© de la imagen La meva maleta

miércoles, 31 de octubre de 2012

Anclajes

Escuchaba esta mañana la radio, hablaban de las canciones que nuestros padres llevaban en aquellos coches cargados de críos que se cruzaban las Españas en los tórridos veranos de la Piel de toro.
Como introducción, yo me mareaba mucho. Mucho quiere decir, que cerrando los ojos en un ascensor podía marearme un poco. Mi récord absoluto lo tengo por haber vomitado en un trayecto de... ¡¡un kilómetro!!
Para colmo de mis males, mi padre tenía un Citroën, no recuerdo bien si un GS o un CX como el de la foto,


Bueno, para los que saben más de coches, lo único que recuerdo con claridad es que al arrancar, el culo del coche subía un palmo y era lo más parecido a una barca sin agua que se puedan imaginar.

No me llevaban a muchos sitios, ciertamente era una tortura china para mí viajar. Pero ah, la playa, me encantaba, y la única forma de ir era en el cacharro ese del demonio, por la vieja N-240 que estaba aún peor que ahora. Mi padre se compadecía de mí e íbamos un trocito por autopista, pero el paso por Picamoixons no me lo quitaba nadie. Llegada a un punto concreto de esa carretera que sería capaz de señalar, no podía aguantar ni un segundo más, así que parada rigurosa a echar la papa y continuar. Después de correr y chapotear todo el día, cuando por fin se me había pasado un poquito el mareo, tocaba volver.

Nuestro compañero inevitable de viaje era Antonio Machín. Así que El manisero, Angelitos negros, Toda una vida, Ya doblan las campanas, eran las canciones que me acompañaban, de forma que, aunque no estuviera montada en un coche, escuchar el chaschás de las maracas y empezar a marearme era todo una.

Hasta que en segundo de carrera, me dio un ataque de Machín, que mi vecina Cristina aún recuerda, porque la despertaba muchos días con Dos gardenias... Ya me disculparán mis damnificados, pero hoy le he encontrado una lógica aplastante: con el dulce son de su voz encontraba la de mi padre cuando estaba lejos de casa.



domingo, 28 de octubre de 2012

Herencias



¿Se puede heredar la afición por hacer crucigramas? ¿Y la preferencia por los alimentos crujientes? No me refiero a aprendizaje, sino a transmisión genética. Además de heredar el color de los ojos, la longitud de las piernas, los andares, la tendencia a la introversión, o a la alegría, ¿es posible heredar de una tatarabuela que no ha conocido ni tu madre la forma de sacudir las migas del mantel? 
No deja de parecerme divertido buscar parecidos en todos esos rasgos aprehendidos y aprendidos que nos hacen pertenecer a los nuestros. Ya se sabe, quien a los suyos se parece, honra se merece. (Ha tocado repaso al refranero hoy también).

martes, 23 de octubre de 2012

Sin darnos cuenta...

La vida pasa sin que nos demos cuenta. Sí, claro, está nuestra infancia, desde aquel primer recuerdo de las clases en el colegio, de la plastilina bajo las uñas. Luego los veranos inacabables, de esperar la digestión y correr por los caminos en bicicleta. Luego aquellos años espesos de nuestra adolescenca, en la que nuestro corazón se muere por el primer amor fracasado y de las reivindicaciones del yo. Y te enamoras de aquel chico, y esperas que llegue el día que cruces de blanco tu camino hacia él. Y paseáis vuestro amor por todas partes sabiendo que habéis construido un hogar. Y te llegan los niños, primero bebés, y empiezan sus propias infancias de plastidecor y fútbol en el patio. Maldita sea, si hace dos días acariciabas tu vientre lleno de ellos, ¿dónde está el tiempo?

La Octubrera de mi casa empezó, como si entendiera de calendarios, a primeros de este mes a mostrar sus pequeños botones, como hizo el año pasado cuando la compramos.






Y así, como si nada, pasa otro octubre, y otro año.

domingo, 21 de octubre de 2012

Cómo se parecen


Cómo se parecen entre sí todos los hospitales: las dos camas gemelas articuladas, los soportes para los sueros, la barra para que el paciente se agarre. La mesilla de noche alta, con un cajón y una puertecita que hay que revisar al marcharse. La silla para la visita de día y el sillón para el paciente cuando está sentado y para que duerma el acompañante, o al menos, lo intente. Las mesas plegables que se ponen a la altura de la cama o de la butaca, según convenga.  La cortina divisoria que nunca sirve para nada, el armario pequeño con la muda de calle, los zapatos en una bolsa de basura blanca, la manta que más bien da repelús. Las puertas anchas para que pase la cama, el baño con las palanganas y las cuñas. 

Qué distintas son todas las personas que habitan esas habitaciones. Familias que se desviven, otras que no aparecen, conocidos que hacen visita de médico y familias gitanas que  acuden en tropel a arropar y a agotar la paciencia de toda una planta, mujeres de miradas duras que te hacen el examen cuando entras, como tú le acabas de hacer. Pronósticos difíciles de resolver, alguna tontería, alguna que otra sentencia de muerte. Pacientes que son eso, precisamente, pacientes, y otros que exigen con vehemencia todos sus derechos como usuarios de "el Seguro", que para eso llevan pagando toda su vida (como todos los que están allí). Enfermos resignados, valientes, cerriles. Y esas miradas perdidas que piden volver a su casa y a su normalidad cuanto antes. 

Casi tan distintas como las personas que acuden a resarcirse de su mal, las personas que atienden al otro lado. Cuánto que decir.

viernes, 19 de octubre de 2012

Rosa esperanza

Hoy el castillo se llena de lazos rosa, una por cada flor de cristal, porque hoy es el día Internacional del Cáncer de Mama. Muy importante recordar que cualquiera de nosotras puede padecerlo, que es necesario hacerse autoexploración mamaria y las revisiones recomendadas por los ginecólogos, porque su esperanza es la DETECCIÓN PRECOZ.


Y os quiero hacer partícipes de la iniciativa que hoy Cadena Cien ha lanzado para echar una mano, con dinero, que es lo que cuentan. Una oyente con cáncer mandó un mensaje diciendo que escuchar el programa de Javi Nieves y Mar Amate era lo que le daba energía mientras recibía la quimio. Recibió un montón de mensajes de apoyo, que Robert Ramírez ha transformado en canción. Si la descargáis de iTunes, por menos de un euro, toda la recaudación se destinará a la Asociación española contra el Cáncer, asi que os dejo el enlace para que no os perdais por el camino.

http://www.cadena100.es/noticia_extendida_musical.php?id=47137;

martes, 16 de octubre de 2012

¿Las cosas son importantes?



No colecciono nada. No tengo constancia, ni gusto, ni dinero para hacerlo en condiciones. Ni creo que acumular docenas de dedales, como los de la foto, llaveros, sellos, gafas antiguas me sirviera para nada.
En cambio respeto mucho a aquellos que sí son amantes de coleccionar cosas.
Porque les comprendo. Comprendo su necesidad de rodearse de objetos por mero placer.
Y, sin embargo, envidio también a los que son capaces de mudarse de casa con una simple una bolsa de mano como toda posesión.

Yo no tengo la casa de mis padres. Ellos la vendieron hace ya muchos años, se mudaron a pequeños apartamentos que ya no son mi hogar, por mucho que me abran sus puertas. Mi hogar, mi casa, el lugar al que recurría cuando ya todo estaba cerrado era la casa de mis abuelos, de las que también tengo, más o menos, las puertas abiertas. Hace algunos meses os contaba algunos de los tesoros que me llevé de ella, porque pronto va a sufrir una reforma grande. 

Por esa razón, yo sí he atesorado pequeños anclajes, no son porsiacasos, sino cosas absolútamente sustituíbles, como el cuchillo del pan de mángo de nácar que lleva en acto de servicio más de 40 años, como la medallita de la Virgen de Lourdes que me trajo mi abuelo y que llevo siempre en la cartera, junto con las monedas, el vestidito que le trajeron a mi hermana de Ibiza cuando era un bebé, y que conservo inútilmente porque ella no tiene intención de tener hijos.

En fin, no puedo evitar dar a las cosas un valor personal  que para otro podría resultar absurdo, por lo que, hace algunos días, me compré la novela de Marta Rivera de la Cruz, llamada La importancia de las cosas, atraída por su título.

Debo confesar que las primeras páginas me dejaron tibia -los suicidas me ponen de mal humor-, pero en cuanto entré en la delicada descripción que Marta hace de la personalidad de sus protagonistas, me resultó imposible dejar de leer la historia, que, por cierto, es muy entretenida.

Y yo, que presumo, como el anodino protagonista, de no tener nunca ideas originales sobre las que escribir, me he sentido plenamente identificada con él. Así que, además de recomendaros la novela, del año 2009 y editada por Planeta, voy a agradecerle el buen rato que he pasado.

domingo, 14 de octubre de 2012

La Giganta

Anna Pujabet ha tenido a bien despertar un recuerdo de mi infancia, y no se me ocurre mejor sitio que este para contarlo.

Os voy a presentar a Carmen la Giganta, que fue mi niñera.



Cuando yo era tan pequeña que no tengo recuerdos, ya estaba en casa, en casa de mis abuelos, que es donde vivían mis padres cuando yo nací. 
Llorona, me llamaba. Mira como llora, llorona. No llores que te pones fea. Y adornaba esas palabras con cariño que transmitía para acolchar esos palos con los que ponía firme mi alma.
Ella era una mujer alta, le sacaba una cabeza por aquel entonces a las mujeres menudas que habitaban mi mundo. Tenía un andar oscilante, un pelo ondulado y unos labios pintados de carmín pasado que solían portar un alfiler que sujetaba con destreza entre sus dientes.
Ella me enseñó a coser. Era un retaco y la seguía a todas partes, y entre las dos le cosíamos vestidos a mis muñecas, y les hacíamos los patrones, incluso. 
Pobre Carmen, cuánto la hice sufrir. Era una niña culoinquieto, así que igual merendaba con la cabeza boca abajo que saltaba de la mesa del comedor al sofá, que trepaba por la barandilla de la terraza. Sí, efectivamente dejé de ser llorona, y me convertí en un pequeño bicho. Menos mal que también sabía jugar a las muñecas y me apuntaba a un bombardeo si era necesario.
Carmen estaba casada con un hombre bueno que olía siempre a vaquería, porque ese era su oficio, cuidar vacas. Y le llamaba Chico, pero tenía un nombre bien complicado. En fin, Chico le llamábamos todos. Cuando iba a su casa, un pequeño piso limpio y cuidado, con las habitaciones de los hijos ya mayores cerradas, me enseñaba la colección de muñecas de su hija que conservaba perfectamente vestidas y envueltas en una polvorienta bolsa de plástico. 

De ella, y eso le contaba a Anna, recuerdo sus canciones de juego, grandes Hits de su época, supongo, como aquella Chata Merenguela -que como era tan fina se pintaba los colores con gasolina, lairó lairó lairó-, La Calle de la Bomba, a la que se suponía que las chicas guapas se iban a tomarse las medidas, o Al pasar por el cuartel (soldado valiente no me pise usted, que soy pequeñita y me puedo caer).
Su perfume Joya de Myrurgia se impregnó en mi memoria, igual que el recuerdo de sus manos cosiendo la canastilla que iba a pertenecer a mi hermana.

Falleció hace poquitos años, la última vez que la vi, lloraba a su Chico en su funeral. Me hubiera gustado que conociera a mis hijos un poco mejor. A veces me da rabia que la vida sea tan corta.

martes, 9 de octubre de 2012

Abandonado...

Antes de que nadie se me escandalice, voy a explicarlo bien, porque los criterios de autosuficiencia respecto a los niños levantan casi tanto las hachas como los partidarios y detractores de Estevill y González.

Introducción.

Vivo en un pueblo muy pequeño. En una calle céntrica, bien iluminada. En frente, cruzando los escasos 10 m. de asfalto de una calle con poquísimo tráfico, mi vecino está sentado a la puerta toda la tarde. A 50 m. de mi casa está la casa de los tíos de mi marido. Con asomarse un poco, está la panadería, con padre de la panadera también sentado a la puerta todo el día. Al otro lado, está la peluquería, y antes hay un bar.

Las clases de inglés de mis hijos me suponen un desplazamiento por carretera. Ida+aparcar+ descarga de niño+compra de huevos (se habían acabado)+vuelta, con entrada al garaje incluida, tiempo máximo estimado, 45 minutos.

Mi hijo mayor tiene 10 años y ya va por el pueblo sólo a algunos sitios en concreto, ir y volver a algún recado.

El pequeño tiene clase de inglés, el mayor un porrón de deberes (redacción de lengua, matemáticas, inglés y no sé qué mas). Le propongo quedarse esos 45 minutos sólo en casa señalándole claramente el reloj para que sepa cuánto es ese tiempo.

Accede sin NINGÚN problema.

Normas:
- No abras a nadie. Bueno, puedes mirar por la ventana de tu cuarto y si es tu padre, tu tío/a, tu abuelo/a, sí puedes abrir.
- Si no pasa nada, trabajas y punto
- Si te pasa algo necesario pero no urgente te vas a casa de tu tía (50m) o a la de tu abuela (100m)
- Si te pasa algo urgente, cruzas la calle y le pides ayuda a la vecina.

¿Entendido? Sí
¿Seguro? Sí (que sí pesada)
¿Quieres venir? Noooo
A las 6 estoy en casa, ¿vale? Vale


Hechos:
Le dejo haciendo la redacción. Llamo al padre, está de acuerdo y alerta, por si ve humo o ambulancias. Salgo de casa, dejo al niño, compro huevos, vuelvo. Treinta y ocho minutos después, a las 17:53 estoy en casa.

REDACCIÓN (en realidad, una carta a una compañera de pupitre)

Querida Pepa Pérez,
Estoy aquí sólo en mi casa porque mi madre se ha ido a comprar y está tardando mucho. Yo me he quedado haciendo deberes (bla bla bla tres líneas más)

Bueno y ya me despido porque mi madre está tardando mucho.
Marlin, pez payaso.





lunes, 8 de octubre de 2012

Cuentos

Comentaba en su blog Mariapi de la crudeza que empleaban los cuentos antiguos para los niños.
Cierto, ese temor que hacía que te taparas con la sábana (ojo, que si viene un psicópata con un cuchillo una sábana es súper útil...), era el mismo que te hacía pedir más, porque aquello que nos asusta también nos atrae un poco


Imagen sacada de aquí


Ayer estuve viendo una representación de El soldadito de plomo. El cuento en sí tiene un sabor agridulce, aquel amor eterno del plomo fundido con el papel, para siempre... saquen ustedes mismos las conclusiones.

El montaje me llamó la atención. Eran tres mendigos que se encontraban en la calle y se ponían a contar el cuento. Como material, dos contenedores, una tabla, unas latas, unas bolsas de basura. Como espectadores, papás de niños pequeños y esos niños pequeños que aplaudían entusiasmados.
Y la realidad de fondo. ¿Cuántos de ellos tuvieron dificultades para rascarse el bolsillo para cotizar los escasos 5 euros por persona que costaba la entrada? ¿Es ese escenario de miseria -los tres mendigos- el que amenaza hoy día a esos sobreprotegidísimos niños?

Los cuentos no tienen nada que ver con la realidad, a veces. No, no es probable que mandemos a nuestra niña de trenzas doradas a casa de la abuelita a través del bosque y se encuentre con un lobo. Pero sí tenemos que advertirles de los peligros del mundo. El patito feo se encuentra encerrado en el corazón de muchos cisnes que no saben lo que valen. Y el País de Nunca Jamás... bueno, lo de los polvos dorados para hacer volar cada vez me suena más a apología de las drogas.

Quien sabe, a lo mejor el lobo feroz de nuestros hijos se llame Paro o Crisis. Estoy convencida de que los cuentos seguirán sirviendo para contar realidades y yo sí creo que es necesario mostrar el lado duro de la vida a los niños, porque está ahí, y dentro de nada serán adultos.

viernes, 5 de octubre de 2012

Por fin, viernes por la tarde



Utilizo la foto de aquí para el post de hoy.

Este curso se me ha ido complicando, como si hubiera adquirido vida propia y se ha convertido en un monstruo de dimensiones descomunales que tiene como único alimento todo mi tiempo. 
Es una realidad, así que cuanto antes sea capaz de digerirla, mejor para todos los inquilinos del castillo.
Vivo en un pueblo pequeño, como ya he contado algunas veces, las extraescolares incluyen inglés pero no en el nivel que yo deseo para los niños, así que los tengo que llevar al pueblograndedeallado dos días por semana... a cada uno, es decir, cuatro.
Veinticinco kilómetros ida y vuelta... dos veces, porque las clases son de 90 minutos que no tengo para poder perder, por la sencilla razón de que ese es el tiempo que destino a preparar la comida del día siguiente, la cena, lavar ropa y planchar. Ya he renunciado a hacer cualquier otra clase de actividad superflua de lunes a jueves. 
Los niños no van estresados, porque ellos sólo tienen dos tardes ocupadas cada uno de ellos. Pero a mí me va a dejar sin salud. 
La única tarde libre es la de hoy. Ahora mismo estoy escondida en el sofá, mientras ellos meriendan, con el portátil sobre las piernas, tomando la dura decisión de irme a poner algo más cómodo para seguir sentada. Pero como soy como soy, pasaré por delante de la mesa de costura, y me engancharé que me conozco. 
No tengo remedio.

(NOTA: Claro, es que me levanto y me ataca un montón de ropa sucia que encierro de golpe en la lavadora. Y ahora... a tender. ¿Lo veis?)

miércoles, 3 de octubre de 2012

De Melrose a ayer


No voy a ponerte en el compromiso de decir tu nombre, y menos lo que hiciste por mí. Pero no quería perder la ocasión de agradecerte de alguna forma tu gesto generoso y para ello me tengo que remontar a aquellos tiempos en los que nuestras vidas se cruzaron por primera vez. 

Voy a empezar dejando claro que no hubo nada entre nosotros, ni siquiera intención, porque, si mal no recuerdo, los dos estábamos ya saliendo con nuestras respectivas parejas actuales. Amistad, pues. Sin doblez, sin pedir, dar y recibir, ya sabes. Así que empiezo mi relato.


No recuerdo exactamente si el sobrenombre de "los de Melrous" nos lo pusieron en aquella cafetería -de la cual ya no recuerdo el nombre- en la que nos aguantaban mañana, tarde o noche (siempre no, fuimos buenos estudiantes, también) o nos lo pusimos nosotros mismos, seguidores de la serie. 
La única tele de todos los pisos de estudiantes vecinos estaba en el mío, así que el viernes por la noche las palomitas, los sándwiches y los refrescos desfilaban por las escaleras de vuestros pisos al mío. Venía casi toda la troupe y nos amontonábamos en los sofás alucinando por la maldad de la malísima Amanda. 
Qué bien lo pasé aquel curso, a pesar de todo. Y cuando digo todo, me refiero a las discusiones por la temperatura de la calefacción que las niñas ponían a 30º, a las mañanas de sábado muerta de sueño cuando me había acostado a las tantas, a cuando llegó la escasez de comida, a la traca final, que me llevó a irme de mi piso un mes antes de acabar el curso.
Cómo olvidar aquella fiesta hippy, los bailoteos en Mods, la música que se colaba a todas horas por las delgadas paredes de aquellas construcciones, a las partidas de cartas, a los bollos minicrem que nos traían en cajas familiares y que a las dos horas estaban agotados.

Y si durante aquel curso tuve una conversación seria con alguien, fue contigo.Te recuerdo con precisión porque destacabas sobre los demás por tu seguridad. Tenías tan claro qué y cómo, que estabas, a pesar de tu juventud (¡qué pipiolos éramos!), un paso por delante de ellos. Supongo que nuestras circunstancias se parecían por aquel entonces y nos tocó ser maduros. En aquel invento desastroso de los pisos asistidos nos hicimos un poco adultos, y amigos hasta el final de las consecuencias. 

El día que casi me caigo de culo, con perdón, fue cuando, efectivamente, me metí en aquel mexicano de Barcelona en el que afirmabas que siempre ibas, y nos encontramos ¿recuerdas? ¡¡Han pasado nada más y nada menos que 5 niños y casi tres lustros!!

Sé que vosotros os habéis ido viendo, que habéis ido a las bodas unos de otros. Yo quedé un poco desviada de vuestra unión, porque mis estudios acabaron antes, porque al final, yo sólo era vecina vuestra. Pero siempre me he sentido querida por todos y, hasta ayer, no me había dado cuenta de cuánto.  

Sé que te he tenido acompañándome en el blog estos últimos tres años, siempre he contado con tu presencia silenciosa. Y yo sigo de cerca tus andaduras, porque mi intuición me dice que has dado en la diana con tu invento ese del libro, y me divierte intentar descubrir los recovecos de tu idea.

No sabes cuánto te agradezco también que inundaras de mis abuelitas las estanterías de tu familia. Pero lo de ayer me ha superado. No digo que yo no lo hubiera hecho por ti, porque no puedo saberlo. Pero tu mano tirando de mí hacia arriba... Eres grande, chico, espero que en la vida recojas tanto bien como estás sembrando, porque lo mereces.Y si no me sale bien, te propongo igualmente quedar para celebrarlo, esta vez con familias, me encantaría que nuestra amistad se prolongara en nuestros peques, ¿imaginas?

Iba a ponerte la del
piratacojoconpatadepaloconparcheenelojoconcarademalo, pero me ha parecido más oportuna ésta, que también nos perteneció como himno.


Gracias, gracias, gracias.



lunes, 1 de octubre de 2012

Subir el listón



La educación de mis hijos se está conduciendo de forma prácticamente automática, pero va por ciertos caminos que yo no esperaba encontrar. 
Solemos obligarnos a ofrecer las mejores posibilidades a cada uno de nuestros hijos sin olvidar que son esencialmente distintas personas con distintas capacidades y necesidades educativas. Tenemos algunos criterios que nos hemos fijado como esenciales: que estudien idiomas, que hagan alguna actividad que les suponga cierto esfuerzo, para que su vida no sea un "sopa, pégame a la boca" y siempre valoramos su trabajo y no sus notas finales. 
Sin embargo y por esas diferencias conocidas que acabo de señalar, nos está sucediendo que la alta capacidad del pequeño Bufón le ha llevado a adelantar curso en algunas asignaturas, de forma que tiene que esforzarse el doble. Está aprendiendo a escribir a marchas forzadas para igualar sus fuerzas con los compañeros del curso siguiente y asimilando vocabulario a toda velocidad.
Su hermano, sin embargo, ha sido más protegido al respecto. Su circunstancia personal le llevó a una vida más cómoda (las maestras que tuvo se conformaban con su mínimo, jamás le exigieron el máximo) y lo único que no se ha ahorrado es cuatro años de música en el conservatorio tras los cuales sabe mucha teoría pero no sabe tocar la guitarra. 
Hoy le he advertido de que se le acabó el chollo. Ha estado haciendo un trabajo en el ordenador y me he dado cuenta que no puede escribir nada porque no sabe siquiera dónde están las letras más usadas del teclado. 
Así que habrá subida de listón este año para los dos. Uno, porque lo necesita, y el otro, por lo mismo. Y a mí, que Dios me coja confesada, porque las peleas diarias están servidas.  
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Por favor,

Si algo de lo que expongo aquí te molesta, te pertenece, o habla de ti y quieres que lo borre, tan solo tienes que pedírmelo. Nunca quise ofenderte, ni plagiarte, ni molestarte...
Este es un espacio de libertad y, sobre todo, de respeto.