción, con sus sonrisas profiden y sus días de sol y playa. 

Nosotros vivimos en un lugar tan pequeño y falto de encanto (clima riguroso, empresas pequeñas y otras desgracias que no vienen a cuento), que tengo claro que en cuanto puedan deben irse de aquí. Se me irán, lo asumo y lo temo. Porque cuando uno se va de un sitio como este, nunca regresa.Y, aunque le tengo pánico a que se vayan y se olviden de volver, a cada uno de mis hijos le he regalado un mapamundi para que vayan señalando los países que han visitado (pocos, muy pocos, mi autónomo apenas tiene cinco días de vacaciones al año), para que lo conquisten a su ritmo, para que exploren, conozcan, sepan, gusten, detesten, aprendan, para que sueñen con otros lugares e imaginen otras vidas. 

Debemos darles alas para marcharse y raíces para volver. Espero, pues, que vuelen adonde quieran, mejor si los padres pudiéramos llegar en tren y con un idioma más o menos reconocible, mejor si ellos dos están cerca, porque se quieren, se ayudan, se necesitan. Y entonces nosotros nos instalaremos a su lado para no perdernos nada de sus vidas y de nuestros nietos. Así que también yo acaricio el planeta con ojitos de amor, a saber dónde terminarán mis huesos. 

En fin, las raíces llevo trabajándomelas desde hace 20 años y las alas llevo poniéndoselas desde hace ya tiempo, como si no me importara que se marcharan al quinto pino, luciendo sonrisa y empujándoles al borde del nido, fingiendo estar segura de lo que hago. Vete haciendo a la idea, princesa, necesitaremos maletas. 

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